Hay algo en el tango que desafía el paso del tiempo. No solo porque sus melodías atraviesan generaciones con la melancolía intacta, sino porque su práctica, lejos de ser un simple placer estético, se revela como una herramienta poderosa para el bienestar mental y emocional. Bailarlo no es solo deslizarse con elegancia. Es un ejercicio cognitivo, una sinfonía de conexiones neuronales que, según la neurociencia, puede transformar el cerebro y mejorar la calidad de vida.

Durante años, el ejercicio físico ha sido celebrado por su impacto en la salud cardiovascular y muscular. Sin embargo, recientes hallazgos han demostrado que su influencia va más allá de los beneficios visibles, alcanzando el terreno del pensamiento y la memoria. La relación entre la actividad física y la función cognitiva ya no es un mito. Estudios, como los del University College de Londres, confirman que apenas seis a nueve minutos de ejercicio moderado al día pueden mejorar la memoria y la capacidad de razonamiento.

Wendy Suzuki, del Centro de Ciencias Neuronales de la Universidad de Nueva York, llevó esta premisa un paso más allá al demostrar que una sesión de 50 minutos de bicicleta mejora instantáneamente la función de la corteza prefrontal, la región del cerebro responsable del razonamiento, la resolución de problemas y la memoria. El efecto puede extenderse hasta por dos horas después de finalizar la actividad. Si un pedaleo tiene tal impacto, ¿qué pasa cuando el ejercicio es una danza que exige sincronización, improvisación y concentración?



El neurocientífico Agustín Ibáñez sostiene que el tango es una “intervención multicomponente”, ya que involucra estimulación motora, auditiva, psicológica y social en un solo acto. No es un ejercicio repetitivo, sino un desafío constante para la mente y el cuerpo. Cada paso es una nueva decisión, cada giro, una reconfiguración del equilibrio.

El cerebro responde a este estímulo generando nuevas conexiones neuronales. La plasticidad cerebral —capacidad del cerebro para reorganizarse y formar nuevas sinapsis— se fortalece con el tango, mejorando el control motor, la memoria de trabajo y la toma de decisiones. No es casualidad que esta danza haya sido incorporada como terapia en pacientes con enfermedades neurodegenerativas. En adultos mayores, se ha visto que el tango mejora la función ejecutiva, la coordinación y el equilibrio, reduciendo el riesgo de caídas y lesiones.

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Un estudio publicado en el New England Journal of Medicine reveló que bailar regularmente puede reducir el riesgo de demencia en un 76%, un porcentaje superior al de actividades como la lectura o los juegos de mesa. ¿La clave? La improvisación. Aprender y recordar coreografías fijas tiene beneficios, pero tomar decisiones en el momento, responder a los movimientos del compañero y adaptarse a la música en tiempo real son ejercicios cerebrales insuperables.

Bailar tango no solo es un ejercicio para la mente, sino un refugio para las emociones. La música, con su carga dramática y nostálgica, permite canalizar sentimientos reprimidos, mientras que el contacto físico genera una producción de oxitocina, la hormona de la confianza y el apego.

Para quienes lidian con ansiedad o depresión, el tango actúa como una forma de regulación emocional. La atención plena que exige cada paso lo convierte en una práctica comparable con la meditación o el mindfulness. La necesidad de conectar con el presente y con la pareja de baile disuelve preocupaciones externas y reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés.

No se trata solo del placer estético de deslizarse por la pista. En el abrazo del tango hay una intimidad que calma, una sincronización que devuelve la sensación de control. Para muchos bailarines, el tango es un ritual terapéutico, un espacio donde la mente se alinea con el cuerpo en una danza que parece escrita en la memoria.

El envejecimiento conlleva un declive natural en la memoria y la capacidad de reacción. Sin embargo, el tango se alza como un antídoto contra este proceso, ralentizando el deterioro cognitivo y fortaleciendo la conexión entre mente y cuerpo. A diferencia de otros ejercicios, donde la repetición mecánica suele dominar, el tango exige creatividad, adaptación y emoción.

Más que un baile, es una medicina para el alma. En la cadencia de sus movimientos y en la entrega al compás de la música, el tango se convierte en una de las pocas prácticas capaces de reunir arte, terapia y ciencia en un solo acto. Quizás, después de todo, los viejos tangueros tenían razón, no es solo una danza. Es una forma de vida, una manera de mantenerse despierto ante el paso del tiempo, un refugio donde la mente sigue bailando mucho después de que el cuerpo haya dejado de moverse.

Por Mauricio Jaime Goio.

Fuente: ideastextuales.com