El año de la transición: entre crisis y pactos en Bolivia


Este año viviremos el inicio de una transición. Es un momento crucial. ¿Se imaginan lo que pensó Mandela al cerrar el ciclo del apartheid, recomenzando la vida en Sudáfrica? No había nada que generara la idea de ser una nación “para todos”, negros y blancos, y lo que debía ser reformado. ¿No sucedió lo mismo con la caída de la URSS y la aparición de 15 nuevas repúblicas? Claro, y el mundo cambió radicalmente de maneras disímiles, desde el alejamiento pacífico de Letonia, Estonia y Lituania hasta las guerras en Chechenia, Georgia y Crimea. ¿Y la Primavera Árabe que dio inicio en 2010? Cambió dramáticamente, permitiendo la creación de una democracia en Túnez, una guerra civil en Siria o la muerte del líder máximo en Libia.

Hay muchos ejemplos más, capaces de exhibir la varianza extrema que supimos experimentar en cada caso. Sin embargo, es preciso identificar los sucesos que se repiten. ¿Cuáles son esas repeticiones propias de este fabuloso evento de la política: la transición? Conviene expresarlo con toda claridad para quienes creen que ganar la elección es “todo”. No lo es. Es imprescindible, lo sé, pero no es lo único.



Lo que va a venir es mucho y es lo que se analiza al estudiar las transiciones de un régimen autoritario a un régimen democrático. Lo que vivimos es un autoritarismo de chacota que, con seguridad, va a dejar una herencia: una situación económica infernal. ¿Cree alguien que el talentoso Arce se preocuparía de dejar un país saneado económicamente? No hay duda de que, a lo Maduro, podrá buscar quedarse, aunque la economía se derrumbe como en Venezuela. Hoy este país vive con una economía ¡cuatro veces!, más pequeña que en 2015, cuando subió el autócrata caribeño. Se encargará de dejar al país en bancarrota con la esperanza de que el gobierno sucesor no dure más de un año o dos.

¿Qué más cabe esperar de este año de transición? Lo que venga será distinto. ¿Podemos esperar una transición a lo Alemania en 1989, destruyendo el Muro de Berlín? Ya no, eso fue en 2019. ¿Podemos esperar una transición a lo Sudáfrica, llena de diálogo, acuerdos y generosidad mutua? No, ni lo soñemos. ¿Podemos esperar una transición a lo URSS? Más o menos: no tengo dudas de que la descentralización se reactivará.
Sin embargo, más allá de la necesidad de jugar con la imaginación, quiero volver al inicio de esta reflexión: ¿qué rasgos podemos ver que se repiten en otros lares? Uno, la democracia estará de retorno y, con ella, la necesidad de pactar. Los pactos son el horizonte de partida indispensable del nuevo tiempo en ciernes. Es urgente entenderlo y saber unir fuerzas, no solo con los partidos congresales, sino con fuerzas sociales, actores departamentales, empresarios y demás. Ganar la elección es decisivo, pero es solo el comienzo.

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Dos, la crisis económica debe resolverse. Este es el segundo paso que los medios, hoy en día, consideran el principal. No lo es. Antes, hay que acordar. Una vez logrados esos acuerdos, hay que resolver la crisis económica que asola al país y que el señor Arce se encargará de que sea más honda y cruda de lo que vivimos a principios de este 2025.

Tres, ya resuelto este par de acciones imprescindibles, es necesario ir más allá. Una visión de país es impostergable. Requerimos una nueva mirada que no se sumerja en la Bolivia de la colonia y vea al nuevo siglo en curso con sus gigantescos desafíos. Debemos saber adónde vamos. Esta lucha vulgar entre Lucho y Evo debe pasar a ser un debate mayúsculo por un nuevo destino: qué es lo que debemos construir y cómo hacerlo.

Cuatro, tener el apoyo de la población. Y no de una población tan minúscula y vitoreada durante casi dos décadas, aquella de los “movimientos sociales”. No, Bolivia es mucho más grande y multicultural. Es preciso negociar todos los santos días. No se tenga la menor duda de que el país será un enorme polvorín a punto de estallar cada día de la semana. La población se sentirá insegura, el MAS alentará el conflicto deseando que se riegue el caos, y los vivillos lucrarán de esa anomia generando violencia.

Cinco, debemos crear nuevas instituciones. El masismo está enquistado en todas las instituciones. Debemos reconstruir las autonomías, recuperar el Poder Judicial y conformar una nueva Cancillería que aliente una agenda de reposicionamiento internacional sin ataduras ideológicas, entre otros elementos cruciales.

Seis, debemos reiniciar nuestros vínculos con el mundo. Toda la cháchara inservible de Unasur o BRICS no sirve. Hay que mirar al mundo globalizado del presente sin el temor generado por el MAS (“cuidado, ya vienen y quieren quedarse con nuestros recursos naturales”), que nos ha convertido en una isla sin ligazón con Chile, Perú, Argentina, levemente con Brasil y temerosa de ser invadida.

 

 

Diego Ayo es PhD en Ciencias Políticas.


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