Justicia boliviana redime a la estadounidense Renee Gurley, condenada por la hostilidad en Samaipata


El padre de uno de los sentenciados admite que hubo violación. La institucionalidad de Samaipata (Santa Cruz) respaldó a los jóvenes y desprestigió a Gurley. Ahora reconocen que son culpables, pero no la perdonan.

La justicia redime a Renee Gurley, condenada por la hostilidad en Samaipata

Pablo Ortiz, EL DEBER, Santa Cruz, Bolivia

Fotos: Hernán Virgo.



imageEl momento clave en la audiencia Renee Gurley muestra cómo la sujetó Montenegro

José Enrique Montenegro Coro está a minutos de conocer cuál será su destino, de saber si pasará la mayor parte de su vida en la cárcel, pero no luce preocupado. Ríe, se acomoda el cabello y bromea con Luis Flores Alpire, que al igual que Carlos Flores Cámara -su hermano de 18 años- mantiene la cara hundida entre el pecho y los hombros, como presintiendo una condena dura.

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Cuando el juez Apolinar Flores pronuncia la palabra “culpables”, el silencio en la única sala del Palacio de Justicia de Vallegrande es total. Nadie expresa sorpresa. Cuando el juez dice “25 años”, un rumor recorre la sala y se transforma en gemido.

imageJosé Enrique Montenegro mantuvo siempre la cabeza en alto. Carlos y Luis miraron siempre hacia el piso en la audiencia final

Las caras largas de familiares apesadumbrados se llenan de lágrimas, de desazón. Al fondo del salón, una mujer rubia y menuda vestida de blanco, levanta los brazos en señal de victoria: se desahoga tras 18 meses de calvario. Es Renee Cathleen Gurley, la estadounidense que fue violada y condenada en Samaipata la madrugada del 23 de noviembre de 2013.

“Vamos a apelar. Todo ha sido montado y hubo mucha presión de los medios para que salga este fallo. Hubo presión por todos lados”, dice Milton Montenegro, padre de José Enrique, que suda, llora y mantiene en pie a su esposa, Beatriz Coro, que no puede esconder su pena.

Mientras el padre de los Flores cruza en silencio la plaza de Vallegrande, una mujer gorda grita que el fallo fue comprado y trata de encarar a Gurley. Como ella, hay gente en Samaipata que juzga el fallo como injusto.

“El rato que yo vea a ese fiscal lo saco a patadas, así me lleven presa a Palmasola. Ese fiscal está viviendo con una gringa. ¿Cómo van a tirarle 25 años de cárcel antes de cerrar ese boliche? De ahí ha salido la gringa. Tantas niñas que son violadas y no les dan esa sentencia y por esta vieja que viene a seducir llocallas (jovencitos) sí la dan”, vocifera Juana Osinaga, que jura que si Renee Gurley vuelve a Samaipata ella se encargará de botarla.

El fiscal es Kadir Alvarado y ya no tendrá necesidad de volver a Samaipata. Fue cambiado de jurisdicción a San Julián y tiene como novia a una extranjera alta y delgada. El boliche es La Boheme, un bar al que la parte más conservadora de Samaipata describe como un templo de perdición, como una antesala del infierno que está situada en la esquina sureste de la plaza.

imageBeatriz se seca las lágrimas, mientras Milton explica que están quebrados y endeudados por tratar de defender a José Enrique

“Salió de La Boheme, estaba borracha, ella se lo buscó. Dígame, ¿qué mujer va a salir a las dos de la mañana sola?”, pregunta una mujer mayor apoyada sobre una vitrina.

La Boheme es visto como un boliche de gringos que está perdiendo a la juventud de Samaipata, pese a que la juventud samaipateña no suele visitar La Boheme porque los precios son altos para jóvenes de provincia y mochileros que solo pueden pagar hostales con muchas camas por cada cuarto.

“No queremos hippies chancludos, piojentos y drogadictos. En el cabildo del 20 de diciembre ya les dijimos a los extranjeros que el que no quiera aceptar, puede irse de Samaipata”, dice un profesor.

El cabildo del 20 de diciembre de 2013 comenzó como una marcha en favor de Gurley, organizada por un grupo de mujeres samaipateñas, y terminó casi en un enfrentamiento que dividió aguas entre los samaipateños de nacimiento y “los llegados”.

Tamara Gutiérrez, una periodista que tiene un programa cultural en una radio local, recuerda que los lugareños que pidieron justicia para Gurley la pasaron mal. “Te desconozco como samaipateña”, le dijo Raúl Costas, presidente del Comité Cívico de Samaipata.

El miedo por que se estigmatice al lugar como un pueblo de violadores, llevó a la institucionalidad de Samaipata a defender a ciegas a Montenegro y a los hermanos Flores. El Comité Cívico les extendió un certificado de buena conducta y el alcalde les ofreció trabajo en el municipio para que puedan salir de la cárcel con medidas sustitutivas. “Yo no le creo. ¿O usted cree que alguien que ha sido violada va a estar al otro día tomando un jugo como si nada en el café 1900?”, pregunta la mujer de detrás de la vitrina.

