Este documental nos enseña a la Whitney Houston que no nos dejaron conocer


Recién estrenado en Estados Unidos ‘Can I be me?’ nos muestra cómo la industria discográfica se empeñó en ocultarnos a la verdadera Whitney y cómo eso contribuyó a su trágico final.

Whitney Houston

En 2009, Whitney Houston le explicó a Oprah Winfrey cómo liarse un nevadito. «Mira coges un papelillo, le pones tabaco, marihuana y añades cocaína. Humedeces el borde con la lengua, lo enrollas y te lo fumas» explicó la cantante concentrándose en su tutorial y sonriendo al acabar. Oprah a continuación hizo una pregunta en nombre del pueblo (ella siempre habla en nombre del pueblo): «mucha gente no te ha perdonado que destrozases así tu voz, ese regalo de Dios». Esa reflexión encierra un sentimiento colectivo de autoridad del público hacia sus ídolos, una certeza de que la voz de Whitney, su talento y su propia existencia no le pertenecían a ella, sino al público. Y ese público adoró a Whitney de forma selectiva: no idolatraban a la mujer, sino al personaje de ficción creado por la industria musical. Un personaje que en realidad nunca existió. Ahora el documental Can I Be Me? retrata a la verdadera Whitney Houston, un ser humano al que nadie quiso conocer.



Cartel del documental

El título del documental («¿Puedo ser yo?»), que aún no tiene fecha de estreno en España, proviene de una frase que Whitney repetía cada vez que le imponían algo que no quería hacer. Y la repetía tan a menudo que los músicos de su banda compusieron una pequeña pieza musical con esa pregunta retórica. Desde que con 19 años convirtió su primer álbum en el debut más vendido de la historia, Whitney Houston se transformó en una empresa que mantenía económicamente a sus padres, a sus dos hermanos y a una discográfica entera (Arista), cuyo presidente Clive Davis la moldeó para hacer historia. Borró su pasado (Whitney nació en un gueto de Nueva Jersey durante los disturbios raciales de los 60), la vistió como a una señora blanca y le dio canciones pop que sonasen en radios para todos los públicos. Hacía giras sin parar y sin ayuda de un entrenador vocal para proteger su voz, tenía prohibido hablar sobre temas sociales, políticos y personales y en las entrevistas parecía elegante, tímida y aburrida. Una actitud que nacía de la prudencia: Clive Davis quería asegurarse que bajo ningún concepto pareciese demasiado negra.

Whitney Houston con Clive Davis en una gala en 2006.

Siete números 1 consecutivos y docenas de récords después (su segundo disco fue, en 1987, el primero de una artista femenina en debutar en el número 1), la comunidad negra comenzó a rechazar a un icono cultural que, según ellos, se había vendido al público blanco. Durante los premios de música negra Soul Train Awards de 1989 Whitney fue abucheada. Aquella misma noche conoció a Bobby Brown, el cantante r&b de moda, e inició con él una relación que le aportó lo que en la cultura norteamericana se conoce como «credibilidad callejera» a la vez que zanjaba los rumores sobre una relación con su compañera de piso Robyn Crawford. En contra de la creencia popular, fue Whitney quien introdujo a Bobby en las drogas (ella llevaba consumiendo desde la adolescencia, tras haber crecido en un hogar donde nunca faltaba el crack según recuerdan sus hermanos), y los vídeos caseros incluidos en Can I be me? dejan claro que esa pareja, entre otras muchas cosas, se lo pasaba muy bien.Bobby Brown era la única persona del entorno de Whitney que no le decía lo que tenía que hacer. Mientras sus padres y su equipo insistían en que trabajase sin parar, incluso después de sufrir un aborto durante el rodaje de El guardaespaldas, Brown le sugería que se quedase en casa para descansar. Y eso era todo lo que Whitney quería hacer. La verdadera Whitney Houston es la que en 1991, desde la habitación de su hotel en La Coruña, le gritaba a su asistente en la calle que le trajese pollo frito. La que come pizza en un hotel de cinco estrellas llevando un abrigo de pieles mientras imita a Shaft. La que recrea con su marido una escena de la película Tina en la que Ike Turner veja a su mujer en una cafetería restregándole pastel por la cara. La que cantó el himno de Estados Unidos en la Superbowl, en plena Guerra del Golfo Pérsico, vestida con un chándal y llevó la canción por primera vez a las listas de éxitos. La Whitney que nadie quería que el gran público descubriese, por temor a que la considerase ghetto trash (basura de gueto), no tenía nada que ver con la princesa de belleza abrumadora, carácter impecable y voz sobrenatural que generaba millones de dólares. Y cuanto más histórica era su trayectoria, menos podía permitirse ser ella misma.

