El auge del skincare no es solo una tendencia pasajera, sino un reflejo profundo de los valores de nuestra sociedad.
Fuente: https://ideastextuales.com
La obsesión por el cuidado de la piel, impulsada por redes sociales y estrategias de marketing, ha dado lugar a una burbuja que va más allá de lo meramente cosmético: revela una ansiedad colectiva ante el envejecimiento y la presión por ajustarse a estándares de belleza inalcanzables. ¿Cómo llegamos a este punto y cuáles son las implicaciones de este fenómeno?
Hasta hace unos años, el cuidado de la piel consistía en prácticas básicas como la limpieza e hidratación. Sin embargo, hoy el skincare se ha transformado en un ritual diario que implica el uso de sérums, exfoliantes, cremas antiarrugas y ácidos, cada uno prometiendo resultados milagrosos. Este crecimiento no es casualidad: el mercado global de la belleza alcanzó los 446.000 millones de dólares en 2023 y se proyecta que alcanzará los 590.000 millones en 2028, con un crecimiento anual del 6%. Esta expansión se ha visto alimentada por una industria cosmética que ha encontrado en la promesa de la juventud eterna una mina de oro.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
El impacto de las redes sociales ha sido crucial. Filtros de belleza y algoritmos que favorecen rostros «perfectos» han elevado las expectativas sobre cómo debería lucir la piel. Al mismo tiempo, influencers y celebridades han convertido el skincare en un estilo de vida, promoviendo productos y rutinas cada vez más elaboradas. Como consecuencia, incluso niños y adolescentes han sido absorbidos por esta corriente, en lo que algunos expertos han llamado el fenómeno «Sephora Kids».
En una sociedad que idolatra la juventud y demoniza la vejez, la creciente obsesión por el skincare no es sorprendente. Esta búsqueda desesperada de la juventud eterna recuerda al mito de Tithonus, el mortal amado por la diosa Eos, quien pidió para él la inmortalidad, pero olvidó solicitar la eterna juventud, condenándolo a una vida de decrepitud interminable. De manera similar, la cultura moderna persigue la apariencia joven sin considerar que el envejecimiento es un proceso natural e inevitable.
Desde una perspectiva cultural, esta obsesión por detener el tiempo no es nueva. En múltiples sociedades a lo largo de la historia, la belleza y la juventud han estado estrechamente ligadas al estatus social y al poder. En el Renacimiento, por ejemplo, el uso de maquillaje y tratamientos para la piel era un signo de distinción entre las clases altas. Hoy, sin embargo, esta búsqueda se ha masificado y convertido en una industria global que juega con los miedos colectivos.
El rechazo a la vejez es también una manifestación de la negación del paso natural del desarrollo humano. A diferencia de culturas ancestrales que celebraban el envejecimiento como un signo de sabiduría, la modernidad lo ha convertido en una amenaza. En sociedades occidentales, la presión por conservar una apariencia juvenil se ha vuelto una norma implícita que castiga el envejecimiento visible, especialmente en las mujeres, generando una profunda ansiedad social.
En España, por ejemplo, los tratamientos de medicina estética han experimentado un aumento significativo entre los jóvenes de 16 a 25 años, alcanzando el 20% de los pacientes de este sector. Evidencia de este temor colectivo al envejecimiento y la presión constante por mantener una apariencia juvenil.
El marketing de la industria refuerza esta narrativa con términos como «antienvejecimiento» o «rejuvenecedor», que sugieren que el paso del tiempo es una condición que debe combatirse. Aunque recientemente se ha intentado suavizar este discurso con términos como «well-aging» (envejecer bien), la premisa sigue siendo la misma: parecer más joven de lo que realmente se es.
El problema del skincare no radica solo en su sobreconsumo, sino en el impacto psicológico y emocional que genera. La cosmeticorexia, por ejemplo, se ha convertido en un trastorno que describe la obsesión por la apariencia física a través del uso excesivo de productos cosméticos. La constante comparación con imágenes editadas y filtradas en redes sociales puede minar la autoestima, generando ansiedad y la percepción de que cualquier imperfección debe ser corregida.
Además, el abuso de productos de cuidado de la piel puede ser contraproducente. Dermatólogos advierten que las rutinas excesivas pueden dañar la barrera cutánea, causando irritaciones, alergias y otros problemas dermatológicos. Lo que comenzó como una práctica de autocuidado puede convertirse en una fuente de estrés y deterioro de la piel.
El boom del skincare no es más que un síntoma de nuestra época. Hemos dejado que la imagen adquiera un peso desmesurado y que la juventud se perciba como un valor absoluto. Aunque el cuidado de la piel es importante, es crucial cuestionar hasta qué punto esta obsesión nos beneficia realmente.
Moraleja de esta historia. El envejecimiento no es un enemigo a combatir. Simplemente es una parte natural del ciclo del desarrollo humano. La clave está en aceptar que el bienestar no radica en parecer eternamente jóvenes, sino en sentirnos cómodos en nuestra propia piel en todas las etapas de la vida. Solo así podremos recuperar una visión más armónica y auténtica de la belleza.
Por Mauricio Jaime Goio.