Aporofobia: Rechazo y desprecio hacia los pobres


 

Cuentan las crónicas del 16 de diciembre de 2005 que, dentro de un cajero automático ubicado en la calle Guillem Tell, del barrio Sant Gervasi (Barcelona – España), una mujer en condición de calle, tras ser agredida verbalmente, golpeada y humillada por tres jóvenes (uno menor de edad), era rociada con disolvente para posteriormente, ser deflagrada con la colilla del cigarro que uno de ellos llevaba en la mano, convirtiéndose rápidamente en una antorcha humana. María del Rosario Endrinal Petite (La dama del cajero), perdía la vida un día después, ante las graves heridas que llevaba en el cuerpo y en el alma.



Un desengaño amoroso del cual jamás pudo sobreponerse “Charo”, como la llamaban quienes la conocían, la arrastró a las calles, sumiéndola en el alcohol y la indigencia. Los hechos ocurridos durante aquella madrugada trágica, puso en el foco de atención de los españoles, la aporofobia de la que son víctimas quienes forman parte de aquellos segmentos invisibles de la sociedad. El caso de Charo es uno de los muchos que se registran cotidianamente no solo en España, también en otras regiones del planeta, en los que se pone de manifiesto el rechazo y desprecio hacia los pobres.

Desde el origen mismo de la palabra “aporofobia”, acuñada por la filósofa española Adela Cortina, se pone de manifiesto la tendencia natural que tiene el ser humano a ser aporofóbico. Afortunadamente, la misma especialista establece que la plasticidad del cerebro humano le permite reconfigurarse de muchas maneras y es posible cambiar para superar los complejos, los prejuicios, las limitaciones personales y condicionamientos impuestos por uno mismo.

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En los últimos días, se ha hecho viral (en Bolivia) un vídeo en el que una pobre mujer acompañada de su pequeño hijo, se hacía con algunas tunas de unos pencos que se encontraban en un espacio público en el barrio de Achumani (Ciudad de La Paz – Bolivia), siendo víctima de aporofobia por parte de dos sujetos que de manera injustificable la agreden. Ante este acontecimiento, se han movilizados grupos organizados de activistas, sociedad civil, periodistas, músicos, cantantes, artistas, sindicados, gremiales, asociaciones, fraternidades, comparsas, organizaciones públicas y privadas, también los infaltables políticos oportunistas en busca de elevar sus índices de popularidad.

Vale la pena mencionar que este acto no es punible por no encontrarse tipificado en la legislación boliviana a pesar de ser un hecho censurable y reprochable desde cualquier punto de vista, por lo que ha indignado a la población, permitiéndole recordar que cuando el pueblo se une en torno a una causa común, es posible lograr lo que se propone, incluso, podrían lograr que el sistema judicial boliviano obre correctamente administrando justicia y condene a todo aquel que viola y transgrede las normas vigentes. Podría lograr incluso que se condene a quienes violan niñas y cometen múltiples delitos al amparo de una bandera político-partidaria, al tiempo que ostenta un altísimo cargo de poder.

La aporofobia se expresa cotidianamente de formas muy sutiles. Probablemente, muchos de los que han condenado el reciente acto cometido en La Paz, son – sin darse cuenta – aporofóbicos. Las víctimas de aporofobia son sometidos a insultos, falta de respeto, humillaciones y vulneración a la dignidad de su condición de ser humano. Este es un tema sobre el cual se debe reflexionar para saber si uno puede considerarse mejor o peor persona que aquellos sujetos que increparon a la pobre mujer por sacarse unas tunas. La autocrítica es una buena receta para despojarse de la hipocresía que aqueja a las sociedades modernas.

Las sociedades modernas están familiarizadas con el postureo y tratan de ocultar su realidad, mostrándose diferentes a lo que son verdaderamente. Ese es uno de los factores que lleva al ser humano a sentir un rechazo o desprecio por la gente pobre. Adam Smith, en su obra “La teoría de los sentimientos morales”, explica qué: “Como los seres humanos están dispuestos a simpatizar más completamente con nuestra dicha que con nuestro pesar, hacemos ostentación de nuestra riqueza y ocultamos nuestra pobreza. Nada es más humillante que vernos forzados a exponer nuestra miseria a los ojos del público, y sentir que, aunque nuestra situación es visible para todo el mundo, nadie se hace una idea ni de la mitad de lo que sufrimos”.

El camino para superar la aporofobia no pasa por organizar el “tunafest” u otros espacios para que los “buenistas” quieran dar lecciones de moral. Lo primero que debe hacerse es conocer y reconocer nuestra propia aporofobia, rompiendo los estereotipos impuestos por la sociedad, que es una de las principales causas para imponer la cultura del odio. Un odio injustificado por un resentimiento inventado, que en el caso de Bolivia ha calado con más fuerza desde hace dos décadas, con la falacia del relato de los quinientos años.

Los estereotipos se encargan de moldear y deformar la percepción de la realidad en las personas, por tanto, resulta imprescindible derribar los prejuicios que se han venido construyendo basados en ideas de superioridad por encima del resto de personas, resultado de información falsa o ideas preconcebidas que estimulan el rechazo y desprecio hacia los pobres sin motivo aparente; estableciendo, una categorización mental respecto a quienes merecen respeto y a quienes se puede agredir impunemente.

Para avanzar y mejorar socialmente, los individuos deben revelarse frente al “establishment”; frente a los problemas provocados por el poder, que son los mismos que producen un profundo daño a la sociedad. Revelarse frente a los que ejercen el poder y no tienen el más mínimo interés de que la paz y la armonía retornen a los hogares y familias del país, sólo, porque pueden ver afectados sus intereses mezquinos.

Al hilo del tiempo, se conocen cosas y se van adquiriendo experiencias invalorables. Démonos a la tarea de construir valor con base en ese conocimiento y compartámoslo con alegría con la gente, para que juntos podamos aspirar a tener días mejores. Recuerden: Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, esto es, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie.

 

 

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez

Escritor, docente universitario


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