Nacido en Sofía en 1939, educado en la Bulgaria comunista, Todorov vivía en París desde 1963, donde llegó huyendo del totalitarismo de su país, una experiencia que no dejaría de iluminar su obra intelectualEl pensador franco-búlgaro, considerado uno de los más relevantes intelectuales contemporáneos, murió hoy, a los 77 años, en París. Su constante mirada alerta sobre las tendencias que ponen en riesgo a las democracias no opacó nunca un rasgo de optimismo, o de esperanza en las posibilidades humanas, que hizo original su pensamiento.Nacido en Sofía en 1939, educado en la Bulgaria comunista, Todorov vivía en París desde 1963, donde llegó huyendo del totalitarismo de su país, una experiencia que no dejaría de iluminar su obra intelectual. Deja, en ese sentido, un recorrido prolífico y extenso: sus libros y sus ideas son apreciados en el campo de la lingüística, la historia, la filosofía política y la crítica literaria. Autor de Teoría de la literatura (1970), Los géneros del discurso (1978), El hombre desplazado (1997), El espíritu de la ilustración (2008), El miedo a los bárbaros (2008) y La experiencia totalitaria (2010), recibió el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008 y desde 1987 dirigía el Centro de Investigaciones sobre las Artes y el Lenguaje del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) de Francia.Pensador clave en los estudios de la lingüística durante los años 60 y 70, se volcó en los años 90 más hacia su faceta de historiador. Sus lectores suelen reconocerle un pensamiento crítico que no se alimentaba del rencor, sino de la lucidez, de un intento de equilibrio y de la oposición a la venganza histórica. Gran pensador de la historia y la actualidad europeas, defendía la democracia contra todo extremismo y con realismo, señalando cómo los peligros que la acechaban desde la Guerra Fría no eran tanto externos sino fruto de las propias reglas y mecanismos del sistema democrático. «El ideal de producir el paraíso terrenal puede parecer magnífico, porque se desea que todo sea perfecto y todos vivan en la felicidad, pero en realidad es un ideal mortal. Lo aprendimos a la fuerza. Comprendimos que el ideal democrático, que es mucho menos excitante que la perfección del paraíso, es digno de respeto y hay que defenderlo», dijo en una entrevista con La Nación en 2005.Incansable opositor a todas las formas del autoritarismo y los cepos puestos al pensamiento, tenía una fe también inquebrantable en los seres humanos. «Quizás sea un ingenuo, pero no creo que nada de lo que sufrimos hoy sea irreversible. Me niego a creer en una fuerza sobrenatural que nos impone cosas que no se pueden cambiar. Esto es un asunto humano. Y los cambios vendrán de nosotros», dijo en una entrevista en 2013.La Nación – Buenos Aires