Miedo versus esperanza: ¿qué moviliza al electorado boliviano?


Los partidos juegan hoy entre el temor a la continuación del pasado y promesas de cambio estructural: un dilema que podría definir el voto decisivo de los indecisos.

Las elecciones generales no tendrán un ganador absoluto, según las encuestas. Foto: ATB

eju.tv



En 20 días exactamente, los bolivianos asistirán a los centros de votación para elegir al próximo presidente que tendrá la responsabilidad de dirigir el país durante los próximos cinco años y devolver la certidumbre a una población nacional aquejada por una crisis que asfixia la economía popular; en medio, están los ataques y las propuestas entre las dos corrientes ideológicas que se disputan el sillón presidencial, que generan temor y esperanza en el electorado.

La campaña electoral ha intensificado dos narrativas contrapuestas: el sector conservador apela al miedo, que resalta los riesgos del retorno al modelo anterior, pero también intenta proyectar esperanza mediante sus propuestas de cambio económico y político que buscan devolver la estabilidad económica, social y política. El discurso que proyectan los diferentes candidatos de la oposición busca denostar la administración del Movimiento al Socialismo (MAS) durante prácticamente dos décadas y plantean un antes y un después.

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El bloque popular también incide en provocar el temor de la población ante un retorno de los ‘neoliberales’ como califica a las tiendas políticas opositoras, con una retórica que apunta a generar miedo ante la ‘inminente’ pérdida de las conquistas populares, uno de los temas sensibles que es parte del debate entre las dos tendencias ideológicas. Los frentes que se desprenden del MAS intentan introducir en el colectivo que solamente ellos podrán sostener bonos y beneficios debido a su raigambre popular.

Dos corrientes ideológicas se disputan el voto de los bolivianos. Foto: Goberna

¿Cuál de estas posiciones logra conectar más con un electorado fragmentado y crecientemente indeciso? En una reciente declaración brindada al portal Goberna, el analista Marcelo Silva hace una introspección sobre la incidencia del elector que está más vulnerable al miedo o la esperanza. “El gran ganador es el indeciso, más de la mitad de Bolivia no sabe por quién va a votar”, dice, para luego precisar que el meollo del asunto es que las campañas deben reconectar. “Se han desalineado de las preocupaciones reales: el combustible, la comida, la inflación”, señala Silva.

El analista expone un problema que presentan la mayoría de las propuestas electorales y es que sus representantes tengan la capacidad de hilvanar las ideas y presenten soluciones concretas a los problemas puntuales que la población exige sean solucionados. A ello se suma la desconfianza creciente del electorado por el fantasma de la gobernabilidad, Son cuatro de los candidatos que tienen una intención de voto entre el 8 % y el 22 %, frente a un 35% de indecisos; es decir, no existen favoritos para ganar en primera vuelta.

Este escenario avizora una amenazadora fragmentación de la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) por la presencia de al menos cuatro fuerzas políticas en su interior; la hermenéutica observada durante los últimos cinco años en la que el bloqueo a las iniciativas legislativas primó como un mecanismo de guerra partidaria, provoca un recelo de la ciudadanía, porque duda de la capacidad de los asambleístas para poder lograr consensos que permitan afrontar las tareas urgentes que necesita el Estado. Si bien, los estudios muestran que habrá una mayoría opositora, los enfoques de los tres bloques (Libre, Unidad y APB – Súmate) difieren tanto en fondo como en forma.

Un análisis de Goberna muestra la estrategia para capturar el voto indeciso. Infografía: Goberna

El analista Franklin Pareja afirma que el tema no es quién gana, sino qué podrá hacer ante ese contexto, ya que, al ver la intención de voto, el no cruzar el umbral del 22% de por sí ya es una mala noticia, porque al tener tan fragmentada la conformación de la ALP. Porque, ante una eventual segunda vuelta, aquel aspirante que logre triunfar en esa fase ‘tendrá una presidencia sin poder’, porque, además, va a tener que aliarse con todos si quiere gobernabilidad, con las concesiones que eso implica.

El politólogo sostiene que Bolivia necesita un gobierno fuerte, no solo con liderazgo desde el Ejecutivo, sino también con apoyo legislativo y respaldo ciudadano; más aún en momentos en que se requieren reformas estructurales, por tanto, dos tercios de los votos de los asambleístas de las diferentes tiendas partidarias con representación parlamentaria. “Ya no solo es un problema de mensaje, porque hay comunes denominadores en lo que dicen todos; el problema son los mensajeros que no logran captar la atención del electorado”, dijo.

La narrativa del miedo funciona como disparador emocional, especialmente entre sectores urbanos y medios que temen la inestabilidad. Sin embargo, las promesas de cambio requieren sustento técnico y coherencia para ser creíbles: sin respaldo legislativo o consensos, corren el riesgo de sonar idealistas o fragmentadas. La polarización en el país advierte que la fragmentación política y la pérdida de confianza generan un electorado susceptible a mensajes extremos, tanto del temor como del optimismo sin base estructural.

La población acudirá a las urnas en medio de una profunda incertidumbre. Foto: Urgente.bo

Según Gonzalo Rojas Ortuste, la clave en este contexto es generar entornos institucionales seguros que eviten que los discursos, ya sean de miedo o entusiasmo, ahuyenten a sectores moderados y deseosos de algo nuevo pero factible. “El arreglo democrático supone un juego de equilibrios inteligente, que puede no resultar óptimo para cada uno de los actores con intereses más evidentes, y no solucionen de una vez para siempre las dificultades y desafíos, pero irán sentando las bases para acuerdos más permanentes y estables, donde la convivencia no es un recurso fácil de decir, sino una práctica que va formando hábito ciudadano”, asevera.

El miedo conecta con el electorado que ya vivió tensiones y crisis recientes, al recordar un pasado problemático que algunos temen repetir. Las promesas de cambio movilizan a quienes se sienten frustrados pero esperanzados, sobre todo jóvenes urbanos y sectores medios que buscan propuestas racionales con impacto tangible. En un proceso donde el voto residual representa un bloque clave y superan el 30 % del electorado, el mensaje que logre articular promesas creíbles con respaldo institucional, sin caer en demagogia alarmista, podría ser decisivo en la elección.