Gonzalo Mendieta RomeroTexto de la presentación del libro “Roberto Prudencio y los otros del bicentenario. El aporte liberal y conservador al pensamiento boliviano”.Uno de los personajes de este libro, Roberto Prudencio, escribía que en Bolivia hay dos tipos de reseñas: unas, cuando aparece un libro de un amigo y otras, cuando se publican ideas manifiestamente contrarias a las de uno.Pese a la amistad y admiración que me unen a Fernando y a que sus ideas, sin ser siempre las mías, no son sus contrarias, intentaré desmentir la sentencia de Prudencio. Él también sostenía que en Bolivia no hay sanción ni reconocimiento; y el texto de Molina es un reconocimiento a escritores a los que esta época pasa por alto olímpicamente.Si los libros se clasificaran entre los del escritor y los del lector, Molina entrega uno nacido de sus lecturas. Las de un heredero en la tradición de leer incluso lo que no comparte, porque Bolivia no es una pampa árida en la que no hubo pensamiento antes. Fernando incita a comprobarlo, con una impronta gremial: cumplir con sus predecesores, con el anhelo subconsciente de que más adelante haya quien lo haga con él.Molina no se opone a que la Biblioteca del Bicentenario seleccione, puesto que se da cuenta, como yo, de que toda lista de libros carga los favoritos de cada quien, lo que dista de ser un plan avieso de excluir a nadie. Fernando, empero, cree que en la Biblioteca del Bicentenario hay ausencias graves.En mis palabras, Molina sostiene que esas ausencias se explican: porque la ideología imperante impide ver o, peor, comprender a muchos escritores (hemos perdido el instrumental para descifrarlos); porque en la selección del Bicentenario participaron autores más enamorados de sus obras o de sus disciplinas, que de las ajenas, lo que es muy humano; o porque no somos una sociedad plural, aunque suene bien, pero en el papel. Molina repasa la obra de intelectuales que no están en la Biblioteca del Bicentenario o estarán en el vagón de segunda, el de las antologías: Roberto Prudencio, Vicente Pazos Kanki, Ignacio Prudencio, Jorge Siles, Jorge Lazarte, H.C.F. Mansilla y Roberto Laserna. Y le añade incursiones, algo inconstantes, en la biografía política de esos autores. Por ejemplo, apunta el falangismo de Siles, pero no el movimientismo inicial de Prudencio, una de las pocas figuras que renunció a un cargo para repudiar un hecho moralmente detestable: los fusilamientos de Chuspipata (aunque después y quizá al influjo de un conservadurismo parecido a la amargura, Prudencio tanteará «justificar” la masacre de San Juan, con Barrientos).Molina es un liberal atípico; le interesan la historia y su sello en las tendencias intelectuales y políticas. La historia es, en general, patrimonio de nacionalistas y conservadores, con sus sesgos. En cambio, los liberales -generalizo arbitrariamente- se ocupan más de las instituciones y reglas que representan su pensamiento, que de la historia. Ésa es una flaqueza que, entre otras cosas, aburre a las masas, pero de la que nuestro autor está libre.Fernando me dijo alguna vez que una de sus facetas es la del divulgador, y cierto que también lo es, como su admirado Francovich. En esa línea, este libro, por ejemplo, ayuda a entender la distancia entre el telurismo de Prudencio (como expresión del alma moldeada por la tierra) y el positivismo racial de otros en el siglo XX. En este texto Molina efectivamente divulga, pero el intelectual que es no está relegado, pues valora y juzga sin temor.Fernando también disecciona, como cuando pregunta si H.C.F. no se contradice al ensalzar los valores premodernos y ponderar a la vez la visión liberal plural, moderna. Eso sí, Molina disecciona menos cuando coincide -como con las tesis de Roberto Laserna sobre el rentismo-, confirmando a los antiguos, que alegaban que los hombres defienden con pasión lo que piensan y usan la razón preferentemente con lo que no concuerdan.Los escritores que habitan este libro tienen hilos comunes. No citan al marxismo o lo hacen para rebatirlo; y les calienta el jacobinismo. En este libro se encuentran citas de autores casi perdidos, como Bustillo, Crespo, Husserl, Paine, Scheler o Herder, y pocas de Marx.Los escritores que reseña Fernando se emparentan por sus advertencias perentorias, aunque nuestra sociedad vaya contenta sin oírlas. Entre aquéllas, las admoniciones de los que gozan estando en minoría, como H.C.F. Mansilla; o las de Lazarte, para quien revolución y democracia son incompatibles (Jorge seguramente imagina la revolución de verdad y no la verbal, que es la que tenemos más a mano). A propósito, Molina compara a Lazarte con Raymond Aron, pero Jorge vestiría incómodo el realismo de Aron; intuyo que preferiría plantarse testimonial en sus ideas, como un Burke, pero liberal.El libro visita a Pazos Kanki, el aymara ecuménico que abogó por incluir hasta a los derrotados de su tiempo, los monárquicos, consciente de las secuelas del jacobinismo. Y si Pazos era ecuménico, Prudencio no lo era culturalmente, por ejemplo, por su nacionalismo conservador que resaltaba las diferencias de las culturas.Molina regresa también a Siles y Mansilla, que emprenden contra la ingenua fe en los productos de la modernidad; y encuentra a Prudencio Bustillo, alarmado por los efectos malignos de la escuela en la antigua educación familiar. Molina aduce que todos esos escritores son desdeñados porque conforman el aporte intelectual de la élite, pero Zavaleta, Quiroga Santa Cruz o el propio García Linera no son exactamente exponentes del pueblo llano. Lo que vincula a los pensadores del libro es más bien su divorcio de las corrientes más populares -hasta ahora- nacionalistas o de izquierda.Las épocas se suelen examinar por sus insistencias o por sus descartes. En este libro, Molina sugiere insistir menos en lo que hoy abunda, para atender lo escaso, que por algo ha florecido. Nadie sabe si nuestro tiempo será tachado por los pecados de su insistencia o por los de sus omisiones.Además, varios de estos escritores portan una bella prosa, acaso suficiente para leerlos. Entre ellos destaca Prudencio. Éste es un insigne texto suyo, rescatado por Jorge Siles, en un ejemplo de escritores que se salvan unos a otros:»La tragedia del Chaco es una tragedia sin anécdotas, sin gestos, sin gritos, sin horror. Una tragedia subjetiva, callada, silenciosa. Una tragedia helada. El drama de hombres que han traspasado su humanidad y se han hecho espíritu o espectros; por eso un drama sin actitud y hasta sin llanto (…) Yo diría que la tragedia del Chaco ha sido la tragedia de la Angustia, con que los hombres se han encontrado con la nada.”En tiempos en que la libertad habita en boca de cualquiera, pero pocos desafían libremente los prejuicios del día, no hay que desechar a quienes ejercieron la reflexión con ideas y belleza, precisamente ahora, con tanto informe de consultoría o abstruso ensayo sociológico o antropológico que pasa por pensamiento y, encima, con fealdad.Página Siete – La Paz