En esto de hurgar el pasado, me he encontrado nuevamente con el célebre alegato del novelista francés Émilie Zola, en favor del capitán del ejército galo Alfred Dreyfus, acusado falsamente de traición a la patria y condenado a prisión perpetua en la Isla del Diablo de la Guayana Francesa. Este documento, en forma de carta abierta al presidente de Francia, Félix Faure, fue publicado en L’Aurore de París, el 13 de enero de 1898.
Zola, mordaz y agudo, convencido de que el capitán Dreyfus era inocente de las terribles acusaciones que lo llevaron a una injusta condena, comenzó su carta: “Monsieur le Président: ¿Me permitís que, agradecido por la bondadosa acogida que me dispensasteis, me preocupe de vuestra gloria y os diga que vuestra estrella, tan feliz hasta hoy, está amenazada por la más vergonzosa e imborrable mancha?”.
Encuentro algunas similitudes. Con mucha frecuencia, los líderes –entre ellos los presidentes- reaccionan cuando se les menciona que la gloria mundana se acaba cuando hay grandes equivocaciones; que no vale lo brillantemente logrado si luego se tropieza en la injusticia o se incurre en un torpe descuido, y menos aún cuando salta a la vista una acción deliberada que daña a sus congéneres.
Quizá la injusticia no está entre los siete pecados capitales: lujuria, gula, avaricia, pereza, envidia y soberbia. Pero si es un pecado mayor que, cometido por un poderoso, provoca rebeldía y, por supuesto, la solidaridad de todos con el vilipendiado por la falsedad.
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A veces, esto de reparar la injusticia toma años y aún décadas, pero la luz siempre sigue a la noche y, entonces, reluce maléfica la falacia que tantas veces fue –y sigue siendo- el instrumento perverso de los opresores y aún de sus lacayos.
La calumnia de los déspotas se ceba en los desprotegidos. Regocijan a sus autores por el devastador daño que provocan. ¿O no fueron también las calumnias las que llevaron a la guillotina a muchos franceses inocentes?
La historia está llena de estas injusticias. Éstas quedan como baldones para los que las provocaron.
¿Habrá ahora alguien que, percibiendo un “J’accuse…!” que subyace en el pueblo, corrija la tremenda injusticia que se comente contra Leopoldo Fernández? ¿Se reconocerá también que hay muchos otros Leopoldos que, en el olvido, también sobrellevan la injusticia, la persecución, el acoso y la cárcel?
Este no es un “¡Yo acuso!”. Simplemente recuerda la advertencia de Zola a los poderosos: que su “estrella, tan feliz hasta hoy, está amenazada por la más vergonzosa e imborrable mancha”.
En eso, la historia es implacable