Alfredo Abián
Hoy lunes, 21 de enero del 2010, pasará a la historia como el día en que se dirimió el Mundial de fútbol de Sudáfrica. La cita no será a las 20.30, cuando la roja se enfrente a la temible Honduras, jaleada por Federico Trillo al grito marcial de "¡Viva El Salvador!". No. La hora que marcará el futuro balompédico universal es las 13.30, una isla menos en Canarias. En ese justo instante, la selección portuguesa que lidera el biónico CR9 se enfrentará al único combinado del proletariado mundial: la República Democrática Popular de Corea del Norte, que luce camiseta roja, calzón rojo y alma roja. Su entrenador, Kim Jong-Hun, se ha convertido en el Pep Guardiola de Pyongyang después de clasificar a sus 23 arietes en un Mundial, 44 años después de que los coreanos lograran por primera vez la proeza. Cuentan las crónicas de la época que un delantero asiático a tiempo parcial, dentista de profesión, eliminó entonces a Italia y a punto estuvo de hacer lo propio con Portugal en cuartos de final.
Dios no quiera que hoy sucumban los lusos, porque los seguidores de Kim Jong Il, cuya asombrosa melena encarna a la única dinastía estalinista del planeta, darían un paso atómico. Teniendo en cuenta que la FIFA de Joseph Blatter afloja 30 millones de euros a la federación nacional que se lleve la copa, mucho nos tememos que Corea del Norte será capaz de desarrollar misiles con ojivas nucleares capaces de alcanzar el nonato hotel del Palau de la Música. Porque, no lo olvidemos, el amado líder asiático invierte todos los recursos externos en la madre patria y no como el capitalismo futbolístico español, dispuesto a primar con 600.000 euros a cada uno de los seleccionados. A buen seguro que ni Millet ni Luigi les hubieran dado menos si fuesen presidentes de la federación de fútbol.
La Vanguardia – Barcelona
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