Politeia
Desde 1964 hasta 1982, una generación de bolivianos, vivimos en sistemas autoritarios de gobierno. La lucha por la democracia fue durísima y heroica. Se fortalecía la esperanza de que pronto todo fuera políticamente bueno. Soñamos que la sumisión terminaría cuando se producían "cambios de guardia" o ficciones democráticas como aquella del Gral. Barrientos que se dotó de una nueva Constitución (feb. 67).
Soñamos que prisiones, torturas, vida clandestina y exilio vil, terminarían y en su lugar se lograría la democracia como poliarquía ciudadana partícipes en los asuntos públicos; que los derechos fundamentales serían reconocidos y protegidos; que los partidos funcionarían como actores de la política; que la opinión pública no sufriría deformaciones ni sería objeto de manipulación; que los jueces proporcionarían una tutela amplia y eficaz; que todos nos comportaríamos en el Estado de Derecho.
La gran ilusión, particularmente cuando fuimos apátridas en algún país que nos acogía y brindaba asilo diplomático, que algún día Bolivia recupere las libertades ciudadanas para todos.
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Durante esos casi veinte años esa imagen del futuro postdictaduras era fruto de las ilusiones de una larga espera y de una larga lucha, dadas en Bolivia y en la Bolivia del éxodo y la clandestinidad.
El 10 de octubre de 1982 la democracia resucitó y ella aún existe. La vida aún discurre en libertad y con participación del pueblo a través del voto para elegir sus gobernantes.
Lamentablemente hoy campea una gran desilusión en gruesos sectores sociales y de opinión. Vemos que la nueva Constitución y sus leyes complementarias no bastan para que los pueblos marchen por la vía democrática. El edificio jurídico-político se ha deteriorado conforme a los mejores cánones democráticos. Están presentes en el Estado manías autoritarias y liberticidas dentro del vocablo “cambio”. Necesitamos nuevos vigores para la paz, la tolerancia y el entendimiento, precisamente ahora cuando se abren nuevos derroteros para el desarrollo económico y la equidad social.
En "La cité antique" Fustel de Coulanges, escribe un párrafo notable: "El hombre puede en determinadas circunstancias cambiar de forma brusca sus instituciones políticas. Sin embargo la mutación de las leyes y de su derecho privado se hace con lentitud y de modo gradual". ¿Tendrá que pasar bastante tiempo hasta que los bolivianos que padecieron las dictaduras sean minoría irrelevante en la población activa y recién las nuevas generaciones, sin lastres de un pasado autoritario a sus espaldas, podrán dar vigencia plena a los principios democráticos y a los cambios insoslayables que se van ejecutando?.
El proceso democratizador requiere un ritmo histórico de tolerancia. Hay que alcanzar sintonía inmediata entre las proclamaciones oficiales y las actitudes de la mayoría del pueblo.
Para la transformación política y social de Bolivia aunque esté regulada por normas jurídicas, los ritmos no marchan en forma adecuada. Lo que debemos hacer es que el cambio sea asunto de todos quienes ayuden a la modernización. Los instrumentos constitucionales deben generar confianza y paz democrática.
Se perciben conductas psicosociales que se alejan de esa cultura política de resignación". El "qué-me-importismo" individualista se restringe. Si persiste esta cultura, el régimen democrático funciona. Los bolivianos deben participar. Los asuntos públicos siempre son mejorables y nada en política es producto de fuerzas irresistibles. Este es el tema esencial para vivir libres y en democracia.