Contrastes sobre la libertad de expresión

Harold Olmos

HAROLD Durante una visita a Chile la semana antepasada, a invitación del Gobierno de ese país, hubo algo que, en mayor o menor grado, todos los periodistas que integrábamos el grupo celebramos con halago: la posibilidad de moverse en un ambiente de plena libertad de prensa. Mientras en Bolivia se ha puesto en marcha una ley antirracismo y antidiscriminación capaz de dar estocadas fatales a la libertad de expresión, que ha creado una atmósfera de temor en las redacciones y movilizado a los periodistas en pos de un millón de firmas para eventualmente promover una consulta ciudadana y demostrar la magnitud de los disconformes con la norma, en Chile los periodistas podíamos formular preguntas, réplicas y contrarréplicas sin objeción alguna. No había “de esto no se habla” o sólo preguntarán fulano y sutano.

En casi todos los encuentros, incluso con el presidente Piñera, su canciller y otras autoridades, se hizo percibir a los interlocutores el contraste que notábamos respecto a la situación en Bolivia en cuanto a la libre expresión y libertad de prensa. Todos subrayaron que la libertad de expresión es un bien democrático fundamental, como acaba de decirlo la vencedora de la contienda presidencial en Brasil, Dilma Rousseff, a quien no se le pueden atribuir credenciales de derecha ni oligárquicas. En esos días, una revista publicó en toda su primera plana la foto del presidente Piñera con casco y uniforme de las SS nazis junto a la expresión ‘uber alles’ (Alemania por sobre todo). Fue un ‘gafe’ del líder chileno y la fotografía, una sátira. ¿Fueron procesados la revista o sus ejecutivos? No. Las personas a quienes se les preguntó del asunto simplemente se rieron de la ocurrencia.



Hubo algo que también llamó la atención a varios de los que formábamos el grupo de una docena de comunicadores: todos nuestros interlocutores coincidían en que era preferible una prensa capaz de suscitar molestia entre las autoridades a una prensa domada y reducida a papel de comunicadora oficial. Hubo alguien que citó al presidente y padre fundador de la democracia estadounidense Thomas Jefferson, que decía que entre tener un gobierno sin prensa y una prensa sin gobierno optaría por esta última.

Un punto ingrato de la visita: un encuentro fugaz con el cónsul Walker San Miguel, que ofreció un cóctel en la sede del Consulado boliviano en Santiago. El cónsul dio la bienvenida al grupo y le respondió uno de los visitantes agradeciendo la cortesía. Hubo algunas preguntas. Y uno de los integrantes le hizo notar la extrañeza del grupo al ser convidado por el representante de un Gobierno que considera a los periodistas sus enemigos. Entonces mencionó la ‘ley mordaza’ y los artículos que inquietan a los periodistas por su potencial letal para la libertad de prensa y de expresión. La respuesta del cónsul dejó insatisfechos a sus interlocutores y comenzaban a surgir preguntas que visiblemente lo incomodaban. De repente dijo que tenía una llamada telefónica por atender. Sin más, salió velozmente de la sala y al poco rato un funcionario nos dijo que el cónsul había tenido que salir de urgencia hacia la Cancillería. Algunos creímos que debíamos esperar su retorno. Pero el mismo funcionario nos dijo que demoraría por lo menos hora y media. Una espera incierta nos pareció innecesaria y, desairados, salimos de inmediato de la sede. Algunos creímos que al día siguiente los diarios registrarían algún hecho trascendente causante de la repentina quiebra del encuentro. Nada.

El Deber – Santa Cruz