Vladimir Potanin y Natalia Potanina, los protagonistas de este divorcio multimillonario.
Cada cinco minutos (o cada 3,7, depende del estudio que se consulte) se produce un divorcio en el mundo, pero solo cada cierto tiempo se produce un “divorcio del siglo” como el que llevan protagonizando desde 2013 Vladimir Potanin y Natalia Potanina, una de las (ex) parejas más ricas de Rusia. En juego hay 11.000 millones de euros según Forbes y también según Natalia, que en una entrevista ha explicado, indignada, por qué pelea por lo que considera que es suyo y por qué pelea desde Reino Unido.
Para comprenderla basta remontarse a los años 70, cuando Vladimir y Natalia eran dos estudiantes pobres que se conocieron, se enamoraron y se casaron tan ajustados de dinero que durante un tiempo tuvieron que compartir apartamento con los padres de ella. Los hijos de la pareja comenzaron a nacer al tiempo que la desmembración de la antigua Unión Soviética permitió otro alumbramiento: el de una generación de millonarios repentinos, todos hombres “hechos a sí mismos”, que supieron aprovechar las privatizaciones de las grandes empresas públicas. Entre esos hombres, estaba Vladimir, que literalmente se forró gracias a la industria del metal primero y a la construcción de instalaciones deportivas después.
Como epítomes perfectos del modelo ruso de movilidad social de los noventa, Potanin y Potanina pasaron de recoger patatas con sus manos para alimentarse(según los recuerdos gráficos que Natalia aportó en una de sus entrevistas) a desayunar en su yate frente a la Costa Azul. Pero ya se sabe que cuando uno lo tiene todo, órganos del cuerpo menos conformistas que el cerebro, como el corazón, le animan a conseguir algo más. Eso fue lo que le ocurrió a Vladimir, que no contento con su mujer, su yate y sus tres hijos con Natalia, comenzó una aventura con una de sus subordinadas y se complicó la vida lo bastante como para que el suyo esté llamado a ser el divorcio del siglo.
La nueva alegría de Potanin se avenía a todos los clichés que suelen darse en estos casos: mucho más joven, guapa al gusto magnate ruso y fértil: para cuando Vladimir le pidió el divorcio a Natalia, la novia de su todavía marido ya había dado a luz al segundo hijo fruto de ese amor verdadero que a algunos hombres solo les llega cuando vislumbran ese cambio de ciclo que promete la jubilación.
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Según Natalia, cuando le comunicó el cambio que la esperaba, Vladimir añadió que él se iba con Ekaterina y ella, con un seguro médico, un chófer y una manutención tenía suficiente pensando que, como ya había sido pobre antes, una buena situación, aunque no fuera la que ella considera justa, la dejaría tranquila.
POTANIN Y POTANINA PASARON DE RECOGER PATATAS CON SUS MANOS PARA ALIMENTARSE (SEGÚN LOS RECUERDOS GRÁFICOS QUE NATALIA APORTÓ EN UNA DE SUS ENTREVISTAS) A DESAYUNAR EN SU YATE FRENTE A LA COSTA AZUL.
Así de regular empezó un divorcio que ahora vuelve a las portadas de todo el mundo porque desde el primer momento, Natalia decidió que lo que había unido el sistema matrimonial ruso y el sistema de enriquecimiento exprés ruso, no lo iba a separar Vladimir.
O al menos, no tan fácilmente como pensó cuando,en 2014, la justicia de su país aprobó el divorcio, él se casó con Ekaterina y Natalia inició una guerra que primero la llevó a Chipre, donde un juez embargó los bienes de Vladimir dado que el oligarca tiene allí sociedades offshore y activos y ahora a Reino Unido, donde se ha instalado Natalia para que rija sobre su caso la justicia británica que es mucho más sensible a los derechos de la mujer en caso de divorcio que la rusa: la pérfida Albión permite reclamar la mitad de la fortuna adquirida durante el periodo matrimonial que, en el caso de los Potanin se prolongó 30 años.
Natalia ha desvelado que su marido posee un entramado de empresas registradas en paraísos fiscales de las que quiere la mitad y también que teme que si regresa a Rusia le embarguen el pasaporte y no la dejen salir del país, así que reside en Londres mientras la justicia británica indaga cómo conseguir que el divorcio del siglo, el que superará los 5.500 millones de euros para una de las partes, se firme en suelo inglés.
Fuente: www.revistavanityfair.es