Lucinda Mamani choque, una profesora Aimara fue nominada como una de las 50 mejores maestras del mundo gracias a su método revolucionario de enseñanza en las aulas de una escuela rural
Alicia Bress Perrogón –
A simple vista Lucinda Mamani Choque parece ser una maestra más. Pero su esfuerzo y su trabajo por el empoderamiento de las adolescentes de su escuela le valieron para obtener, en 2014, el Premio a la Excelencia Educativa, que otorga la Fundación para la Integración y Desarrollo de América Latina, y para distinguirse como una de las 50 mejores profesoras del mundo y ser nominada, por la Varkey Foundation, con apoyo de las Naciones Unidas, al Global Teacher Prize 2016.
Fue seleccionada entre 8.000 postulantes, de 148 países, pero más allá del reconocimiento internacional, la vida de Lucyn, como la llaman de cariño, es un ejemplo de cómo un maestro puede revolucionar la educación y lograr un cambio social en la vida de sus alumnos.
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De lunes a viernes y antes de que salga el sol, se abriga bien, alista sus libros, deja su casa, situada en el barrio Río Seco de la ciudad de El Alto, y se traslada hasta la tranca de Laja para ir a la Escuela Caleria. Como no hay transporte público que cubra esa ruta, se sube a las volquetas de una cementera que trasladan piedra caliza a Viacha. Durante dos horas recorre la vía hasta la unidad educativa, que queda en el distrito de Pucarani, una zona donde el frío cala hasta los huesos, más aún en esta temporada, en la que el termómetro desciende algunos grados bajo cero y la nieve forma una capa blanca sobre el pasto casi seco.
Llega antes de las 8:00. Unas sillas en el patio con escarcha de hielo le dan la bienvenida. Se para en la puerta de su aula y observa a las decenas de niños y adolescentes que van acercándose a la escuela, algunos en bicicleta y otros a pie, recorren varios kilómetros para llegar, desde las casas dispersas que hay en la comunidad Caleria. Lucinda los recibe con una sonrisa y ellos, con rostro alegre y mucho respeto, saludan a su profe. A las 8:30 se inician las clases.
La escuelita, que se pierde en medio de las montañas y que cuenta con unas pocas aulas estrechas donde los pupitres están uno casi encima de otro, tiene muchas necesidades. No hay un retrete, varias ventanas están con los vidrios rotos y la infraestructura necesita algunas obras de refacción y varias manos de pintura. Pero eso no le preocupa tanto a Lucinda, porque trata de transformar ese espacio deteriorado en un ambiente más dinámico para sus alumnos, decorando su aula con cuadros y pancartas que contienen mensajes informativos y educativos.
A la hora del recreo todos se reúnen en el patio de la escuela.
Los estudiantes reciben su desayuno escolar y poco antes del mediodía los maestros comparten un breve almuerzo comunitario. Por la tarde, los docentes sostienen algunas reuniones de coordinación, organización y planificación para finalizar con un encuentro deportivo entre los docentes. Cerca de las 16:00 Lucinda emprende el viaje de retorno en alguna de las volquetas.
“Los estudiantes y profesores debemos estar suficientemente alimentados. Me preocupa esa realidad. Pasamos clases desde las 8:30 hasta las 15:00, en ese intermedio tenemos un desayuno escolar mínimo, por lo que en la escuela hemos planteado una propuesta de alimentación con productos nativos del lugar. Por lo menos dos días a la semana las maestras preparamos refrigerios para reforzar a los alumnos”, dice.
Lucinda es licenciada en Educación Comunitaria con mención en Derechos Humanos. Hace ocho años que enseña Lenguaje y Comunicación en el nivel secundario en la Escuela Caleria. Además, hoy por hoy, está produciendo un programa de educación que se emite por la radio Tawantinsuyo, considerando que es una herramienta de trabajo masiva para sensibilizar, no solo a los estudiantes, sino también a los padres de familia y a sus mismos colegas.
La defensa de los derechos
No obstante, el redoblado esfuerzo que hace esta maestra de origen aimara para ir y volver a Caleria no es la única característica que la hizo quedar entre las 50 finalistas del Global Teacher Prize. Su método de enseñanza es muy particular. Ella no solo lucha para que los estudiantes aprendan Lenguaje, que es la materia que enseña, sino que, además, los prepara para hacer respetar sus derechos, haciendo hincapié en el empoderamiento de las mujeres, la igualdad de género y violencia cero, desafío que comenzó en el año 2013.