18 meses antes

La mañana del 23 de noviembre de 2013, Renee Gurley estaba echa un ovillo sobre un sofá de su casa en Samaipata, cubierta con la colcha con la que Mika Kun la había cubierto en la madrugada, cuando llegó semidesnuda a tocar la puerta luego de haber sido violada.

imageEsta es la esquina de la iglesia Maranatha. Aquí, la madrugada del 23 de noviembre, Montenegro y los Flores violaron a Renee Gurley

En el pueblo ya se había corrido la noticia y madres preocupadas se habían dado a la tarea de averiguar quiénes podrían haber sido. Buscaban a alguien alto, atlético, violento. Un joven entró a Facebook y seleccionó la foto de cinco perfiles, las imprimió y se las dio a sus padres que llegaron hasta la sala de la casa blanca donde Gurley estaba recostada sobre el sofá. Vio la primera foto y no era.

Pasó la segunda y tampoco. Cuando la foto de perfil de Montenegro apareció en tercer lugar, el cuerpo de Gurley comenzó a temblar y se desplomó. Reconoció la mirada del hombre que la había alcanzado al frente de la iglesia Maranatha, que la había botado al piso, que había puesto una mano enorme sobre su boca y su nariz para que no gritara y que le había arrancado la cartera y la ropa.

Renee Gurley fue a la comisaría a sentar la denuncia y le exigieron un examen médico. Fue por él al hospital de Samaipata y consiguió una receta de calmantes y un papel que decía que no se evidenciaban lesiones en su vagina. Tuvo que venir a Santa Cruz, someterse a otro examen para comprobar que fue violada.

El primer examen, el firmado por Raúl Escalier, fue fotocopiado y distribuido en Samaipata. “Fue al hospital y no tenía nada”, dice ahora Milton Montenegro, que recuerda a su hijo José Enrique como un buen chico, buen basquetbolista y trabajador.

Sentado junto a su esposa Beatriz en el living de la casa de su abuela, Milton se ve como un hombre cansado y quebrado que sufre de pensar que su hijo pasará 25 años en la cárcel.

En estos 18 meses ha gastado $us 14.000 en abogados que lo engañaron, que no defendieron bien a su hijo y que lo único que lograron fue demorar la condena, haciendo que el juicio vaya de Samaipata a Saipina y luego a Vallegrande.

En una ocasión, uno de los abogados le pidió $us 10.000 para jugarse la última carta: buscar el semen de su hijo entre las prendas desgarradas de Gurley. Le dijo que si pagaban eso, la prueba saldría negativa.

Temerosos, Milton y Beatriz, llorando, fueron hasta Vallegrande, donde estaba preso José Enrique, para preguntarle si la había violado. Su hijo se confesó. Le dijo que esa noche, en la madrugada del 23 de noviembre, él, Luis y Carlos habían asaltado a Gurley, que él la había agarrado, tapado la boca, quitado la cartera, pero que luego se habían ido con Carlos hacia la carretera a repartirse las cosas y que Luis se había quedado con ella. José Enrique les juró a sus padres que no la había violado y les prometió a los Flores que si a él lo hundían, contaría todo.

Nunca, ni en las declaraciones ante la Policía ni en el juicio, Montenegro admitió su culpa. No habló.

Sus padres no fueron los únicos que oyeron esa historia. A una parienta lejana, que llega a donde estaba la mujer de detrás de la vitrina que no cree que Gurley fue violada, le contó algo parecido. Le dijo que él la agarró, pero en ese relato el violador no era Luis, sino Carlos, el menor de edad, al que han condenado solo a cuatro años.

“Este se vuelve loco cuando se emborracha”, le dijo. A su parienta lejana le contó que vieron a Renee Gurley salir de La Boheme cuando estaban bebiendo en la plaza, que le hablaron, la siguieron y la atacaron cuando llegaron a Maranatha.

Cuando escucharon el relato de la samaipateña, la mujer detrás de la vitrina y el profesor amenazante comprendieron que se habían equivocado, que tenían las manos quemadas por haberlas puesto al fuego por Montenegro y los Flores.

También Raúl Costas entiende la equivocación. “Nunca defendimos a violadores. Si la justicia los encontró culpables, hay que respetar el fallo. No me duele que los hayan sentenciado, lo que no me gusta es que se diga que Samaipata es un pueblo de violadores”, dice el dirigente cívico.

Sin embargo, Costas cree que la raíz del problema está en las drogas. “Creo que si la Felcn hubiera hecho una investigación esto no habría pasado. Los hippies duermen en el quiosco de la plaza, tienen plantación de marihuana. Están destruyendo a la población”, dice el hombre de 80 años, que no levanta la sentencia de culpable sobre Gurley: “Por su bien, no creo que pueda volver. Hay mucha gente resentida en contra de ella, al pueblo le ha hecho mucho daño este problema”

imageLa mayor parte de la economía de Samaipata se solventa del turismo. Es un lugar cotizado entre extranjeros, que se enamoran del entorno.