Los violentos predicando paz

Usar la violencia como arma política es reprochable de manera independiente a quienes sean sus promotores. Sin embargo los que menos capacidad moral tienen para criticar el uso de la violencia son los masistas ya que han venido usándola desde mucho antes de llegar al gobierno y una vez instalados en el Palacio Quemado siguieron haciéndolo amparados en el poder.

imageimageUn activista del MAS ataca uno de los vehículos de la caravana de Joaquino en Cochabamba el pasado 21 de septiembre (izq). Universitarios y masistas se enfrentaron en Santa Cruz el pasado jueves (der).

La violencia se da siempre por una contra violencia, es decir por una réplica a la violencia del otro, afirmaba el filósofo francés Jean Paul Sartre.



Por ello resulta hipócrita y farisaico que condenen la violencia cuando ellos hacen uso de ella en forma sistemática . De ello son testigos periodistas, dirigentes políticos y cívicos opositores y ante esto se debe recordar ese adagio popular que afirma muy sabiamente que quien siembra vientos cosechará tempestades.

Y eso es precisamente lo que hizo el MAS: sembró vientos pero ahora se rasga las vestiduras y gime plañideras cuando un grupo de universitarios le dan a probar de su propia medicina. Pareciera que quieren tener el monopolio de la violencia y suponen que todos deben soportar estoicamente sus agresiones.

Solo en este aspecto se muestran muy cristianos y quieren que todos le pongan la otra mejilla ante sus permanentes bofetadas. El MAS usa a la violencia como una de sus herramientas preferidas.

Basta recordar los cercos al Parlamento y las golpizas propinadas a dos diputadas opositoras por miembros de las “organizaciones sociales” de las que no se salvaban periodistas que documentaban estas agresiones.

Como violencia no puede concebirse solo a las agresiones físicas. Se practica la violencia también cuando se prohíbe a los candidatos opositores hacer campaña en determinados lugares del territorio nacional. Es fácilmente previsible cual sería la suerte de un candidato opositor (opositor de veras) que se atreviera a incursionar, por ejemplo, en Achacachi, bastión de los “ponchos rojos” el principal grupo de choque del MAS o en el Chapare, el núcleo cocalero.

Lo más seguro es que en este empeño podrían perder la propia vida como lo advirtieron en más de una oportunidad los dirigentes de las “organizaciones sociales”, sin que al gobierno se le mueva un pelo y por el contrario afirme que se trata de una “decisión” de las “bases” que no puede ser contrariada.

En este caso las supuestas “bases” u “organizaciones” no son más que la cortina de humo que tiende el MAS para aplicar de manera impune su violencia. Violencia es también no sancionar a los responsables de los muertos en La Calancha en Sucre, en Cochabamba y otras regiones del país a manos de ordas masistas y cocaleras; violencia es mantener encarcelados contra norma a los dirigentes opositores y poner trabas judiciales para impedirles el derecho de llevar adelante su campaña.

Por otra parte es claro que lo sucedido en la universidad de Santa Cruz es algo que se veía venir. No es casual que los dirigentes de las “barras bravas” de los dos principales equipos de fútbol locales y que no son precisamente monjitas ursulinas se hayan incorporado al proyecto masista.

Cualquier persona medianamente razonable entiende que la violencia debe ser evitada y la mejor forma de hacerlo es que desde el gobierno (que detenta todo el poder) se abandone los métodos de confrontación que se constatan desde su mismo léxico. Los términos de “aplastar” o las frases como “mandar a convivir con los gusanos” no son precisamente pacifistas y es seguro que jamás hubieran sido utilizadas por el Mahatma Ghandi, el apóstol de la no-violencia.