En este aspecto, no solo los estudiantes son capacitados, sino también las madres de familia, a quienes les da charlas informativas y les distribuye material didáctico para que conozcan sobre sus derechos y los hagan respetar.
“Presenciar un acto de discriminación a las mujeres adolescentes que querían postularse al centro de estudiantes de la escuela, a la que los varones se oponían porque pensaban que no podían ser manejados por mujeres, me animó a crear la metodología participativa que ya hemos replicado en más de 30 unidades educativas cercanas a Caleria”, cuenta Lucinda.
Agrega que si bien Bolivia ha avanzado mucho en el reconocimiento de los pueblos indígenas, los índices de discriminación y violencia hacia las mujeres son bastante elevados, peor aún en las zonas rurales.
Explica que para aplicar su método se crearon espacios de reflexión, a través de obras de teatro en la que los varones se ponían en la piel de sus compañeras para vivenciar los efectos que producían en ellas el rechazo y la discriminación. Luego avanzaron a la comunidad y con los estudiantes arrancaron con la difusión, ya que sin un trabajo en conjunto es difícil erradicar la violencia y discriminación contra la mujer.
“Esta experiencia de formación de liderazgo ha revelado que habíamos sido profesores poco equipados en cuanto a materiales educativos se refiere. Habíamos sido maestros solo para enseñar a los estudiantes jóvenes y no a los adultos. Vimos que necesitamos infraestructura, equipamiento, currículo regionalizado con énfasis en el contexto nacional y mundial y, sobre todo, recursos humanos idóneos surgidos de nuestra propia organización para la lucha permanente contra la violencia a la mujer”.
Fuera del aula
Existen excepcionales y muy buenos profesores de aula, remarca, pero que lamentablemente no quieren salir de allí y siguen solo con su tiza y su pizarra, algo que para esta joven maestra, de 31 años, ya no le cabe en su mente.
“Lo que hice fue buscar espacios creativos para incorporar a la malla curricular escolar un tema pendiente en mi escuela, en mi país, en mi continente, como los derechos humanos de la mujer. Impulsé el proyecto pedagógico comunitario con objetivos holísticos que incluyen la participación de la comunidad, las madres de familia, las profesoras y las estudiantes”, comenta.
Lucinda generó actividades de enseñanza fuera de lo común, como la organización de ferias educativas, la elaboración de textos y mensajes educativos de fácil lectura sobre los derechos de la mujer, difundiéndolos a través de programas y cuñas radiales, afiches y banners, a fin de llegar a una mayor cantidad de personas.
Al cabo de pocos meses, comenzó a realizar visitas a las familias de la comunidad para conocer de cerca cómo estaban desarrollando algunos valores como la solidaridad, la paz, la tolerancia y la toma de conciencia respecto a la violencia, pudiendo evidenciar que se estaban logrando los cambios esperados en madres e hijas.
“Mi estrategia ha funcionado porque nace de una necesidad real, dado que, vuelvo a reiterar, la vulneración de los derechos de la mujer es un asunto pendiente en Bolivia y en el mundo. Antes se pensaba que las mujeres campesinas no debían acceder a nada, menos al estudio; sin embargo, vemos que eso ha ido cambiando. Hoy la mejor estudiante de Caleria es una joven adolescente que se está preparando para ir a la universidad”, argumenta.
Soñaba con ganar el premio de un millón de dólares que la Fundación Varkey entrega ya por segundo año al mejor maestro del mundo y que quedó en manos de la docente palestina Al Hroub, que enseña en un instituto en Al Bireh, y no para hacerse millonaria, sino para invertir parte del dinero en que su iniciativa sea replicada en todos los colegios de Pucarani.
Ahora su sueño es que en la escuela puedan tener un comedor para los estudiantes y una biblioteca repleta de libros, una promesa que hizo el ministro Roberto Aguilar cuando Lucinda obtuvo el Premio a la Excelencia Educativa, y que aún se está haciendo esperar. Su otro gran anhelo es contar con una emisora en la comunidad para que los maestros rurales puedan hacer escuchar su voz en todos los rincones del país.
Aunque Lucinda no pudo ganar ni calificar entre las 10 mejores maestras del mundo y tampoco consiguió dinero para viajar hasta Dubái, donde se entregó el premio, se siente satisfecha porque sabe que su esfuerzo está dando sus frutos, porque ve que las mujeres están siendo fortalecidas y ya no se sienten menos que los hombres.
