
Tras más de dos décadas sin casos autóctonos, Bolivia enfrentó en 2025 un brote de sarampión que se expandió desde colonias menonitas hasta comunidades indígenas rurales. La respuesta fue inmediata: vacunación masiva, brigadas móviles y búsqueda activa de brechas, incluso en los territorios más aislados.
Fuente: Los Tiempos
Desde Santa Cruz hasta Tarabuco y El Alto, la estrategia combinó ciencia, confianza comunitaria y presencia territorial. Vacunar sigue siendo la clave para proteger vidas y volver a empezar.
Después de 21 años sin casos autóctonos, Bolivia registró en 2025 un brote de sarampión que se expandió a todo el territorio. Según datos oficiales del Ministerio de Salud, el primer caso fue detectado en Santa Cruz, en una persona proveniente de Rusia, que inició la primera cadena de transmisión en una colonia menonita. Las autoridades estimaron que decenas de colonias mantuvieron contacto estrecho con ese caso inicial.
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Un segundo caso, también en Santa Cruz, derivó en otra cadena de contagios: una persona que participó en actividades religiosas multitudinarias con más de 30.000 asistentes, bolivianos y extranjeros.
La propagación fue progresiva. El país declaró la emergencia nacional. A la fecha, se han registrado más de 500 casos en todo el territorio.
Las colonias menonitas —más de 150 en Bolivia, concentradas principalmente en Pailón, San José de la Chiquitania y el norte integrado del departamento de Santa Cruz— se convirtieron en uno de los puntos críticos. Comunidades históricamente reticentes a la vacunación, con barreras idiomáticas y culturales, enfrentaban una enfermedad altamente contagiosa que no distinguía creencias ni tradiciones.
Vacunar donde el tiempo se detuvo
“Estamos en una colonia donde el tiempo parece haberse detenido”, dice José Elver Martínez, director del Centro de Salud de Pailón, mientras describe la colonia menonita California. “Aquí volvió una enfermedad que no veíamos desde hace más de 20 años. Y volvió con fuerza”.
La estrategia no fue imponer, sino entender. Martínez lo resume sin eufemismos: para llegar a las colonias hay que vivirlas. “Nada funciona si no se construye confianza. Y la confianza se gana hablando con sus líderes”.
Los ministros y jefes de campo son la puerta de entrada. Con ellos se coordinó, se explicó y se acordó la vacunación. El idioma —alemán bajo en muchos casos— fue una otra barrera. La solución fue práctica: traductores locales, líderes comunitarios como aliados y presencia constante. No una visita aislada, sino retorno, seguimiento, permanencia del personal de salud de Pailón.
La enfermera que tendió el puente
En ese proceso, una figura fue clave: Elena Friesen de Brown, enfermera canadiense que vive en la colonia Hohenau, una de las más tradicionalistas. Con experiencia hospitalaria en Paraguay y más de 20 años en Bolivia, Elena conoce desde dentro las reticencias y las urgencias.
“Casi en todas las colonias había sarampión. Adultos y niños sin vacuna”, recuerda. Alarmada por la escalada de casos, fue en busca de las vacunas y se convirtió en puente entre el sistema de salud boliviano y las colonias.
“Siempre hemos vivido sin vacunas”, dice Ana Baumann, una mujer menonita, bajo traducción. “Pero ahora decidimos vacunarnos. Había demasiadas personas enfermas. Necesitamos que todos estén sanos”.
Hoy, gracias a ese trabajo silencioso y persistente, la mayoría de las familias menonitas acepta la vacunación. No todas, pero sí las suficientes para cortar la cadena de transmisión.
Una estrategia país
El brote obligó a una respuesta integral. Bolivia intensificó la vacunación en niñas y niños de 1 a 4 años con dos dosis de la vacuna SRP (sarampión, rubéola y paperas) con esquema acortado, cuya eficacia alcanza el 97%. Además, se cerraron brechas de inmunización en la población de 5 a 20 años mediante vacunación indiscriminada con una dosis.
El Ministerio de Salud desplegó toda su capacidad instalada y el Programa Ampliado de Inmunización aplicó más de un millón de dosis en todo el país. La campaña continua.
La cooperación técnica de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), con el apoyo financiero del Gobierno de Canadá, reforzó esta respuesta: vigilancia, control del brote, bloqueos epidemiológicos, brigadas móviles, ampliación de personal, llegada a todas las ciudades, a comunidades rurales, indígenas y zonas periurbanas de alta densidad. Escuelas, centros comunitarios y espacios públicos se convirtieron en puntos de vacunación.
Buscar a quienes faltaban
En El Alto, al otro extremo del país, el desafío fue distinto, pero igual de urgente. “La desinformación corre rápido”, advierte Gustavo Flores Delgado, director del Centro de Salud San Francisco. “Algunos creen que no es necesario vacunar. Pero cada niño vacunado nos acerca a eliminar nuevamente el sarampión”.
El Registro Nacional de Vacunación (RNV) permitió identificar brechas con precisión quirúrgica. Así apareció, por ejemplo, Joel, de ocho años, sin esquema completo, en una escuela alteña. Y como él, muchos otros.
Madres como Estefany Chura Quispe tomaron decisiones informadas: “Tenía miedo. Me explicaron lo peligroso que es el sarampión. No quise que mi hija pasara por eso”. Estefany completó el esquema de dos dosis necesarias de la vacuna SRP en Ashley, su hija mayor de 7 años.
Donde la vacuna llega a pie
A cientos de kilómetros de las colonias menonitas del oriente, en el municipio quechua de Tarabuco, en el corazón de Chuquisaca, se detectó un caso positivo de sarampión. Uno solo fue suficiente para encender las alarmas. La respuesta fue inmediata: estrategia de bloqueo, vacunación intensiva y coordinación directa con los dirigentes comunitarios para evitar que el virus se expandiera en una de las regiones más vulnerables del país.
En la comunidad de Tahuaca, bajo la jurisdicción del Centro de Salud San Juan de Dios, Gabina Avesia, responsable del Programa Ampliado de Inmunización (PAI) municipal, coordinó la respuesta sanitaria. Con 20 años trabajando en el municipio, conoce cada comunidad y cada dificultad. “Con la emergencia sanitaria hemos activado todas las estrategias posibles”, explica. “Hemos ido comunidad por comunidad, casa por casa”.
Fuente: Los Tiempos