Terapia. Ambos sufrieron. Uno fue encadenado y el otro aislado por sus familiares.
DM y RO (iniciales de sus nombres) dicen que se sienten libres tras vivir por años encerrados en lo que llaman “la cárcel del alcohol y las drogas”. Luego de una larga lucha se rehabilitaron y se comprometieron a crecer como personas
Micaela Villa – La Paz, La Razón
DM y RO (iniciales de sus nombres) dicen que se sienten libres tras vivir por años encerrados en lo que llaman “la cárcel del alcohol y las drogas”. Luego de una larga lucha se rehabilitaron y se comprometieron a crecer como personas y a ayudar a otros que viven en esa prisión.
Ambos jóvenes accedieron a contar sus historias a La Razón, aunque con la solicitud de que no se los identifique. Acudieron al Instituto Nacional de Tratamiento, Rehabilitación, Reinserción Social e Investigación en Drogodependencias (Intraid), entidad que les ayudó a superar su adicción.
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DM, de 27 años, nació en La Paz y se siente orgulloso de sí mismo cuando cuenta cómo dejó las drogas y el alcohol después de 10 años de consumo continuo. Ahora relata sus experiencias de una manera particular, al son de canciones en ritmo hip hop que él compuso.
Junto con su compañero Franz, formó el dúo HsDF (Haches de Fe) que mañana presentará su segundo sencillo: Haches en la tercera dimensión en el Museo Nacional de Etnografía y Folklore.
DM cambió de expresión y se entristeció al recordar un episodio de su vida en el que sus familiares le encadenaron durante dos años y 10 meses en el cuarto de una casa ubicada en la Av. Perú, donde tenía acceso al baño, a un televisor y a una radio.
Encadenado. “Permanecí encerrado desde el 13 de julio del 2005 hasta el 7 de mayo del 2008, sin ayuda, sin amigos y sin ver el sol”, lamentó. La cadena que envolvía uno de sus pies estaba sujetada a uno de los pilares de la habitación, tenía cinco metros de largo.
Diariamente recibía alimento de parte de sus hermanos y semanalmente una muda de ropa para cambiarse. De nada había servido el tratamiento inicial que sus hermanos le obligaron a seguir en Intraid el 2005, pues lo abandonó a los cuatro días. Sus padres ya habían fallecido.
La vida de DM quedó marcada en 1997 cuando empezó a consumir alcohol. El 2002 conoció la clefa al entrar al cuartel, sustancia que inhaló durante nueve meses. Dos años después se hizo dependiente de drogas. “Llegué incluso a consumir marihuana y pasta base al mismo tiempo, a esa mezcla la llamábamos el Illimani o nevadito”, señala.
Cinco bolsitas de pasta base (cada una contenía como una cuarta cucharilla) eran fumadas en pipa cada día. Hacía pedidos a los narcotraficantes por teléfono y éstos se la vendían entre Bs 5 y Bs 20 cada bolsa.
Al no contar con suficiente dinero para comprar las drogas, DM dice que empezó a vender los objetos de su habitación. “Me quedé sin nada, al extremo de vender hasta los focos de mi cuarto, los vendía en el barrio chino”.
Cuando no tenía nada y se vio en la calle, dormía en los túneles del bosquecillo de Pura Pura y en el mercado Hinojosa. La falta de comida y agua lo llevó incluso a consumir pan con moho y a beber agua del suelo, junto a perros, indica.
Esos antecedentes hicieron que sus familiares le encadenen. Pero cuando fue liberado, recayó. Los años de encierro le ayudaron a dejar la pasta base, pero no el alcohol.
Ante la recaída en el alcoholismo, sus hermanos volvieron a encadenarlo, situación por la que intentó suicidarse. A partir de esos incidentes decide rehabilitarse e ingresar nuevamente a Intraid para su tratamiento.
Con 10 meses de abstinencia y el tratamiento concluido, además de convertirse en artista, se puso como meta ser operador terapéutico para ayudar a las personas que caen en la adicción a las drogas y al alcohol, como fue su experiencia.
