Renzo AbruzzeseA finales de 1922, el flamante gobierno de Benito Mussolini creó el Gran Consejo Fascista, y aunque éste se constitucionalizó seis años más tarde, fue, en el proceso de construcción del Estado fascista, el núcleo que decidía, en última instancia, el curso que adoptó el régimen. La intención clara del Gran Consejo era desarrollar una instancia paralela al Congreso y un mecanismo de legitimidad y control sobre todos los aparatos de Estado. Las funciones del Gran Consejo eran muy parecidas a las del «Pacto por la Unidad” del que echa mano el presidente Morales cuando requiere legitimar -en nombre del pueblo- cualquier medida social o políticamente sensible.La constitución del Consejo fue el producto de una aguda crisis política, marcada por el fin del liberalismo italiano y el colapso del Partido Socialista (en el que Mussolini, luego de muchos años de militancia, ocupaba un puesto privilegiado como director del órgano oficial, el periódico Avanti), del Partido Popular y del Partido Comunista de Italia.Para cuando el Duce decide formar su propio partido (el Partido Socialista lo había expulsado), el sistema político en su conjunto estaba formalmente agónico. Mussolini emerge como una solución de continuidad liberal en alianza con los nacionalistas, cuyo influjo ideológico fue definitorio en la construcción del fascismo.En noviembre de 1921, el movimiento fascista se constituye en el partido que, a menos de tres años, estaría en el poder. En perspectiva, Mussolini es la tabla de salvación del sistema democrático italiano de postguerra, un espejismo que el pueblo italiano pagó muy caro.Curiosamente, allá pasó algo muy similar a lo ocurrido en Bolivia y otros países de la región en la década pasada. Durante ese periodo tomaron cuerpo las nacionalidades indígenas y la combinación de un nacionalismo indigenista y un socialismo en bancarrota, que dieron como resultado el triunfo de varios regímenes tachados de «populistas”, todos munidos de una ideología conocida como «Socialismo Siglo XXI”.En todos estos casos su ascenso parecía garantizar la continuidad del sistema democrático, excepto que el concepto de democracia resultó tan amplio y polisémico, que muchos creen que fue un error que se pagará muy caro.En América Latina, con mayor claridad que en otros confines, la combinación entre nacionalismos radicales y socialismo rindió un producto híbrido, cuyo denominativo, esquivo e impreciso, queda resumido en la categoría «populismo”. En la vieja Italia, heredera de las glorias de Roma, la peligrosa combinación se llamó fascismo.En el Consejo del Duce participaban todas las organizaciones propias del aparato de Estado y las organizaciones sociales, sindicales, laborales, etcétera, afines a la línea ideológica del entonces poderoso Gobierno fascista. En realidad, el Gran Consejo tenía la misión de fusionar el partido y el Estado en una sola instancia totalitaria; es decir, lograr que en determinado momento los designios del partido sean idénticos a los del Estado y el destino del partido se transformase en la historia de la nación.Esta unicidad requería la continuidad indefinida del caudillo, la supresión de cualquier oposición y el aniquilamiento de la institucionalidad democrática. Empero, lograr esta progresión hacia un Estado totalitario no resultó tarea fácil; sin embargo, el Duce había observado lo beneficioso que resulta duplicar las instituciones sociales administrativas y políticas que resistían su régimen.Los fascistas italianos replicaban todas las instituciones que no podían controlar. La estrategia de crear «poderes paralelos” se sintetizó en la expresión «doble Estado”: uno democrático y justiciero para la exportación y otro brutal y totalitario fronteras adentro. Experiencia tristemente célebre que dejó a Italia en el fondo más oscuro de su grandiosa historia.Página Siete – La Paz