Marzo


En Chile, el año no comienza realmente en enero, sino en marzo. Es el mes en que las ciudades se llenan nuevamente de autos tras el éxodo estival, las playas quedan vacías y el ritmo pausado del verano se desvanece. Marzo es el retorno de los veraneantes a sus oficinas, del tráfico infernal en las calles, de las mañanas frenéticas en los colegios. Es la compra de uniformes y útiles escolares, la inscripción en universidades, el pago del permiso de circulación y la primera cuota del crédito pedido para financiar las vacaciones. La rutina vuelve como una ola implacable, recordándonos que el descanso fue solo un paréntesis.

Más que un mes en el calendario, marzo es un rito de paso, un recordatorio de que el tiempo sigue avanzando. No es casualidad que el estrés y la ansiedad de los chilenos aumenten en estas semanas, ni que el consumo de café se dispare. Es el verdadero inicio del año productivo, la transición definitiva del ocio al trabajo, del relajo a las responsabilidades. Y aunque el calendario gregoriano haya decretado que el año nuevo comienza en enero, en la práctica, el pulso de la vida cotidiana marca su reinicio con la llegada de marzo.



El año no siempre comenzó en enero. Hubo un tiempo en que el primer día del año no tenía fuegos artificiales ni cábalas de medianoche, sino el sonido metálico de las espadas afiladas y el olor fresco de la tierra recién removida. En la Roma antigua, el tiempo no era un número en el calendario, sino un reflejo de las estaciones, de la guerra y la cosecha. El año, entonces, comenzaba en marzo.

El nombre del mes no es casualidad. Marzo es Marte, el dios de la guerra, el padre de Rómulo y Remo, los fundadores de Roma. En aquellas jornadas inciertas, cuando la ciudad apenas se alzaba como una aldea amurallada, los romanos vivían con la certeza de que cada año era un nuevo inicio de batallas y territorios por conquistar. Cuando el frío se disipaba y los caminos de tierra volvían a ser transitables, las legiones se preparaban para marchar, los campos de trigo se araban con la expectativa de una cosecha próspera, y los templos se llenaban de sacrificios en honor a los dioses.

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El tiempo no era abstracto, era táctil. No existía la noción de un calendario que marcara los días con precisión geométrica. Se contaban los meses con la luna, se organizaban las estaciones según las actividades que el cuerpo y la comunidad exigían. En marzo, la ciudad despertaba de su letargo invernal. Era el mes de la purificación, de la Matronalia, fiesta en honor a Juno, donde las mujeres recibían obsequios por haber dado vida a la descendencia romana. Era el mes donde los sacerdotes de Marte, los Salii, danzaban por las calles golpeando sus escudos, proclamando el inicio del ciclo vital.

El calendario romano inicial tenía diez meses. El año, en su lógica primigenia, se organizaba en torno a lo que importaba. El trabajo en los campos, la guerra y la supervivencia. En ese orden, septiembre era el séptimo mes, octubre el octavo, noviembre el noveno y diciembre el décimo. Pero entre el fin del año y el regreso de Marte había un tiempo de sombras. Enero y febrero aún no existían como meses estructurados, eran una pausa fría, un tiempo sin forma entre una campaña militar y la siguiente, entre una cosecha y la preparación de la siguiente siembra.

Pero el tiempo cambia cuando lo dominan los hombres. Julio César reformó el calendario en el 46 a.C. y, con la introducción del calendario juliano, enero se volvió el primer mes. Se estableció un orden que encajara en la nueva Roma, ahora un imperio que no dependía solo de la guerra, sino de la administración y el poder burocrático. Más adelante, con la adopción del calendario gregoriano en 1582, enero quedó como el inicio del año en casi todo el mundo occidental. La guerra dejó de ser el primer acto del año. La vida cotidiana, las rutinas, las cifras y los compromisos del papel terminaron por imponerse.

Aun así, el eco de aquel antiguo calendario persiste. Septiembre, octubre, noviembre y diciembre siguen llevando en su nombre la memoria de un tiempo en el que el año no era un capricho astronómico, sino un ciclo de acciones concretas. Marzo sigue siendo el mes donde todo renace. El equinoccio, la primavera en el hemisferio norte, el despertar de los árboles. No hay legiones marchando, ni escudos resonando en las calles, pero el aire de marzo todavía huele a comienzos, como si Marte, en su silencio de siglos, todavía marcara el compás del tiempo.

Por Mauricio Jaime Goio.

Fuente: Ideas Textuales


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