¡Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura, así el cielo te la dé buena en cuanto acertares a pedirle, que consideres el lugar y estado a que tu ausencia me ha conducido, y que con buen término correspondas al que a mi fe se le debe! – Miguel de Cervantes Saavedra (El Quijote de la Mancha).
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Corría el año de 1605 y la pequeña imprenta de Juan de la Cuesta (Madrid), sería el lugar donde Miguel de Cervantes Saavedra alumbraría al mundo con la obra más bella de la literatura universal. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es, después de la Biblia, el libro más editado del mundo. “Como quien engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”, señala Cervantes en la primera parte de su obra, en clara alusión al lugar donde forjó su genio incomparable.
Fue en una prisión sevillana, donde se trazará el borrador de las aventuras bufas de un caballero flaco y huesudo, descrecido por el mucho leer y el poco alimento que: “se enfrascó tanto en su lectura, que se la pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros (…), y así asentósele del tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo”.
La genialidad de la obra radica en la capacidad que tiene el autor de mezclar humor y sátira, la parodia de un hidalgo altruista y sus desvaríos, con una profundidad emocional única. Mediante los periplos del Quijote y su fiel escudero Sancho Panza. Cervantes contrasta temas como la realidad y la ficción, la locura y la cordura, la verdad y la mentira, la naturaleza del heroísmo y la humanidad. Una crítica magnífica a la sociedad que observa gigantes donde sólo hay molinos de viento, queriendo poner de manifiesto como las percepciones influyen en las acciones y decisiones de los hombres.
Dulcinea del Toboso es, a los ojos del Quijote, el ideal de la figura femenina, una presencia mítica e inalcanzable que le da sentido a sus aventuras. En la mezcla de realidad y trasiego onírico permanente que guarda el libro, Dulcinea no es otra que Aldonza Lorenzo, una campesina a la que Don Quijote apenas conoce y de la cual vive profundamente enamorado, concibiéndola como una dama noble, bella, virtuosa a la que debe proteger.
En términos más profundos sería la representación del amor platónico, de idealización, devoción y negación. Dulcinea es la personificación del poder de la imaginación que guía la conducta del hombre, resultando ser muchas veces más fuerte que la realidad misma. “Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar más que otras; que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan consumadamente el Dulcinea”.
La obra del ingenioso hidalgo simboliza situaciones de pasado, presente y futuro. Retrata a una sociedad impulsada por grandes ideales (justicia, libertad, democracia), que paradójicamente prefiere descreer la verdad y opta por idealizar a las “Dulcineas” de la política que, con enorme diferencia, a la amada del Quijote, carecen de toda virtud y buena fama. Estas sociedades “idealistas” viven negándose al cambio, eligiendo permanecer estancados en el autoengaño y una visión utópica del salvador mesiánico, que las arrastra a reproducir consignas falsas y una retórica carente de sentido.
El quijote de la Mancha es inseparable de su autor. Miguel de Cervantes Saavedra, un aventurero nacido en Alcalá de Henares en 1547, quien no sería precisamente un “ratón de biblioteca” y, por el contrario, se desempeñó en múltiples actividades para poder subsistir. Carecía de estudios universitarios, a pesar de que su talento y los constantes viajes le permitieron crear la obra más importante de la literatura de las letras españolas, razón por la cual, cada 23 de abril desde 1995 se conmemora el “Día Internacional del Libro”.
La tensión constante entre los ideales y la realidad en la que discurre el planeta, muestra el afán que tienen algunos hombres de vivir según los valores que promueven, en contraposición a grupos pragmáticos que insisten en vivir al margen de la realidad. Debemos entender que amar o admirar no requiere inventar personajes perfectos (inexistentes), más bien, consiste en reconocer la verdad y admitir como son en realidad las personas, sin dejar de aspirar a conocer y reconocer a seres humanos extraordinarios, dignos y de pensamiento profundo, que no guardan relación alguna con los “líderes políticos” del presente.
“Tiempo vendrá, quizá, donde anudado este roto hilo, diga lo que a mí me falta y lo que sé convenía. ¡Adiós donaires, adiós regocijados amigos! Que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida”. Así cerraba su vida el magnífico escritor Miguel de Cervantes Saavedra el año de 1616, abriendo paso a la leyenda y dejando al mundo el más grande legado.
Mientras todo esto ocurre, mantengamos firme la esperanza, que el optimismo corra por nuestras venas y el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu, obligándonos a cambiar nuestra forma de pensar, no olviden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora de ponerse de pie”.