¡Únanse, carajo!


 

Johnny Nogales Viruez



 

Hay momentos en la historia de un país en que la indecisión deja de ser un rasgo de prudencia y se convierte en un pecado imperdonable. Bolivia atraviesa precisamente esa hora crítica.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Mientras los partidos opositores se miran con recelo, cuentan votos ajenos y se reparten por adelantado ministerios imaginarios, la maquinaria populista – esa que durante dos décadas ha saqueado recursos, degradado instituciones y envilecido la convivencia – prepara su reunificación. No es un proyecto ideológico. No es un pacto en nombre de los pobres. Es la simple y brutal necesidad de protegerse unos a otros de rendir cuentas.

Los dirigentes del bloque socialista se insultan de día y se visitan de noche. Han comprendido que cualquier gobierno ajeno significaría, como mínimo, el riesgo de enfrentar la verdad: auditorías, investigaciones, juicios, recuperación de bienes. Por eso su instinto de supervivencia los impulsa a replegarse juntos, cohesionados no solo por afinidades profundas – la identidad racial, la doctrina populista – sino por la urgencia y la convicción de que deben protegerse mutuamente para preservar su impunidad.

En contraste, la oposición se comporta como si hubiera tiempo. Como si el país pudiera permitirse la frivolidad de seguir divididos. Como si la historia fuera a absolver la cobardía de no anteponer el bien común a los intereses personales.

Si algo enseña la experiencia reciente es que la dispersión opositora siempre ha sido funcional al proyecto hegemónico. No importa cuántas veces se repita el libreto: algunos candidatos prefieren quedar terceros antes que sumarse a un bloque ganador. Otros, simplemente, temen perder su cuota de poder o la pequeña franquicia que les permite negociar un curul.

La hora de la tibieza terminó. El país está ante la posibilidad – y la obligación – de romper con un ciclo de cinismo y saqueo que ha hipotecado su futuro. Cada día que pasa sin un compromiso unitario y verificable es un día regalado a quienes convirtieron la política en un botín.

La ciudadanía no les pide que se amen ni que compartan los mismos sueños. Les exige, al menos, la decencia de actuar juntos para salvar lo que queda de la República. Si la oposición fracasa en este deber histórico, deberá cargar con la vergüenza de haber sido cómplice —por omisión— del regreso triunfal de los que la hundieron.

Por eso, y porque el tiempo se acaba, asumo la responsabilidad de expresar en voz alta lo que muchos bolivianos sentimos y de decirlo sin rodeos:

¡Únanse, carajo!