Los visitantes recorren el pasillo sin advertir las ausencias. Pero quienes conocen la historia sienten que el vacío pesa más que las fotografías colgadas. Porque cada cuadro que falta es una página arrancada a la memoria institucional del país.
eju.tv
La Paz.- En los pasillos silenciosos de la Asamblea Legislativa, donde la historia debería hablar desde las paredes, hoy hay vacíos que inquietan. En la galería de expresidentes de la Cámara de Diputados, varios rostros han desaparecido sin dejar rastro. Dicen que el tiempo borra las memorias, pero en este caso, alguien las borró deliberadamente.
A fines de los años noventa, durante la presidencia de extinto Fernando Kieffer, un equipo encabezado por la entonces directora de Informaciones, María Eugenia Verástegui, y la directora del Archivo Histórico de la Cámara de Diputados, Yola Ríos, emprendió un trabajo minucioso: rescatar la historia institucional a través de sus rostros.
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Fotografías, nombres y fechas fueron recopilados con cuidado para dar forma a una galería que estaría ubicada en el hall del antiguo hemiciclo del Congreso Nacional, a escasos pasos de las gradas de mármol. En aquella época, cada cuadro llevaba una plaqueta metálica que identificaba al presidente y su gestión.
La iniciativa se inauguró con solemnidad. Fue un homenaje visual a la democracia y a quienes, desde distintas ideologías, habían presidido la Cámara Baja. Sin embargo, con la llegada del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) en 2006, la galería comenzó a sufrir transformaciones.
Según testimonios de antiguos funcionarios, entre 2009 y 2010, durante la presidencia de Héctor Arce (MAS), mosaicos y fotografías fueron retiradas y reubicadas en los pasillos de ingreso a las antiguas oficinas de las vicepresidencias y secretarías, donde también funcionaba la oficina de Protocolo. En esa mudanza se mezclaron retratos, se perdieron referencias y algunas imágenes simplemente desaparecieron.
Las de los presidentes del Senado quedaron, según una fuente, “en un desorden absoluto”: retratos del siglo XIX colgaban junto a otros de los años noventa. En Diputados, el desorden fue menor, pero no menos preocupante.
Faltan, entre otras, las fotografías de Jalil Melgar Mustafá (1999–2000), Guido Áñez Moscoso (2002), Mario Cossío (2004–2005) y Nora Soruco de Salvatierra (2005). El caso de Soruco de Salvatierra es especialmente revelador: fue la segunda mujer en presidir la Cámara de Diputados, después de Lidia Gueiler Tejada.


Su retrato, hoy ausente en los muros de la historia, ha provocado que funcionarios de protocolo desinformen a estudiantes y visitantes de los históricos pasillos del Congreso Nacional, asegurando que “no hubo otra presidenta mujer antes del MAS”. La omisión se ha convertido no solo en una forma de reescribir la memoria sino de borrar un pedazo de la historia.
Los huecos en la pared no son casuales. Incluso algunos mosaicos donde destacaban fotografías de legisladores indígenas, mujeres de pollera y dirigentes sindicales —anteriores a la llegada del MAS— también desaparecieron, como si se quisiera negar que esa diversidad ya existía antes de la hegemonía del partido azul.
A ello se suma otro cambio simbólico: los cuadros de Simón Bolívar y Antonio José de Sucre fueron reemplazados por los de Túpac Katari y Bartolina Sisa. Una reinterpretación del relato histórico que, si bien rescata la raíz indígena del país, también ha generado debate por su lectura anacrónica.
Hoy la galería muestra una cronología incompleta. Los retratos de los presidentes del MAS —de Edmundo Novillo a Omar Yujra— permanecen intactos y bien señalizados, mientras los de gestiones anteriores desaparecieron sin informe ni reposición.
Los visitantes recorren el pasillo sin advertir las ausencias. Pero quienes conocen la historia sienten que el vacío pesa más que las fotografías colgadas. Porque cada cuadro que falta es una página arrancada a la memoria institucional del país.
No se trata solo de cuadros extraviados. Es la historia misma la que ha sido editada, recortada, tal vez censurada. En un edificio donde todo debería conservar la huella de la República de Bolivia, el olvido parece haberse institucionalizado. Y aunque ni funcionarios ni legisladores han querido responder oficialmente por las desapariciones, los antiguos trabajadores lo resumen con una frase breve, casi amarga: “No fueron los años los que borraron esos rostros. Fue la política.”



