Cuenta la leyenda que una ardilla es capaz de recorrer todo Estados Unidos de propiedad hotelera en propiedad hotelera de Trump, ahora al mando de sus dos hijos. Estos son sus dominios.
El pasado mes de octubre, un ya de por sí estupefacto planeta presenciaba la inauguración del que iba a ser, según su propietario, “uno de los mejores hoteles del mundo”. Se trataba de la reconversión del antiguo edificio de correos de Washington –en la avenida que conecta el Capitolio con la Casa Blanca– en un imponente cinco estrellas. Su artífice fue el entonces candidato republicano y hoy presidente de Estados Unidos Donald Trump, en una muestra clara de que la expansión de sus empresas no iba a tomarse un descanso por el mero hecho de que él se encontrara en plena campaña.
Como todo lo que rodea al presidente, una misma acción servía como argumento sólido para sus seguidores –que distinguían en el hotel una muestra más del éxito empresarial del magnate– y para sus detractores –que veían aun más cerca la amenaza de que Trump pueda utilizar su nuevo cargo para enriquecerse–. Ninguno de sus últimos antecesores en el cargo tenía un perfil empresarial al acceder al mismo. Obama, Clinton y los dos Bush fueron gobernadores o senadores, y aun es una incógnita si el rey del product placement (durante la emisión de su programa televisivo El aprendiz en 2011 apareció un 25% más de productos que en American Idol, según la consultora Nielsen) modificará o no sus hábitos.
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El Trump International Hotel de Washington hace pensar que no.Levantado en un imponente edificio de estilo neorrenacentista del siglo XIX, a pocos minutos de la Casa Blanca, su torre central, inspirada en los campanarios italianos, no pasa desapercibida. Tampoco su sala de baile o su suite presidencial, ambas de las más amplias de la capital norteamericana. Sin embargo, el 1100 de la Avenida Pensilvania se queda en mera fachada para expertos como Michael Crompton, crítico y fundador de Luxury Travel Intelligence, una auditora británica solo para socios. “La decoración es excesivamente llamativa, prima la cantidad sobre la calidad con un servicio pobre y una experiencia en torno al lujo que resulta forzada en ocasiones”, apuntó tras probar el hotel. Lo colocaron como una de las peores tres aperturas de 2016 y no faltan los que ven una especie de ‘sello Trump’, una metáfora de lo que será su mandato.
El imperio hotelero del magnate no se limita a este renovado hotel. De hecho, el idilio entre los cinco estrellas y el presidente va para largo. Arrancó en 1980, cuando el por entonces empresario de 34 años rehabilita el Commodore Hotel de Nueva York, a un paso de la Estación Central (actualmente, el Grand Hyatt). Y cristalizó en 1988, cuando compra el Hotel Plaza de Manhattan por 390 millones de dólares, más una reforma por otros 40.Desde entonces, campos de golf por todo el mundo, hoteles urbanos en rascacielos de grandes capitales, coquetos hoteles boutique en plena campiña y lujosas casas de huéspedes se han ido sumando hasta conformar un negocio que Forbes estima en 975 millones de dólares, algo menos de un tercio de los 3.700 que suma actualmente su fortuna. En total, 15 cinco estrellas en un portfolio que bien podría considerarse el grupo hotelero familiar más importante de Estados Unidos, especialmente desde que los Hilton hace ya 20 años que abandonaron su imperio. Son sus dos hijos mayores, Donald Jr. y Eric, hasta ahora vicepresidentes, los que pasan a hacerse al cargo del negocio.No lo van a tener fácil. Además de la crisis inmobiliaria, que ha hecho decrecer la fortuna de Trump 800 millones dólares en el último año, hay que sumar pérdidas ya reconocidas de 1,1 millones solo en los dos primeros meses de vida del nuevo hotel de Washington, y el resto de hoteles se enfrenta desde la campaña electoral norteamericana a un descenso de reservas que, según un informe de Priceonomics, está un 60% por debajo de las mismas cifras que en 2015. Algunos, como el Trump Soho New York, incluso se acercan a una pérdida del 74% de las mismas. Antes de la carrera electoral, crecían a un ritmo anual del 1,7 %.