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Whitney Houston con Bobby Brown en el estreno de

Porque la verdadera Whitney era, además, una drogadicta. Lo fue desde la adolescencia hasta la noche que murió con 48 años en una bañera tras tomarse un tranquilizante y fumarse un porro. Y esa Whitney, la mujer enferma, se fue poco a poco apoderando de la estrella falsa que le habían obligado a fingir ser. Tras el tropiezo comercial de su tercer disco I’m Your Baby Tonight, en cuyo primer video Whitney encarnaba todos los movimientos musicales negros del siglo XX, la banda sonora de El guardaespaldas y I Will Always Love You (versión de una canción, no por casualidad, country) la hizo aún más famosa. Un nivel de popularidad que nadie podía imaginar, sencillamente porque nadie lo había logrado antes: Whitney Houston era la mayor estrella del planeta. Alentada por Bobby Brown comenzó a comportarse de forma más arrogante y a la defensiva, en lo que ella entendía como una rebelión y una reafirmación personal, y sólo podía soportar el ritmo de trabajo y la presión mediante las drogas y el alcohol. Nadie se planteaba llevarla a rehabilitación, porque eso significaría detener la máquina de hacer dinero, y en sus actuaciones Whitney aparecía cada vez más agotada, más sudorosa, con los ojos en blanco y la mirada perdida. La mandíbula le temblaba, su discurso resultaba incoherente y de repente comenzó a dar entrevistas más auténticas. Así fue como hundió su carrera.Whitney se convirtió en un hazmerreír cuando le aseguró a Diane Sawyer delante de 21 millones de norteamericanos (la sexta entrevista más vista de la historia) que sí, había consumido cocaína, heroína, pastillas y marihuana, pero nunca crack porque «el crack es para las locas». Los tabloides publicaron fotos de su casa, llena de basura y pipas de crack, filtradas por la hermana de Bobby Brown. Pocas veces sonó más sincera como en aquella otra ocasión en la que le aclaró a Oprah Winfrey que Bobby Brown nunca le había pegado porque era ella quien le pegaba a él. Aquella Whitney, la mujer soberbia, la adicta a las drogas, la agresiva, fue rechazada por un público que llevaba años viéndola dar tumbos, pero que prefirió ignorarlo.Ni su familia, ni su séquito, ni sus fans, ni Oprah Winfrey hicieron nada por proteger a Whitney de un destino que en el fondo siempre estuvo claro. Durante el rodaje de Esperando un respiro en 1995 sufrió una sobredosis de cocaína. Durante la gira de My love is your love en 1999, un disco con el que reivindicó sus raíces musicales negras, despidió a su mejor amiga Robyn Crawford y no volvieron a hablarse, tras una espiral tan destructiva que el documental previsto sobre el tour nunca se estrenó (en Can I Be Me? hay imágenes caseras de aquel reportaje). Su padre la demandó en 2002 pidiéndole 100 millones de dólares, muriendo unos meses después. Cuando por fin fue a rehabilitación en 2005, Bobby Brown boicoteó el tratamiento porque Whitney era menos dócil cuando estaba sobria. Y tras su divorcio en 2007, Clive Davis reapareció para recordarle que le debía un disco más por contrato.

En la presentación de I Look To You Whitney no tuvo problemas en dejar claro que su plan de vida era abrir un puesto de fresas en Jamaica con su hija, pero que Davis la obligó a grabar ese álbum y a volver a salir de gira. Tras su muerte en 2012, la culpabilidad se apoderó de los medios a través de reflexiones que planteaban realidades alternativas: quizá si le hubieran dejado tener vacaciones, o si no se hubiese casado con Bobby Brown, o si no la hubiesen obligado a hacer películas, o si Robyn Crawford hubiera seguido a su lado, o si efectivamente hubiese abierto ese puesto de fresas en Jamaica, quizá seguiría viva. No es así. La verdadera Whitney Houston está muerta. El personaje ficticio por el que ella dio la vida, sin embargo, es inmortal: los informativos de todo el mundo recordaron el icono cultural que fue, cómo derribó barreras para las cantantes negras que llegaron detrás y cómo su voz, aquel híbrido sobrenatural entre Aretha Franklin y Barbra Streisand, nunca volvería a repetirse. Para hacer historia, Whitney tuvo que renunciar a lo único que deseaba: una vida normal. Los más jóvenes descubrieron, tras su muerte, que Whitney Houston era mucho más que un chiste en las revistas. Lo más mayores, los que hemos visto nacer y morir a su hija, nos dimos cuenta de que, aunque habíamos pasado horas mirándola, nunca llegamos a conocerla.

Fuente: revistavanityfair.es