Ivone Juárez / La Paz Está de nuevo en el lugar después de muchos años. Apenas llega a la cima del cerro busca con la vista alguna referencia que lo ayude a ubicarse. Después de 45 años, el mirador natural Laikakota ha cambiado totalmente.Gira a la derecha e inmediatamente señala con el dedo el Alameda, que aún destaca entre los muchos edificios que se han levantado a su alrededor, y recuerda: «De aquí veía el Alameda. Me daba miedo, porque desde ahí disparaban francotiradores.Sigue caminando y llega hasta el resbalín que está en la parte más alta del mirador. Unos niños juegan alrededor, vigilados discretamente por sus padres. «Desde aquí se veía el Estado Mayor, pero ya no. No había estos árboles. Se han construido muchas casas, dice.Sigue avanzando. Se mete entre los niños y padres, y llega hasta el borde izquierdo del mirador, donde está construido un baño público. «Ya no se ve nada, pero desde aquí vigilábamos el Estado Mayor, insiste.Regresa al lugar donde está el resbalín y desde ahí señala hacia el sitio que está lleno de niños y dice: «Creo que allí estaba una especie de mesa de cemento, debajo de un arco, donde creo que celebraban ceremonias religiosas andinas. Ese día del golpe de Estado, en la noche, encontramos debajo de esa mesa el cadáver de dos militares.
Tocamos a uno, tenía dos estrellas. Parece que era el militar al mando, cayó en el enfrentamiento y los militares se replegaron”.El hombre dueño de estos recuerdos es Rigoberto Sosa, militante del Partido Obrero Revolucionario (POR), que en la tarde del 21 de agosto de 1971, junto con decenas de jóvenes civiles, en su mayoría universitarios, llegó al mirador Laikakota para resistir el golpe de Estado que el coronel Hugo Banzer Suárez había perpetrado contra el presidente constitucional Juan José Torres. Sosa tenía entonces apenas 20 años, era un estudiante de colegio que había llegado recién a la ciudad de La Paz. Había nacido en el centro minero de Siglo XX, Potosí.Esa tarde del 21 de agosto de 1971, el mirador estaba tomado por los militares del Regimiento Castrillo que apoyaban a Banzer, y la misión de los civiles era recuperarlo y controlarlo. Es que desde los años de la Revolución Nacional (1952), el cerro se había convertido en una especie de símbolo de control de la ciudad. Seguramente porque desde su cima se tenía un panorama completo de la sede del Gobierno.»Llegamos al mirador a eso de las 16:00. El objetivo era tomarlo. Estaba controlado por los militares. Esto era un campo de guerra porque disparaban desde arriba y desde abajo. De arriba los militares y desde abajo los civiles, que queríamos sacar a los militares”, relata.»El terreno era tan difícil, arcilloso, resbaloso. Prácticamente subíamos arañando la tierra, pero igual resbalábamos”, añade.
La crónica del 22 de agosto de 1971 publicada por el periódico Hoy de La Paz, titulada Laikakota: fuego por doquier, refleja todo lo que cuenta Sosa.»Comenzó la confusión, jóvenes, y hasta niños, retirándose del cerro Laikakota, ante la arremetida de las fuerzas leales al actual Gobierno. Disparos de armamento pesado y ametrallamiento de aviones de la FAB determinaron la toma de esa (sic) bastión. El triste resultado: muchos muertos y heridos. Las consecuencias: dolor y luto en muchos hogares bolivianos (…). Estudiantes y mineros se encontraban apostados en el cerro Laikakota, desde donde castigaban al Regimiento Castrillo”, se lee en la nota.El enfrentamiento se había dado luego del asalto a la Intendencia Militar, ubicada en la avenida Saavedra de Miraflores, hasta donde habían llegado los trabajadores de la Central Obrera Boliviana (COB), encabezados por Juan Lechín Oquendo, para hacerse de armas y enfrentar a los golpistas de Banzer. Sosa y sus compañeros habían participado en esa toma.Minutos antes, a las 15:00 aproximadamente -según Hoy-, en las inmediaciones del estadio Hernando Siles se había registrado un enfrentamiento armado. Miraflores ardió esa tarde.»Nuestra única motivación era defender el proceso democrático porque era la única vía que nosotros veíamos para superar la enorme injusticia social que había en nuestro país, traducida en la falta de salud, de educación. Antes que estar tranquilos con la miseria, era mejor enfrentarse”, afirma Sosa.Esa tarde, entre los cientos de muertos que dejó el golpe militar, cayeron Alberto Criales y Julio Toranzo, amigos de Rigoberto. No murieron en el Laikakota, sino en el centro de La Paz.»Pero aquí, en el Laikakota, murieron muchos, aunque se quedaron en el anonimato. Son héroes que nadie recuerda”, expresa con la voz emocionada Rigoberto Sosa, esa voz que a momentos se confunde con los gritos y las risas de los niños que disfrutan del Laikakota, uno de los parques turísticos más atractivos de La Paz en la actualidad.
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