Los Trump confían en su hasta ahora buena vista para los negocios hoteleros. De hecho, su cartera tiene buenos elementos como para confiar en ello, con cinco estrellas que, más allá de torres de cristal, hacen las delicias de los más potentados. Es el caso de la exquisita Albermarle Estate, en los condados vinícolas de Virginia, cerca de Charlottesville. De apenas 10 habitaciones, todas coronadas por increíbles lámparas de cristal de Waterford (Irlanda), estatuas de mármol y óleos de gran tamaño en los pasillos, esta casa de huéspedes en los viñedos de Trump es una delicia.
Se encuentra dentro de una finca de 526 hectáreas. El edificio, de estilo georgiano, fue levantado por el empresario y filántropo John Kluge en los años 80 y comprado por Trump en 2012. Con piscina, salas especiales para catas, bodega… es el lugar perfecto desde el que descubrir la Toscana de la Costa Este, así como acercarse a las casas históricas de Thomas Jefferson, James Madison o James Monroe (tercer, cuarto y quinto presidente, respectivamente, de Estados Unidos; toda una señal). Y todo a partir de 320 €/noche.El mismo sosiego que en Virginia lo encontramos al otro lado del Atlántico, en la escocesa isla de Lewis. Hogar de nacimiento de la madre de Trump, allí está el resort de golf Turnberry, adquirido en 2012 y que forma parte de The Luxury Collection. Su edificio eduardiano de 1906 preside el que fuera el primer resort de golf del mundo, un complejo de 103 habitaciones con spa, servicio de chófer, piscina y sede de la academia de golf del magnate (a partir de 580 €/noche).
Entre Estados Unidos, Irlanda y Escocia, la familia Trump posee 13 campos de golf con hotel (a los que hay que sumar otros solo con casa club, como el de Dubái). En su país, el más impactante es el Trump Doral. En una finca cerca del aeropuerto de Miami, regenta un resort de 643 habitaciones de lujo, una casa club y una serie de 72 hoyos en los que no faltan palmerales lagos y amplias extensiones de césped. El lugar ya era un rincón de la élite norteamericana de los años 60, donde acudían a relajarse todo tipo de celebridades, así como sede de un campeonato que ganaron, entre 1962 y 2006, grandes como Nick Faldo, Greg Norman, Tiger Woods o Jack Nicklaus.
Su Suite Presidencial, a partir de 7.300 €/noche, representa el opulento sello Trump. Con dos dormitorios, cada uno con su baño con jacuzzi en mármol italiano, carta de aromas para las almohadas, balcón, comedor para seis personas y camas de Serta, la firma más importante del sector y que fabrica completamente en territorio estadounidense.
La playa de Waikiki, en la hawaiana isla de Oahu, es el hogar de otro de los resorts más diferentes de Trump. Alabado por crítica y público en todo tipo de rankings, el Trump International de este rincón del Pacífico Norte se configura como apartamentos-suites, en espacios de entre 32 y 190 metros cuadrados (hasta tres dormitorios, desde 475 €/noche). Los grandes ventanales de las habitaciones permiten vistas solo superadas por la de las terrazas de sus áticos, Penthouse Suites dúplex y de dos dormitorios cuyas plantas acogen una decoración ecléctica y contemporánea.Ciudad de Panamá, Toronto y Vancouver forman parte del imperio Trump fuera de Estados Unidos. El hotel panameño, junto a la bahía, presume de piscina de arquitectura infinita en su última planta, concretamente en la que hace 70 (es el hotel más alto de Centroamérica). Cinco plantas menos tiene el de Toronto, elegido el mejor de todo el grupo hotelero del magnate y uno de los top de Canadá. El de Vancouver, que se inaugurará durante la próxima primavera, le superará en altura y se convertirá en el segundo edificio más alto de la ciudad.
Después, y a pesar de su reciente y polémica ley sobre el veto de entrada a ciudadanos de varios países de mayoría musulmana, podrían llegar los de Oriente Medio. Ivanka Trump, hija del empresario, declaró a Hotelier Middle East que la compañía había puesto el ojo en Dubái, Abu Dhabi, Catar y varias ciudades de Arabia Saudí. Además, las oficinas americanas de Qatar Airways están curiosamente localizadas en la Trump Tower… Sin embargo, son proyectos aun sin concretar (incluso se está retirando la marca Trump en el campo de golf y sus productos de hogar para la región, según AP).
Lo que sí es seguro es el de Vancouver. Será la primera gran apertura de Trump ya como presidente de Estados Unidos, una oportunidad para comprobar hasta qué punto el magnate separa o no, más allá de lo que las leyes le obligan, sus responsabilidades públicas de los negocios.Fuente: revistavanityfair.es