Militarización de la economía y dependencia de China: la transformación de Rusia tras la invasión a Ucrania


El guerra cambió profundamente la estructura económica y social rusa, priorizando el gasto en defensa y consolidando nuevas élites, mientras crecen los lazos con Beijing y la confrontación con Occidente

 

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Tras la invasión a Ucrania, la Rusia de Putin incrementó su dependencia de China (Pavel Bednyakov/Pool via REUTERS)



 

Fuente: infobae.com

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El impacto de la guerra en Ucrania transformó la economía y la estructura social de Rusia de manera profunda. Desde el inicio de la invasión ordenada por Vladimir Putin en febrero de 2022, el gobierno ruso priorizó el gasto militar sobre otras áreas, lo que generó una economía fuertemente militarizada y creó nuevas clases sociales beneficiadas por el conflicto. En este contexto, la confrontación con Occidente se ha convertido en el eje central de la vida rusa bajo el liderazgo de Putin, y que ningún alto al fuego podrá revertir este cambio estructural.

De acuerdo con un artículo publicado por Foreign Affairs, el Kremlin implementó una campaña sistemática para eliminar la disidencia política, difundir propaganda pro-guerra y antioccidental, y consolidar el apoyo material de amplios sectores de la población. Esta estrategia llevó a que varios rusos, incluidos altos funcionarios y muchos de los más ricos del país, perciban a Occidente como el principal enemigo.

El texto subraya que, aunque los líderes occidentales han mostrado determinación frente a la agresión rusa, sus acciones y discursos a veces han reforzado la narrativa del Kremlin sobre un conflicto existencial con Occidente. Un ejemplo citado es la declaración de Kaja Kallas, entonces primera ministra de Estonia y actual alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, quien afirmó que “los líderes occidentales no deberían preocuparse de que el compromiso de la OTAN con la victoria ucraniana pueda causar la desintegración de Rusia”.

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La alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas (EFE/OLIVIER HOSLET)

La política de Donald Trump trajo incertidumbre en la alianza transatlántica, al buscar un rápido fin de la guerra. Sin embargo, Foreign Affairs advierte que, incluso si se produce una distensión superficial entre Washington y Moscú, la desconfianza fundamental de Putin hacia Occidente impedirá una reconciliación genuina. “Putin no puede estar seguro de que Trump logre que Europa restablezca lazos con Rusia, y sabe que en 2028 una nueva administración estadounidense podría simplemente revertir la política”. Además, el jefe del Kremlin no está dispuesto a renunciar a su relación estratégica con Xi Jinping.

La dependencia de Rusia respecto a China se ha profundizado desde 2022. Según Foreign Affairs, “el Kremlin ha logrado sostener la guerra durante tres años solo gracias al flujo de componentes críticos para armas provenientes de China”. Actualmente, Beijing compra el 30% de las exportaciones rusas, frente al 14% en 2021, y suministra el 40% de las importaciones rusas, en comparación con el 24% antes de la guerra. Además, proporciona a Moscú una infraestructura financiera en yuanes para el comercio exterior. Esta relación ha llevado a que Rusia comparta diseños de armas con China y fomente la colaboración en ciencia, tecnología y recursos energéticos.

El texto también analiza cómo la guerra ha alterado el contrato social ruso. Durante los primeros mandatos de Putin, entre 2000 y 2008, el producto interno bruto de Rusia casi se duplicó, impulsado por los altos precios de las materias primas, la inversión extranjera y las reformas de mercado. Sin embargo, la invasión de Ucrania obligó al Kremlin a resolver lo que la economista Alexandra Prokopenko describió en Foreign Affairs como una “tríada imposible”: financiar una guerra costosa, mantener el nivel de vida de los ciudadanos y salvaguardar la estabilidad macroeconómica, objetivos que no pueden alcanzarse simultáneamente.

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Desde la invasión a Ucrania, Putin priorizó el gasto en defensa (Maxim Bogodvid/Agencia anfitriona RIA Novosti/Handout via REUTERS)

Putin optó por priorizar el gasto militar. Entre 2025 y 2027, el gobierno ruso planea destinar cerca del 40% de su presupuesto estatal a defensa y seguridad, en detrimento de áreas como la salud y la educación. El medio detalla que, tras una leve caída en 2022, el PIB de Rusia creció un 3,6% en 2023 y otro 4,1% en 2024, como consecuencia del gasto en defensa. No obstante, los efectos negativos, como la inflación de dos dígitos, comenzaron a manifestarse a finales de 2024.

El régimen ha utilizado la guerra como mecanismo de redistribución de la riqueza. Los principales beneficiarios han sido los miembros del círculo cercano de Putin y sus redes de clientelismo, quienes han adquirido activos depreciados tras la salida de empresas extranjeras o los han confiscado con el apoyo de figuras poderosas como Ramzan Kadyrov, líder checheno. Además, varios empresarios han lucrado eludiendo sanciones, y miles de profesionales de cuello blanco, especialmente en tecnología, finanzas y servicios empresariales, han visto aumentar sus salarios debido a la emigración de colegas disidentes y la escasez de habilidades.

El apoyo al régimen también se ha comprado mediante incentivos económicos a los soldados y sus familias. Según el Kremlin, en junio de 2024 había unos 700.000 rusos en el frente. El salario promedio de un soldado ruso ronda los 2.000 dólares mensuales, el doble del promedio nacional y cuatro veces el promedio en las regiones que más conscriptos han aportado. Desde el inicio de la invasión, más de 800.000 soldados rusos han muerto o resultado heridos, y el gobierno ha entregado hasta 80.000 dólares a las familias de cada víctima. En 2024, el Kremlin lanzó un programa para capacitar y ubicar a veteranos en empleos del sector público.

