El narcotráfico es un fenómeno de consumo y producción

Opinión

Editorial.

Mientras internacionalmente no se cambie la concepción y solución del problema del narcotráfico y la drogadicción, lo que por el momento debe hacerse, es reprimirlo. En esta misión tienen responsabilidades tanto los países donde se consume como aquéllos donde se produce. Ningún pretexto es válido en esta materia.



Es difícil ocultar o disimular el crecimiento del narcotráfico, en proporciones ciertamente alarmantes. Los descubrimientos que se hacen, con frecuencia inusitada, y las cantidades de las que se trata, revelan que el fenómeno de la droga está alcanzando proporciones que merecen no sólo atención especial, sino respuestas enérgicas y oportunas. Dadas las condiciones en que se presenta esa deformación humana, los riesgos institucionales, culturales e internacionales que corre el país son grandes. La indiferencia o el descuido son más que un error.

Entre las causas que generan semejante deformación regresiva, hay unas que podrían ser llamadas tradicionales y otras recientes y muy coyunturales. Podemos comenzar afirmando que se trata de un problema internacional, ciertamente profundo. Esa extensión nos permite señalar que la responsabilidad no es exclusivamente de Bolivia y, obviamente, ni de su Gobierno. Sin una cooperación honesta entre los países donde se consume y los países donde se produce, la drogadicción y el narcotráfico no serán resueltos. Al contrario, las desinteligencias internacionales forman un ambiente propicio para el delito.

Una causa estructural del narcotráfico y la drogadicción es la angustia, la inseguridad, y las ambiciones descontroladas que genera la organización económica, social y política imperante en el mundo. En ese contexto, las personas, los grupos y las clases necesitan estímulos diversos para soportar las desigualdades, pero también para ganar las batallas implícitas en la naturaleza competitiva del capitalismo. La gente consume drogas porque no es feliz o porque pretende niveles de satisfacción más allá de lo humanamente normal.

Es una ley innegable, el efecto del consumo sobre la producción. No sólo en el campo de la economía, sino en ámbito de toda la cultura humana la demanda genera, en forma inevitable, la oferta. Nadie, en ningún lugar del mundo, produce lo que no ha de ser vendido ni consumido. Esta es una de las causas determinantes, cuyo conocimiento y control, corresponde a los países ricos donde la gente ha incorporado en la lista de lo que consume la droga. Sabemos que esta práctica está generalizada, con mayor incidencia en las esferas económicamente privilegiadas. Parece que el problema es sólo de calidad.

Es verdad que mientras haya consumidores, siempre habrán productores. Pero, esto de ningún modo releva de sus responsabilidades a los países donde se produce la materia prima y, en última instancia, el producto final. Bolivia, como productor de coca, tiene obligaciones insoslayables que deben ser cumplidas sin pretextos de ninguna naturaleza. En la lógica de este fenómeno, el aumento de las plantaciones de coca, más allá de las necesidades tradicionales, supone el aumento de la fabricación de cocaína. Esto, además de ciertas flexibilizaciones policíacas, corresponde a la responsabilidad de las autoridades nacionales pertinentes.