Primera Dama lleva regalos, “fe y amor” a más de 350 niños del penal de Morros Blancos


Los niños respondieron con la elocuencia simple de su mundo. Ante la pregunta de cómo la estaban pasando, un «¡Bien!» seguido de un entusiasta «¡Regalos!» y un «¡Feliz Navidad!» pintaron el cuadro perfecto del éxito de la misión. Para muchos de ellos, era la primera vez que una figura como la Primera Dama cruzaba el umbral de su realidad. «La primera vez que veo así que vienen las primeras damas, eso es interesante», comentó un reo que participó del evento con su hija.

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Un aire distinto cargado de una esperanza casi olvidada se respiró la mañana del 26 de diciembre entre los muros de la cárcel de Morros Blancos en Tarija. Más de 350 niños y niñas, cuyos padres cumplen condena, esperaban con una mezcla de timidez, alegría y expectativa la visita de María Elena Urquidi, la Primera Dama del Estado, quien llegó no solo con juguetes, sino con un mensaje destinado a sanar heridas invisibles: el de la fe, el amor y la posibilidad de un futuro distinto. En ese espacio donde la libertad es un privilegio ajeno, por unas horas, la Navidad se hizo tangible en forma de regalos y abrazos.



«Agradezco por permitirnos haber venido aquí, estar con ustedes y compartir el día de hoy. A los chicos queremos dejarles este detalle, es algo para ver una sonrisa en la cara de todos», dijo la Primera Dama que dirigió sus palabras a los padres que conmovidos observaban cómo sus hijos recibían un momento de alegría pura. Sus palabras buscaban reconocer en cada sonrisa infantil un triunfo contra la desesperanza.

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El propósito declarado iba más allá del gesto material. «Estamos aquí para visitar y para dar unos regalos, sacar una sonrisa a los niños el día de hoy, en esta Navidad. Pero más que nada es traer todo el cariño que nosotros queremos y llevar el mensaje, que hay esperanza y que con la fe, con el amor, con la esperanza vamos a salir adelante», enfatizó Urquidi.

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Desde el otro lado del acto, las voces de los internos revelaban el profundo significado de una visita así. Una madre, privada de libertad junto a su esposo, expresó ese valor del instante: «Agradecemos profundamente su presencia y este detalle con los niños, ya que nuestros niños y la sonrisa de ellos es lo más sagrado y lo más valioso para todos».

Para ella, el regalo no era el juguete, sino la validación de su maternidad y la restitución fugaz de una celebración familiar arrebatada. «Primera Navidad que lo paso, sí, por ahora sí, un poquito de alegría», confesó otra interna.

Los niños respondieron con la elocuencia simple de su mundo. Ante la pregunta de cómo la estaban pasando, un «¡Bien!» seguido de un entusiasta «¡Regalos!» y un «¡Feliz Navidad!» pintaron el cuadro perfecto del éxito de la misión. Para muchos de ellos, era la primera vez que una figura como la Primera Dama cruzaba el umbral de su realidad. «La primera vez que veo así que vienen las primeras damas, eso es interesante», comentó un reo que participó del evento con su hija.

Las autoridades penitenciarias y de Derechos Humanos presentes no pasaron por alto el valor terapéutico del gesto. Un policía a cargo de la seguridad destacó que «esta actividad nos ayuda a poder contener y poder tener un mayor control sobre lo que es el desarrollo en un clima de paz, tranquilidad».

La visita de la Primera Dama, más que una solución a las necesidades estructurales del sistema, fue un bálsamo simbólico, un recordatorio que, incluso en el lugar más inesperado, el mensaje navideño de amor y esperanza puede encontrar un eco poderoso en la sonrisa de un niño que abraza su primer regalo del año.