Unidad: Con quién, para qué y cómo


Johnny Nogales Viruez

En Bolivia, cada proceso electoral repite la misma escena: múltiples candidatos opositores, cada uno convencido de ser el elegido para enfrentar al oficialismo, descalificándose entre sí mientras el poder se frota las manos. El resultado es predecible: división, desgaste y derrota. Es la crónica de una fragmentación anunciada, una y otra vez.



La unidad no es una opción romántica ni un gesto de buena voluntad: es una estrategia de supervivencia democrática. Cuando se enfrenta a un aparato autoritario, clientelar y dispuesto a manipular todo el sistema para perpetuarse, ningún candidato individual tiene posibilidades reales de triunfo. La fragmentación beneficia únicamente a quien controla las reglas.

Pero para que haya unidad auténtica, hay que empezar por reconocer qué no es: No es una simple suma de egos ni un reparto de cargos anticipado; no es tomarse una foto juntos para la prensa, ni redactar un manifiesto vacío de contenido. La unidad estratégica requiere una visión compartida del país, una agenda mínima de transformación y un compromiso con reglas claras y democráticas.

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Aquí es donde muchas iniciativas fracasan: porque no se responde con sinceridad a tres preguntas esenciales: ¿con quién unirnos?, ¿para qué unirnos? y ¿cómo organizarnos?

¿Con quién? No basta con que un político esté en la oposición para considerarlo aliado. Hay que distinguir entre quienes realmente creen en una república democrática y quienes solo buscan reemplazar al caudillo en el trono.

La unidad no debe incluir a oportunistas, corruptos reciclados ni representantes del viejo orden. Requiere selección ética y política, no solo cálculo electoral.

¿Para qué? La unidad debe ir más allá de ganar elecciones. Su fin debe ser reconstruir el país sobre bases institucionales, democráticas y liberales. Si el objetivo es simplemente administrar el desastre o vengarse del poder saliente, el fracaso estará asegurado.

La unidad debe tener como horizonte la reforma judicial, la apertura económica, la recuperación moral y la dignificación de la política.

¿Cómo? No es posible construir unidad con discursos vacíos o acuerdos de élites. Se necesita un proceso abierto, deliberativo, con participación ciudadana, donde se definan reglas de convivencia, mecanismos de elección interna y criterios programáticos comunes. No se trata de fusionar partidos, sino de construir un frente democrático, con liderazgos legitimados y un equipo técnico sólido.

Además, es urgente que la sociedad civil, los intelectuales, los medios y las universidades asuman un rol activo como impulsores y garantes de esta unidad. La experiencia demuestra que los políticos, por sí solos, tienden al fraccionamiento. Sólo la presión ciudadana puede forzarlos a ceder protagonismo en favor de un proyecto colectivo.

La historia ofrece lecciones claras. En múltiples momentos, países atrapados por regímenes autoritarios lograron salir adelante gracias a frentes amplios, plurales y cohesionados. Donde hubo unidad, hubo esperanza. Donde primó el egoísmo, se prolongó la tiranía.

En Bolivia, ya hemos pagado un precio altísimo por la división. Los errores del pasado no deben repetirse. La unidad no puede ser solo una consigna ni una urgencia temporal. Debe convertirse en una cultura política que reemplace al caudillismo, al sectarismo y al oportunismo.

Y para eso, todos —desde el liderazgo hasta la ciudadanía— debemos estar dispuestos a renunciar a algo: a la vanidad, al personalismo, al prejuicio. Porque el enemigo no está entre quienes piensan parecido. El verdadero adversario es un sistema que destruye toda posibilidad de convivencia democrática.

Un país fragmentado no tiene destino. Y Bolivia no puede seguir regalando su futuro por culpa de dirigentes que no entienden que, en tiempos extraordinarios, se requieren decisiones extraordinarias.

Unidad no significa unanimidad, ni impunidad, ni claudicación. Significa estrategia, generosidad y compromiso. Y si no lo entendemos ahora, volveremos a lamentarnos más adelante.

Fuente: eju.tv