Las monedas hegemónicas no caen de un día para otro, pero cuando empiezan a tambalearse, la historia se acelera. El dólar estadounidense, que durante casi un siglo ha sido el termómetro del orden global, muestra signos de fatiga. ¿Estamos al borde de un nuevo ciclo monetario?  

Ray Dalio no necesita levantar la voz. Basta con que señale algo, como lo haría un viejo capitán que reconoce el oleaje antes de la tormenta, para que los mercados empiecen a escuchar. Y lo que Dalio viene señalando desde hace tiempo, con la obstinación de quien ha leído los libros antiguos y observado los gráficos modernos, es esto: el dólar está entrando en su fase de declive.

No es la primera vez que ocurre. Antes fue la libra esterlina. Y antes de ella, el florín de Ámsterdam, la peseta de Castilla, el oro de Venecia. Monedas que reinaron durante décadas, a veces más de un siglo, y que acabaron cayendo con la misma lógica que ascendieron: al ritmo del poder que las respaldaba. No hay divisa fuerte sin imperio fuerte. Y ningún imperio es eterno.



Dalio lo explica como un ciclo que se repite cada cien años, con tres actos bien definidos: ascenso, apogeo y declive. En el ascenso, la moneda se vuelve confiable porque su país es productivo, innovador y respetado. En el apogeo, esa confianza genera abundancia. Pero con la abundancia llegan el endeudamiento, la complacencia y, finalmente, la fragilidad. En el declive, el mundo empieza a buscar alternativas. Lo que parecía impensable —una moneda hegemónica puesta en duda— se vuelve poco a poco una posibilidad. Y esa posibilidad cambia todo.

La pregunta que flota en el aire es simple y, para muchos, preocupante: ¿estamos entrando en esa tercera etapa del dólar? Hay indicios más o menos claros al respecto. El mercado de bonos del Tesoro estadounidense, considerado durante décadas como el refugio más seguro, ha mostrado reacciones anómalas. Inversores que antes corrían a comprar ahora se retiran. El dólar, que siempre fue refugio en tiempos de crisis, comienza a ser cuestionado. La confianza, ese intangible que lo sostiene todo, da señales de desgaste.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

La historia ayuda a entender lo que está en juego. Cuando la libra británica perdió su condición de moneda global, el mundo ya había cambiado. Dos guerras mundiales, la quiebra de su economía colonial, y un Estados Unidos emergente sellaron su destino. Ahora, las grietas se notan en el propio liderazgo norteamericano. Deuda pública en máximos históricos, una sociedad polarizada, una guerra comercial mal disimulada, y una competencia cada vez más directa con China.

Lo más inquietante, sin embargo, no son los números, sino el relato que se está resquebrajando. El dólar ha sido durante generaciones mucho más que una moneda: ha sido un símbolo. Una promesa de estabilidad, de previsibilidad, de legalidad. Mientras los demás países fluctuaban, el dólar estaba ahí, como un faro en la tormenta. Eso es lo que está en juego ahora. No tanto el billete verde, sino lo que representa.

Dalio es tajante: las señales del cambio están ocurriendo ya. Y si seguimos mirando hacia otro lado, el ajuste será más doloroso. Porque los imperios, y sus monedas, no colapsan en un solo día. Lo hacen lentamente, en capítulos. Hasta que, de pronto, ya es tarde para detener la trama.

En medio de esta transición, una palabra empieza a colarse en las conversaciones financieras: desdolarización. Países como China, Rusia, Brasil o Irán están buscando alternativas. No porque odien al dólar, sino porque ya no confían en la promesa que hay detrás. Algunos apuestan por el oro. Otros, por monedas regionales. Los más audaces, por las criptomonedas. Nadie tiene todavía la solución definitiva, pero todos parecen coincidir en algo: el mundo unipolar terminó.

¿Puede el dólar resistir? Tal vez. La caída de una moneda hegemónica es un proceso lento, lleno de vaivenes. El euro está fragmentado. El yuan no es plenamente convertible. Y las criptomonedas, aunque disruptivas, aún son demasiado inestables. Pero que el dólar siga siendo el menos malo no significa que siga siendo fuerte.

Dalio recuerda que incluso el Imperio Romano cayó. Y que su moneda, el denario, dejó de tener valor cuando ya nadie confiaba en el Imperio que la acuñaba. Hoy no hay imperios, al menos no como los de antes. Pero sí hay señales: las que están en los gráficos financieros, y las que están en la calle. La sensación de que algo se está moviendo bajo los pies.

Cuando una moneda tiembla, no es solo la economía la que se sacude. Es también el relato del mundo. Y tal vez lo más prudente, como aconseja Dalio, no sea entrar en pánico, sino abrir los ojos. La historia está hablando. Otra vez.

por Mauricio Jaime Goio.