Michelle Obama o el síndrome de Rebeca

Cuando Barack Obama llegó a la presidencia, la popularidad de su esposa estaba por los suelos. El ciudadano no digería el feminismo manifiesto y las opiniones categóricas de esta exitosa abogada afroamericana.

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Joan Fontaine y Laurence Olivier en el filme de Hitchcock, Rebeca.



Gina Montaner | Miami

Michelle Obama comienza a parecerse a la debilitada Joan Fontaine en Rebeca, la famosa película de Alfred Hitchcock; y no tanto porque La Casa Blanca se asemeje a la mansión Manderley con una ama de llaves diabólica, sino por el efecto del uso de la rebeca, esa prenda de punto que puso de moda la Fontaine y que desde entonces lleva el nombre de la difunta esposa cuyo espíritu se interponía entre la heroína y el galán que encarnaba Laurence de Olivier. Pero a la rebeca (que en realidad nada tiene que ver con Rebeca, el personaje que creara la novelista Daphne du Maurier ) volveré más adelante.

Cuando Barack Obama llegó a la presidencia, la popularidad de su esposa estaba por los suelos. El ciudadano de a pie no digería el feminismo manifiesto y las opiniones categóricas de esta exitosa abogada afroamericana. Transcurrido más de un año desde que se estableciera en la Avenida Pensilvania y embarcada en su primer viaje oficial a solas, Michelle Obama goza de un índice de popularidad que alcanza el 70% mientras que el de su marido ha descendido a un 50%.

La primera dama del país ha estado a prueba durante meses antes de que los asesores de imagen dieran el visto bueno para sacarla a pasear por el mundo sin temor a una situación embarazosa. Tras una visita relámpago a Haití, donde se reunió con los niños damnificados y ensalzó el valor de la juventud, Michelle Obama voló rumbo a México. Allí le esperaba una apretada agenda que ha incluido encuentros con colegiales y jóvenes universitarios. En su equipaje no ha faltado la socorrida rebeca.

En otros tiempos, cuando Michelle Obama estaba en la cima de su carrera y a cargo de entrenar a un joven abogado con quien acabaría casándose, tal vez habría acometido temas más peliagudos; pero en su breve estadía en la capital mexicana no hay cabida para discutir con la esposa del presidente Calderón el grave problema de la violencia y los Cárteles de la droga. A la hora del té las primeras damas recurren a la rebeca para espantar asuntos escabrosos como las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez; o harto delicados como una reforma migratoria que sacaría del limbo a millones de extranjeros que viven ilegalmente al norte del río Grande

No será por falta de juicio crítico la razón por la que la señora Obama concluya esta gira sin ganarse titulares controvertidos ni provocar un incidente diplomático con un aliado tan importante como México. No obstante, antes de lanzarla a la órbita de este viaje iniciático, Michelle Obama se sometió, como la fierecilla domada de Shakespeare, a un rito de domesticación que la ha alejado del despacho en un rascacielos de Chicago hasta arrimarla a la mesa camilla.

Un adiestramiento que ha pasado por el énfasis en la vida hogareña, el cultivo de una huerta orgánica, la lucha contra la obesidad infantil y, sobre todo, un perfil bajo que ahuyenta cualquier similitud con una indómita Hillary Clinton que nunca renunció al traje de chaqueta, tal vez porque comprendió que el cardigan representaba la claudicación de sus ambiciones.

Estreno como embajadora de buena voluntad

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La primera dama estadounidense Michelle Obama canta y baila con los niños durante su visita a la escuela pública ‘7 de enero’ en Ciudad de México, el 14 de abril de 2010. Foto:omar torres/AFP

Mientras Michelle Obama se estrena como embajadora de buena voluntad en naciones vecinas, los medios de comunicación estadounidenses la deconstruyen, en busca de claves que marcan un antes y después. En la cadena de noticias CNN dos invitadas, una del gabinete de la era Clinton y la otra asesora de la campaña de Al Gore, están de acuerdo en que la esposa del presidente aprendió bien la lección.

Ambas coinciden en que, inesperadamente, su papel comienza a asemejarse más al de Laura Bush que al que en su día desempeñó la actual Secretaria de Estado como consorte de Bill Clinton.

Cuando Joanne Fontaine, recién casada con el enigmático aristócrata que interpretaba Olivier, llega a la mansión que en el pasado había ocupado la inolvidable Rebeca, el fantasma de la muerta la persigue en cada rincón y la protagonista, resignada, se empeña en emularla.

De algún modo, las primeras damas que han ocupado la Casa Blanca se han sentido en la obligación de seguir el ejemplo de sus predecesoras, cuyas inquisitivas y burlonas miradas las vigilan desde los retratos que cubren las galerías. Michelle Obama no ha sido una excepción. Me pregunto si fue una astuta ama de llaves la que le llenó el armario de rebecas. Esa chaqueta de punto y discreta que pone a las mujeres en su sitio a la hora del té.ELMUNDO.es