Rolando Tellería A.Desde hace miles de años se asegura que la corrupción forma parte intrínseca de la naturaleza humana, entonces, claro, difícil de combatirla y, peor aún, erradicarla. Ineludiblemente, está presente en todos los espacios y ámbitos de la vida humana. Sin embargo, donde exulta y se manifiesta de modo mucho más elocuente e intenso es, sin duda alguna, en el espacio de la política, nunca mejor en otro lugar. Es en el ámbito de la política donde, precisamente, se define la distribución de enormes cantidades de recursos, servicios y bienes públicos. Siendo los humanos, con todas sus pasiones, encargados de tan delicada responsabilidad, casi siempre sucumben a las tentaciones de la acumulación fácil y temprana de riqueza. Peor si existe concentración y ejercicio prolongado del poder.En todas las épocas y en todos los regímenes, se repite la historia. Ciertamente, en periodos autoritarios, la apropiación y desvío de recursos y bienes públicos se produce de un modo mucho más directo. Mientras que, en ciclos democráticos, estas prácticas se consuman de manera más subrepticia y sutil. En periodos neoliberales, los políticos aparecen cínicamente tranzando concesiones, licencias de explotación y otros negocios de envergadura y de carácter estratégico con el capital privado, sobre todo, con el capital transnacional. Mientras que, en los ciclos de primacía estatal, sobre todo en periodos de bonanza económica, el desvió de bienes y recursos es más intenso, dando lugar al surgimiento de nuevas “castas”: nuevos ricos acumulando fortunas desde la burocracia estatal. Ahí estaban los nuevos ricos rosados de la revolución del 52. Ahora, en el proceso de cambio, tenemos a la nueva generación de ricos azules que, sin rubor, ostentan ridículamente su inmoral riqueza mal habida por las calles y avenidas de nuestras ciudades. Los regímenes del llamado “socialismo del siglo XXI”, que prometieron erradicar estas prácticas, paradójicamente, son los más contaminados con este vicio.Ahora bien, ¿qué sucede en el fútbol? ¿Por qué, igual que en la política, los dirigentes tanto del máximo ente mundial (FIFA), como de las distintas federaciones nacionales, aparecen tan contaminados con esta lacra? La respuesta, obviamente, está a la vista de todos. El fútbol, debe ser uno de los negocios más prósperos de este mundo globalizado. Es la empresa más exitosa para generar exorbitantes utilidades, directa o indirectamente. No es difícil imaginar la cantidad de recursos que se definen en los derechos de transmisión, sponsors, designación de sedes y otros negocios adyacentes. Con la globalización, una final como la de la Champions League tiene al menos 700 millones de personas frente al televisor, observando el partido en vivo y en directo. De modo que la cantidad de recursos que manejan y disponen estos organizadores (dirigentes) es gigantesca. Es imposible imaginar, entonces, una administración escrupulosa e inmaculada.Como son simples humanos, los dirigentes fácilmente capitulan, se contaminan y se embriagan con la descomunal cantidad de recursos que administran. Luego, como adictos, se convierten en dirigentes eternos, conformando redes y estructuras irrebatibles. Al margen de acumular exorbitantes fortunas, con la cantidad dinero que disponen, compran votos y conciencias garantizando su reelección indefinida. Ese es el denominador común de los dirigentes de la FIFA y, claro, de los dirigentes del fútbol nacional.Entonces, en la política como en el fútbol, está demostrado que el ejercicio prolongado del poder y de la dirigencia generan siempre escenarios perversamente corruptos. Por tanto, como una poderosa medida, debería plantearse, tanto para la política como para el fútbol, la proscripción de cualquier reelección. Obviamente, con mayor razón, la reelección indefinida.Los Tiempos – Cochabamba