Maggy TalaveraUna ciudad en construcción, ¿no puede o debe ser a la vez una ciudad que enamora? Esta fue la primera pregunta que me provocó, entre otras tantas, el spot de 13 minutos y 15 segundos en el que Santa Cruz Para Todos da a conocer el programa edil que ofrece el candidato Percy Fernández para la Alcaldía de Santa Cruz de la Sierra en el próximo quinquenio. Claro –pensé– la campaña electoral da para todo, es el reino de las fantasías, sobre todo ahora que las precarnavaleras están en su auge.En el spot hay un recuento parcial de lo actuado por Percy y su equipo en los últimos 10 años al mando del municipio más grande del país, como subraya el libreto. Parcial porque solo alude a un bloque de obras de infraestructura, necesarias en la mayoría de los casos, mientras elude otras actuaciones que han sido determinantes para frenar el desarrollo integral de la capital cruceña. La más nefasta de ellas: el golpe dado al Concejo y su sometimiento a un manejo discrecional y oscuro del dinero y de los bienes públicos. Un mal muy criticado en el Gobierno central, pero al que se tolera (y hasta justifica) en el gobierno local.Nada de ello hubiera sido posible en una ciudad con ciudadanía activa, hay que remarcar. Salvo algunos movimientos ciudadanos, a los que les cuesta trabajo convencer a vecinos y vecinas de esta ‘metrópoli en construcción’ de que ellos son los dueños de la ciudad y de que merecen vivir con dignidad, la gran mayoría parece haberse acostumbrado a vivir más o menos bien, a contentarse con una que otra obra de infraestructura, a aceptar con resignación el maltrato diario en el transporte público, en las oficinas municipales y en muchas otras dependencias y servicios que le sacan tajada al caos y a la informalidad.Tal es la conformidad que, salvo esas quejas diarias que oímos por doquier respecto al transporte público, al abuso de los comerciantes, al atropello de las normas de tránsito, a la contaminación acústica y visual, a la tormentosa burocracia pública, al cada vez más inhumano servicio en salud, a la falta de seguridad ciudadana, al desamor por la ciudad que se traduce en calles-basureros, áreas públicas invadidas, destrucción de bienes públicos (entre los que sobresalen parques y árboles)… seguimos avalando mentiras. Es probable que esto obedezca a que, en el fondo, nos identificamos con esas mentiras y a que nos resulta más cómodo creerlas verdad, para salvar las propias responsabilidades en esta construcción caótica de ciudad a medio hacer e informal, fuera de línea y sin plano aprobado.El Deber – Santa Cruz