El declive de los organismos internacionales


El surgimiento de los organismos internacionales al final de la Segunda Guerra Mundial marcó un punto de inflexión en la historia de las relaciones internacionales, reflejando el anhelo global de evitar nuevas conflagraciones y promover la cooperación entre las naciones.

Fuente: https://ideastextuales.com



La creación de instituciones como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945, fundada sobre los cimientos de la fallida Sociedad de Naciones, buscó establecer un foro para el diálogo multilateral, la resolución pacífica de conflictos y la promoción de los derechos humanos. A la par, organismos especializados como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial emergieron para reconstruir las economías devastadas por la guerra y garantizar la estabilidad financiera mundial.

Estas iniciativas, impulsadas principalmente por las potencias aliadas, representaron el reconocimiento de la interdependencia entre los estados y la necesidad de estructurar un orden global basado en reglas, con la esperanza de construir una paz duradera en un mundo que apenas comenzaba a sanar sus heridas.

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A casi 80 años de la fundación de Naciones Unidas, en sus pasillos resuena un vacío con cada paso. Es el eco de los ideales que alguna vez animaron la arquitectura misma de la cooperación global. Estos organismos internacionales, diseñados como templos de diálogo entre civilizaciones, parecen ahora atrapados en un ciclo de descomposición, víctimas no solo de intereses egoístas, sino de una crisis más profunda: la de la moralidad internacional.

En sociedad los rituales son el medio por el cual cada cultura articula sus valores y garantizan la cohesión. Si analizamos los organismos internacionales como sistemas rituales modernos, vemos cómo su esencia se ha desgastado. La mediación entre Estados, las promesas de cooperación y las declaraciones de derechos universales han devenido en formalidades vacías, en actos sin contenido que ya no logran transformar la realidad. Los organismos internacionales, al igual que los rituales sin fe, han perdido su poder simbólico.

La moralidad internacional no es una abstracción idealista. Es el pegamento que permite a culturas diversas coexistir y prosperar. Evitar la guerra y construir condiciones para la paz son objetivos profundamente morales. Sin embargo, el ethos colectivo que sustentaba estos ideales se ha erosionado, sustituido por un pragmatismo frío y una lucha feroz por intereses nacionales. La antropología nos enseña que las normas compartidas, aunque implícitas, son esenciales para la continuidad de cualquier sistema. La ausencia de ellas lleva al caos, y el caos es precisamente el signo de nuestros tiempos.

Por este camino han surgido líderes políticos como Donald Trump, representando un desafío cultural para el sistema internacional. Su narrativa, caracterizada por la negación del multilateralismo y la desconfianza hacia la verdad compartida, reconfigura las relaciones entre Estados. En términos estructurales, estos líderes actúan como agentes de entropía, desmantelando las narrativas que alguna vez sustentaron el orden global. En lugar de reforzar los rituales que garantizan la cooperación, los vacían de significado, dejando una arquitectura hueca de promesas incumplidas.

La antropología también nos advierte sobre el peligro de una sociedad sin mitos. Los organismos internacionales, como las Naciones Unidas, funcionan mejor cuando están investidos de un aura mítica: el mito de la paz universal, de la justicia imparcial, de la solidaridad entre pueblos. Cuando estos mitos se deconstruyen sin ser reemplazados, el sistema colapsa en una lucha tribal, donde cada nación se guía por sus propios intereses, como un clan desconfiado frente al otro.

Sociedad de las Naciones (1920-1930)

¿Cómo pueden los organismos internacionales recuperar su relevancia? La respuesta no radica únicamente en reformas políticas o económicas, sino en una reconstrucción simbólica. Deben redescubrir su papel como espacios donde los Estados reafirman su pertenencia a una comunidad global, donde los rituales de negociación y cooperación sean algo más que formalidades. Recuperar el mito de la verdad y la moralidad compartida como fundamentos de un nuevo contrato cultural.

En este momento crítico, la tarea es clara: revivir los rituales de la cooperación global y reinvertirlos con significado. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de dejar a las futuras generaciones con un mundo fragmentado, donde las ruinas de estos organismos internacionales sean meros recordatorios de lo que pudo haber sido.

Por Mauricio Jaime Goio.

Los representantes de los países aliados agrupados en torno al presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt, segundo por la izquierda en la mesa, para firmar la Declaración de las Naciones Unidas en enero de 1942. (©Bettmann/Getty Images)


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