En el caso de RO, consumió alcohol desde sus 17 años. Ahora, con 38 años, asegura que lo mejor que pudo haberle pasado es convertirse en operador terapéutico en un centro de rehabilitación de personas que inhalan drogas en Bajo Lipari.
La sonrisa en su rostro y las energías positivas que irradia cuando habla, opacan los recuerdos que por 15 años vivió en albergues con otros dependientes del alcohol y cuando infundió miedo en su familia. “Llegué a robar objetos de cocina y libros de mi casa para venderlos en el Barrio Chino y comprarme droga”, cuenta.
Una vez que obtenía dinero, se dirigía a las 4.00 a la plaza Eguino para adquirir dos sobres de pasta base de cocaína. Cada una costaba Bs 10. Esa cantidad sólo le duraba ocho horas, entonces empezó a hurtar retrovisores y limpiaparabrisas de autos para venderlos en la avenida Montes. “Conseguía por eso unos Bs 40”, dice.
Aislado. “Mi familia almorzaba junta y a mí me pasaban la comida por la ventana de mi cuarto, pues estaba encerrado. Mi mamá decía: ‘Hijo te amo, pero me das miedo’”, narra.
En los días en que no regresaba a casa, él se alojaba con sus amigos en una casa en la que la condición para permanecer era buscar diariamente comida, droga y dinero. Todos salían por la mañana y regresaban en la tarde para seguir consumiendo cocaína.
Cuando tenía hambre, pedía comida a los empleados de una empresa de pollos a la broaster, quienes le regalaban papas y porciones de pollo a medio comer en una bolsa.
El 2004, con ayuda de su familia y su enamorada, entró a la terapia, pero a los dos meses de finalizarla recayó. “Pero la voluntad puede más, mi madre quería suicidarse por tener dos hijos internados, pues mi hermano menor tiene parálisis cerebral y decidí volver a Intraid.”
Ahora, él y su familia viven nuevamente juntos. “Si antes a mi madre le cuestionaban mi estado, ahora me piden que ayude a personas con este vicio y esas cosas me alegran, entonces soy útil para algo”, relata.
Comunidad terapéutica con internación
Representan una pequeña sociedad con normas y responsabilidades, donde personas con drogodependencias aprenden habilidades sociales para controlar su enfermedad. El tratamiento se basa en terapias grupales, individuales, recreacionales y otras. El tiempo de duración, por lo general, es de seis meses.
Actividades sociales para controlar la enfermedad
Dentro de la vida en comunidad, los internos presentan responsabilidades determinadas. Algunos limpian los cuartos, lavan la ropa, hornean pan o cocinan la merienda durante todo el tiempo que permanecen allí. También realizan excursiones a Mallasa y otros lugares para despejarse, como parte de la terapia recreacional.
Requisitos para recibir el tratamiento
Las personas de entre 18 y 55 años de edad con problemas de consumo de drogas pueden solicitar vivir en la comunidad de manera voluntaria para recibir el tratamiento. No deben tener problemas legales o policiales pendientes que imposibiliten su internación. Deben contar con el apoyo de algún familiar o amigo.
Consulta externa de apoyo para los familiares
Este servicio brinda atención en dos módulos. El primero, para drogodependientes que voluntariamente desean realizar el tratamiento por consumo de drogas y que no pueden internarse porque mantienen una fuente laboral o estudios. Y, segundo, para personas que presentan problemas sicológicos en general.
Pasta base a toda hora y al alcance
* Ambos aseguran que la pasta base de cocaína la adquirían de minoristas que venden en paquetes en las plazas Eguino y Alonso de Mendoza, de La Paz. Mientras que en la primera salían desde las 4.00, en la otra permanecían todo el día. También se optaba por comprar la droga directamente de las mayoristas. Todo contacto se lo realiza por llamadas de celular. Una vez hecho el trato, los hijos de las mayoristas o ellas mismas concertaban un lugar de encuentro para dar la droga.
INCLINACIÓN
Ambos optaron por consumir alcohol porque su precio era menor, a Bs 7 el litro.