De bigotes y conspiraciones

Humberto Vacaflor*

La Razón



Mi amigo Filipo Escóbar suele decir que Alfredo Rada, el ministro de Gobierno, es un “llokalla stalinista”. Yo pienso que exagera. No es llokalla el ministro. Pero creo que se está esmerando en ser stalinista.

Hay que admitir que sus bigotes no se parecen a los famosos mostachos del georgiano. Hay un déficit piloso. Pero, en compensación, hay un afán de repetir, en lo que sea posible, lo que hizo Stalin.

Para comenzar hay que definir que el cabecilla de la línea dura del gobierno no es el ex militar Juan Ramón Quintana, un loquito que recuerda a Antonio Arguedas. El líder de la línea dura es Rada. Al fin y al cabo el señor Quintana quizá nunca se enteró de la existencia de Iósif Visariónovich Dzhugashvili, es decir Iosif Stalin. Estaba muy ocupado haciendo de diligenciero de oficinas legales vinculadas a partidos ahora llamados neoliberales.

Lo que ha hecho Rada en los últimos días ha sido imponer su criterio en el gobierno, para lo que tuvo que frustrar otros planes, algunos de ellos muy bien elaborados; casi unas filigranas.

Estaba en marcha una obra de arte de la política, obra del Vicepresidente. En Cochabamba los prefectos de la “media luna” estaban a punto de cometer un grave error: iban a convertirse en aliados del gobierno en la aprobación de la nueva constitución sólo a cambio de que el gobierno incorpore una vaga alusión a las autonomías departamentales en el texto.

El Vicepresidente estaba feliz. Un poco más y hubiera podido exhibir su sonrisa socarrona al anunciar que ahora el proyecto de CPE del MAS es apoyado por la “media luna”. Nada más y nada menos. Una hazaña. Los prefectos opositores estaban haciendo de correctores de estilo del texto de Oruro. Las comas las iban a respetar para que no se enoje Román Loayza.

De nada hubiera valido que, después, los prefectos dijeran que jamás aceptaron los demás artículos de la CPE, porque la propaganda del gobierno se hubiera ocupado de convencer al país de que sí, que los prefectos se sumaron a los nueve aliados que aprobaron el texto en el cuartel de Sucre y en Oruro.

Entonces fue que se interpuso el stalinista. No está para apreciar delicadezas de la política, elegantes juegos de esgrima político, magistrales jugadas de ajedrez: quiere que las cosas se hagan al estilo del bigotudo, es decir por la fuerza.

Y le frustró la fiesta al Vicepresidente. Le escupió el asado, como se dice en el sur.

La corriente dura no quiere engatusar a los prefectos; los quiere derrotar de manera inmisericorde. Por eso es que después de aplicar métodos de la guerra sucia argentina en el chaco tarijeño, la corriente stalinista ha decidido pisar a los prefectos en el cuello con la confiscación total de los recursos del IDH. Ahora no habrá firmas en Cochabamba. Para los prefectos, el golpe stalinista fue providencial: los salvó de la vergüenza.

Es difícil predecir cómo terminará este enfrentamiento de conspiraciones internas. No habrá que descartar que el equivalente a Trotsky sea eliminado.

Lo cierto es que nunca se había visto, como ahora, la existencia de corrientes tan diferentes en el seno del Gobierno.
Después de los triunfos llegan, generalmente, las divisiones internas. Habrá que verlas.

*Humberto Vacaflor G.
es periodista.