Tomo prestado el título del primer capítulo de la extraordinaria serie de HBO, “Game of Thrones” (Juego de Tronos), que suelo recomendar a mis alumnos de estrategia política como una tarea imprescindible.
Me encuentro muy asustado, como supongo la inmensa mayoría de los bolivianos que padecimos las dos décadas perdidas de autoritarismo, corrupción e ineptitud del MAS, ante la probabilidad de que este modelo populista vuelva a imponerse en las elecciones convocadas para agosto próximo. Estoy convencido, que las corporaciones prebendales que conforman el MAS, se unificarán de abajo hacia arriba y finalmente concentrarán su voto en el candidato que les podría garantizar cinco años más de impunidad, privilegios y canonjías: Andrónico Rodríguez.
Hace un par de meses, la ciudadanía creyó atisbar, con esperanza e ilusión, la posibilidad de la concreción de un bloque de unidad de las fuerzas democráticas, cuando firmaron un acuerdo Carlos Mesa, Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina y Luis Fernando Camacho. Lamentablemente, al paso de los días, las viejas prácticas y la proverbial sordidez de la política criolla boliviana, mostraron que ese pacto no iba a sostenerse en el tiempo. No es momento, ni me interesa, establecer culpas o responsables. La realidad es que ese bloque naufraga, a pesar de las buenas intenciones y el afán patriótico que reconozco en Carlos Mesa, que trató, más allá de sus propios afectos y desafectos, de mantener a flote un acuerdo imposible.
Ahora bien, este intento de unidad ¿fracasa solamente, como quieren ver analistas parcializados, por los defectos, egoísmos y taras de los protagonistas en cuestión? Yo creo que no, que hay algo más estructural que impide que estos antiguos actores de la política boliviana, puedan cristalizar un pacto sólido y perdurable, que represente una verdadera opción al MAS.
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Creo que la mayoría de ellos ha logrado responder, con más o menos solvencia, al desafío que representa la crisis económica monumental que nuestro país está enfrentando. Creo que la gente les da el beneficio de la duda al respecto. Pero, ninguno de ellos, no hasta ahora por lo menos, ha dado una señal franca de aceptar y asumir la otra gran demanda ciudadana de esta elección: la renovación de actores, ideas y prácticas políticas. Los electores no ven gente nueva, junto a los experimentados y por consiguiente los invade la desazón y la incertidumbre.
En la comunicación política moderna, el mensajero es el mensaje, es decir, que de nada importa una excelente formulación de un mensaje, obtenido por medio de sesudas y brillantes investigaciones, en un sujeto que no la encarna o no la representa. Todavía, en esta época de civilización del espectáculo, fake news, manipulación de la Big Data y uso y abuso de la IA, la magia de la comunicación política sigue siendo la virtuosa combinación entre quién dice qué, qué dice, cómo lo dice y a quién se lo dice … y lo más importante ahora es, sin duda, el quién lo dice.
Dicho esto, creo que estamos ante la imprescindible necesidad de generar una alternativa democrática que, con los actores adecuados, dé un golpe de timón a la actual situación política. No podemos persistir haciendo más de lo mismo, porque, como nos enseñó Einstein hace casi un siglo, con seguridad obtendremos los mismos resultados catastróficos que hasta el presente. Urge patear el tablero, repartir de nuevo las cartas o la metáfora que ustedes prefieran, para graficar que requerimos con desesperación un cambio de estrategia.
El invierno está llegando … Si no nos preparamos adecuadamente para enfrentarlo y dominarlo, tendremos que sufrir otra larga temporada de frío, escasez y dolor.
Estamos a tiempo todavía … Pero no mucho.
Por Ricardo V. Paz Ballivián