Fuente: https://www.marca.com
El Dakar 2018 fue el primero que compartí con Gabi Moiset y en el que viví mi mayor aventura en esta carrera. Competíamos con el Mitsubishi y todo se empezó a torcer en la Prólogo. Un coche vino hacia nosotros y por esquivarlo, saltamos una duna de lado y volcamos. El coche estaba intacto, pero se rompió el snorkel. No teníamos repuesto y hubo que improvisar… con un tubo de aspiradora. Literal.
El problema fue que, con el calor, el tubo se estrangulaba solo y perdíamos mucha potencia. Imagínate en las dunas así. Tardamos dos días en detectarlo y, claro, íbamos arrastrando horas y horas de retraso. Entramos en un bucle: salíamos tarde, nos parábamos, nos pasaban los camiones, nos metíamos en sus roderas, nos retrasaba más… En aquellos Dakar podías salir a la siguiente etapa si llegabas una hora después de que saliera el último participante, o sea, que había bastante tiempo si tenías algún problema. Y nosotros tuvimos tantos que hasta llegamos a quedarnos un día con la palanca del cambio en la mano.
El segundo día, en el famoso Fiambalá, llegamos remolcados y con el tiempo tan justo que sólo paramos para coger las herramientas y los repuestos, fichar la salida y detenernos ya en la etapa para reparar el turbo. De esa reparación arrancamos creo que sobre las siete de la tarde… Así, durante tres días, sin dormir, porque incluso de noche necesitábamos avanzar, aunque fuese de cinco en cinco metros, como nos pasó en la parte de fesh-fesh. Y, además, había que tener la mente lo suficientemente fresca para ver cómo podíamos salvar la etapa, porque el reglamento permitía saltarte algunos waypoints, pero había que elegirlos con cuidado, los que nos vinieran mejor por el recorrido y sin dejarse más de dos seguidos.
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Eso era tan fácil. Porque el cansancio y el calor nos pasó factura. Yo llegué a tener alucinaciones: las plantas me parecía que eran personas y a Gabi también se le fue la olla alguna vez, porque me empezó a cantar notas… en catalán.
En un momento , cuando conseguimos superar el segundo día (el de la avería del turbo), llegamos a la salida del tercero dentro de nuestro límite, pero como se había cancelado la etapa de motos y los coches salieron antes de su hora, nos querían excluir sin habernos avisado del cambio antes. Por suerte pudimos convencerles de que no era justo, nos dejaron salir y pudimos acabar.
Ahí no acabaron las penurias, sobre todo para Gabi que, una noche después, se tumbó encima de un cactus seco cuando reparaba el coche… y tuvo que terminar la etapa en calzoncillos porque el mono estaba lleno de espinas… cuando llegamos, mi hermano estuvo una tarde entera quitándole espinas del culo… Aquel Dakar nuestro dio para escribir un libro. Y quizá algún día lo hagamos…