Los principales beneficiarios han sido

Los principales beneficiarios han sido los miembros del círculo cercano de Putin y sus redes de clientelismo, quienes han adquirido activos depreciados tras la salida de empresas extranjeras o los han confiscado con el apoyo de figuras poderosas como Ramzan Kadyrov, líder checheno (REUTERS)

La guerra también ha servido como vía de movilidad social para los burócratas civiles, quienes aceleran sus ascensos al trabajar en territorios ocupados. Para los empleados en inteligencia y fuerzas de seguridad, identificar agentes occidentales o ucranianos y neutralizar a activistas y periodistas críticos se ha convertido en una forma de progresar profesionalmente. “Incluso en instituciones antes relativamente pragmáticas como el banco central, los tecnócratas formados en Occidente se han convertido en guerreros que luchan contra las sanciones occidentales”, indica Foreign Affairs.

La represión interna también se ha intensificado. El Kremlin ha criminalizado las críticas a la guerra y al ejército, y ha iniciado procesos legales contra disidentes prominentes y desconocidos. El número de personas catalogadas oficialmente como “agentes extranjeros” y los ataques a organizaciones consideradas “indeseables” han aumentado drásticamente. Los críticos enfrentan la disyuntiva de exiliarse o ir a prisión, mientras que las fuerzas de seguridad reciben recompensas por la cantidad de “enemigos” que identifican.

En el ámbito social, el gobierno ha impulsado una ingeniería social para arraigar la desconfianza hacia Occidente. Desde septiembre de 2022, todas las escuelas rusas imparten sesiones semanales de propaganda disfrazadas de lecciones de patriotismo. El Estado ha intervenido en la cultura y el entretenimiento, forzando al exilio a músicos, artistas y escritores independientes, etiquetando a autores disidentes como “extremistas” y organizando juicios ejemplares contra intelectuales liberales. Inspirado en el Partido Comunista Chino, el Kremlin ha intentado construir un “muro digital de hierro”, prohibiendo Instagram y Facebook y restringiendo YouTube, que antes usaba casi la mitad de los rusos mayores de 12 años.

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Xi Jinping es uno de los más estrechos aliados de Putin (Sergei Bobylyov/Host agency RIA Novosti/Handout via REUTERS)

En el plano internacional, la política exterior rusa se ha subordinado a tres objetivos: forjar alianzas para apoyar el esfuerzo bélico, sostener una economía bajo sanciones y vengarse de Occidente por su apoyo a Ucrania. Foreign Affairs señala que “los funcionarios rusos han realizado importantes inversiones en asociaciones con regímenes y entidades dispuestos a imponer costos adicionales a Occidente, especialmente Corea del Norte, Irán y los hutíes en Yemen”. Además, Rusia ha expandido sus lazos con países en desarrollo mediante la venta de materias primas a precios reducidos y el aumento de exportaciones a India, el sudeste asiático, África, Medio Oriente y América Latina.

El medio advierte que, aunque un eventual fin de la guerra y el levantamiento de sanciones por parte de Estados Unidos podrían frenar temporalmente algunas actividades antiamericanas, el Kremlin mantendrá la capacidad de reanudarlas. “El Kremlin ha logrado sostener la guerra durante tres años solo gracias al flujo de componentes críticos para armas provenientes de China”, subraya Foreign Affairs.

En el ámbito de la seguridad europea, el texto enfatiza la necesidad de aumentar la producción de defensa y de desarrollar estrategias para contrarrestar la “guerra en la sombra” de Rusia, que incluye sabotaje, asesinatos selectivos, desinformación en línea e interferencia electoral. El medio destaca que “no existe un marco para gestionar las escaladas de guerra híbrida con Rusia; debe desarrollarse uno”.

En el plano internacional, la

En el plano internacional, la política exterior rusa se ha subordinado a tres objetivos: forjar alianzas para apoyar el esfuerzo bélico, sostener una economía bajo sanciones y vengarse de Occidente por su apoyo a Ucrania (REUTERS)

En cuanto al futuro, el texto sostiene que el régimen de Putin difícilmente colapsará desde dentro. La represión se intensifica a medida que la economía se resiente, y la posibilidad de un cambio de régimen por presión interna es remota. No obstante, el artículo plantea que, tras la salida de Putin, sus sucesores —probablemente surgidos de su círculo cercano— podrían tener mayor flexibilidad para redefinir la política exterior rusa. “La forma más obvia para que los sucesores de Putin mejoren la posición del país sería reequilibrar su política exterior”.

Foreign Affairs recomienda que los líderes europeos y estadounidenses comiencen a imaginar y comunicar una visión de coexistencia pacífica con Rusia, basada en el control de armas y formas de interdependencia económica que eviten la instrumentalización de los lazos comerciales.

El artículo también advierte sobre los riesgos de no ofrecer una alternativa a la confrontación. Si Occidente persiste en la idea de que es inútil discutir una coexistencia mutuamente beneficiosa, los futuros líderes rusos podrían sentirse obligados a perpetuar las posturas de Putin, incluida la dependencia de China. “Algunos en Occidente pueden sentir que los últimos tres años les han enseñado que tienen muy poca capacidad para influir en la trayectoria de Rusia. Pero tienen herramientas que aún no han utilizado plenamente”.

La publicación concluye que, aunque imaginar una Rusia posterior a Putin pueda parecer lejano, es esencial que Occidente prepare una estrategia para ese escenario, evitando así que la confrontación permanente se convierta en el legado definitivo de la era Putin.