Sobre-vivir bien

Wálter I. Vargas*

evo_morales_choquehuanca_salvador_512_325 Cita Alcides Arguedas en su libro Pueblo enfermo una graciosa alocución política de hace un siglo, con motivo de unas elecciones legislativas. El político razonaba así: “Trabajar es asociarse, asociarse es civilizarse, civilizarse es progresar, progresar es instruirse, instruirse es educarse y educarse es trabajar por los hijos de la aurora… Asociémonos para trabajar por la humanidad y bienestar; por el pueblo, civilización y progreso; por el ejército, moralidad, amor y subordinación a la patria”.

Ahora bien, después de escuchar el discurso del canciller David Choquehuanca en la toma de posesión del gabinete, hace una semana, tengo que concluir que el ministro debe ser uno de los mencionados hijos de la aurora a los que se refería nuestro antepasado. Por sacar una frase al azar de su discurso: “Entonces Vivir Bien es saber alimentarse, Vivir Bien es meditar, es saber trabajar. Mentir no es Vivir Bien, no trabajar no es Vivir Bien, robar no es Vivir Bien, entonces el Vivir Bien es saber trabajar, es saber gobernar, es saber comunicar, saber soñar, es saber respetar a nuestros mayores, a nuestros menores y a nuestra Madre Tierra”. Juzgue el lector si en vez de mejorar no estamos en plena reproducción de la verborragia huera que Arguedas vio con perspicacia como uno de nuestros males culturales.



Vivir bien, buen vivir, suma qamaña. La propuesta pertenece justamente, si no me equivoco (y aunque poco importe qué individuo la haya acuñado, tratándose de una filosofía que propugna justamente el antiparticularismo, el antiegoísmo, el antiindividualismo y otros antis que dejo al lector que agregue de yapa) la propuesta, digo, salió de don David Choquehuanca. Es filosóficamente andrajosa, sea dicha rápidamente la verdad, pues no sabe decir de ella nada más que pleonasmos o frases insustanciales, cosas tales como “vivir bien es estar en armonía con la naturaleza”, “es tener bienestar”, “es no estar mal”, “es respetar a la Pachamama ”, “es respirar aire puro”, consiste en “alimentarse, no comer”, “danzar, no bailar”, “es saber amar y saber ser amado”.

Debo anotar que al arrojarnos toda esta retahíla de bondades (y no la he agotado, ni mucho menos) el hermano Canciller olvidó incluir la noble ciencia cultivada por las hermanas mujeres y los hermanos modistos: el vestir bien. Pero en cambio enriqueció la nueva filosofía con un arrebato onírico-libertario: “Por ejemplo, cuán importante es soñar, sólo luchan los que sueñan, los que pueden imaginarse un mundo sin cadenas, sin sueños sólo somos materia prima para la explotación capitalista, fuerza de trabajo, como nos dicen esclavos modernos del capital, pero con sueños somos un torrente invencible, porque cuando un pueblo sueña y se levanta no hay imperialismo ni fuerza que lo detenga. Por eso los capitalistas invierten tanto en los medios de comunicación para embrutecernos, para que no soñemos con un mundo diferente”. Esta inesperada incursión en la metafísica de Calderón de la Barca para el enriquecimiento de la filosofía del bienestar debe, sin embargo, ser refutada con un argumento personal: yo uso la televisión más bien para lograr conciliar el sueño, y a fe mía que una vez que lo consigo, no veo precisamente mundos diferentes.

“Hoy en el mundo cuando habla Bolivia todos guardan silencio”, dijo también Choquehuanca ese día. Pero, francamente señor ministro, y con el más fraternal ánimo de tomarlo en serio, ¿está usted seguro de que ese silencio se debe a que “saben que hablaremos con pensamiento e identidad propios” y no más bien a la consternación, a la incredulidad, al pasmo?

Y por otro lado, olvidándonos del ancho mundo, ¿está usted realmente persuadido de que los diez millones de bolivianos están con el suficiente humor como para escuchar sus ocurrentes ensueños de un mundo mejor? Yo pienso más bien que, después del sofocón de fin de año, y ante las perspectivas nada halagüeñas del 2011, antes que en el mentado bien vivir, la mayoría está rompiéndose la cabeza pensando en cómo sobrevivir, bien o mal, pero sobrevivir. Y por ello, creo que conviene, por un mínimo de respeto a la ciudadanía, posponer por el momento las definiciones del vivir bien, sea lo que éste fuere y esté donde esté, para ocuparnos de cosas más importantes.

*Crítico literario

La Razón – La Paz