“Lo que más me gusta de ser maestra es conocer los sueños, desafíos y metas de mis alumnos, escucharlos y platicar toda la experiencia de cada uno. Los maestros no solo enseñamos, también aprendemos de ellos. Es hermoso acompañarlos en la etapa de su juventud porque irradian la alegría y la energía con la que se preparan para su vida futura”.
Una niñez dura
Lucinda nació el 28 de agosto de 1984 en la comunidad de Cohana, provincia Los Andes (La Paz), en el seno de una familia muy humilde que pasó muchas necesidades. Cuando tenía cuatro años, su padre, Alejandro Mamani, que también era maestro, dejó su comunidad, a orillas del lago Titicaca, y emigró a El Alto en busca de oportunidades y mejores días. Fue así que estuvo varios años como docente del Centro de Educación Popular Qhana.
En 1994 viajó a Quito, Ecuador, a estudiar Comunicación Radiofónica en Ciespal, dejando a su esposa, Dominga Choque, al cuidado de sus cuatro hijos, Lucinda, Cancio, Leonarda y Julio, que murió a sus nueve meses por negligencia y falta de atención médica.
“Pasamos por momentos muy tristes. Mi madre, después de la muerte de Julio, estuvo muy enferma durante un largo tiempo y como hija mayor me tocó, desde muy pequeña, cumplir con algunas responsabilidades para poder ayudar a criar a mis hermanos más chicos. Fue una época muy dura, pero que, a la vez, me hizo fuerte”, confiesa.
Recuerda que ella y su familia vivían en condiciones muy precarias en una zona donde no había agua potable, mucho menos energía, por lo que de pequeña, ella con su hermano, Cancio, caminaban grandes distancias empujando una carretilla para buscar bidones de agua y llevarlos a su casa. Estudiaban, pero con mucha dificultad. Ahora todos son profesionales, Cancio es profesor y Leonarda, comunicadora.
Lucyn no siempre soñó con ser maestra. De niña quería estudiar enfermería, pero cuando creció, y sin pensarlo mucho, decidió registrarse en la Escuela Normal de Warisata. Se prometió a sí misma que no iba a ser una más del montón, sino que se formaría como la mejor, porque su mayor anhelo era revolucionar la educación en las escuelas, especialmente en las del área rural.
Tiempo de calidad
La joven docente es mamá de Lesly (9) y Grisel (5), a las que deja al cuidado de su mamá para ir a trabajar. Generalmente sale cuando ellas están todavía dormidas y llega al finalizar la tarde. Trata de ayudarlas con sus tareas y obligaciones pendientes, luego comparten la cena juntas. Intenta que ese tiempo que le queda con sus niñas sea de
calidad.
Los fines de semana los dedica íntegramente a sus hijas. Salen a pasear al parque, a tomar helados, al cine o se quedan en casa viendo videos. Aunque no es una experta en la cocina, le gusta cocinar y entre sus comidas favoritas están el fricasé, el thimpu, el wallaqi, que es su especialidad, y la waja.
Le ha tocado la amarga experiencia de no acompañarlas en sus primeras clases, en sus exposiciones o en las fechas importantes como sus cumpleaños o el Día de la Madre, pero ellas saben que son su motor para seguir adelante y para batallar ante las adversidades que les depara la vida. Día a día lucha para darles lo mejor y trata de mantener ese equilibrio entre el trabajo profesional y el de madre. Gracias a Dios, dice, tiene a su mamá, que es la que le ayuda en todo y en especial en la crianza de sus pequeñas.
Sería un orgullo que sus niñas sigan sus pasos, indica, aunque cree que los sueños se van construyendo a medida que uno va creciendo y los hijos tienen derecho de elegir y seguir los suyos propios. “Lo más importante es que tengan en cuenta que sin importar el lugar, la posición o el cargo que ocupen, con una ideología basada en valores, tienen el poder de transformar su entorno, construir un mejor futuro. Todos, niños, jóvenes, adultos, artesanos, carpinteros, agricultores, profesores o médicos, necesitamos de los demás para revolucionar el destino de un pueblo, de un país y del mundo. Tengo claro que un maestro puede cambiar la educación y la educación puede transformar al mundo”, concluye
Fuente: eldeber.com.bo