Guerra entre cocaleros e indígenas

Winston Estremadoiro

WINSTON_thumb Quién tuviera el talento de Euclides da Cunha, autor de la novela histórica “Os sertões” (1902), hito literario de la cultura latinoamericana. Como el ocaso pampeano opaca la destreza del pincel que lo pinta, la realidad puede ser más alucinante que la ficción. Pero el catalizador de la amalgama de tierra, hombre y lucha de la obra reputada “O grande livro do Brasil”, que troca descriptivo barro en oro literario, es la simpatía del escritor hacia los desvalidos de Canudos. Tengo simpatía hacia los desvalidos del Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro-Sécure (Tipnis), pero escaso talento para machacar sobre el futuro desastre medioambiental de atravesar el corazón de la reserva con la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos. Por eso me valgo de palabras del genio brasileño, aseverando que el proyecto es “en la significación integral de la palabra, un crimen. Denunciémoslo.”

He ahí una tierra bendecida por ser un laboratorio natural de especiación vegetal y animal de rango mundial, que D’Orbigny llamó la selva más hermosa del mundo. Es un manchón prodigioso del Corredor Vilcabamba-Amboró, que empieza en el Manú peruano y culmina en Amboró, hermosa reserva cruceña visitada por turistas y bien atendida por sus lugareños. Pasa por el Parque Madidi paceño, que debería poner las barbas en remojo –junto con las de Harrison Ford y otros famosos- con lo que está pasando en el Tipnis.



He ahí indígenas indefensos que buscan la tierra sin mal, la Loma Santa, tal vez encontrada en las estribaciones andinas. Cruel paradoja que huyendo de la sartén del acoso de estancieros al norte, terminen en las brasas de cocaleros depredadores al sur. Son Trinitarios de la etnia mojeña, inermes a la codicia de criollos luego de la expulsión de los Jesuitas. Son Tsimanes desplazados del pié de monte de zonas de colonización del norte paceño. Son Yuracarés y Yuquis, desterrados estos últimos a morir en lo profundo de la selva, tísicos.

En 1980 los cocaleros habían penetrado una centena de has de la reserva; hoy son más de treinta mil desmontadas en alianza funesta con tronqueros, con el agravio de que por una lata de alcohol degradan a los indígenas dueños del monte al triste rol de tumbarlo. Ocho centrales de sindicatos cocaleros han ido empujando hacia el norte a las comunidades indígenas: de 22 quedan solo 14.

Igual que a los harapientos de Canudos les endilgaron de ser monárquicos en un tiempo de euforia republicana, a los amerindios del Tipnis les acusan de oponerse al progreso. Ni siquiera piden otra vía, ni exigen plata compensatoria, responde Adolfo Moye, su dirigente. Visto desde mapas desde 1986, el avance cocalero evoca la mancha negra de un tumor canceroso. La metástasis sobrevendrá con el lanzazo de 177 km, el tramo entre Isinuta, la entrada al sur, y Monte Grande del Apere, la salida al norte, de la carretera que algún político brasileño llamara la “transcocaleira”. La parte más crítica es el corazón de la reserva, 43 km de la Zona Núcleo del Tipnis.

¿Está la construcción de la carretera reñida con la conservación? La evidencia de otros países dice que no. Lo inmoral es que un proyecto que atraviesa una reserva natural no haya previsto salvaguardias de conservación. No solo lindos letreros camineros de paso de animales. O sendas donde guías indígenas arreen grupos de nacionales y extranjeros a reverenciar árboles centenarios. Sueño conjugar conservación, caminos y turismo en 64 comunidades nativas de la Subcentral Tipnis, capacitadas, equipadas y armadas como guardaparques para repeler la invasión cocalera; alucino que prohíban esos adefesios de paradas de buses, cuyos viajeros comen, beben y defecan, afeando el entorno con orines y desechos plásticos. ¿Será mañana con bolsas llenas de coca ordeñada de su droga? Porque “la carretera facilitará el narcotráfico”, dice el ex ministro de Tierras, Alejandro Almaraz.

Ratifico en que es curioso que 306 km de carretera cuesten $us 442 millones de dólares, si 45 km ya tienen plataforma, obras de arte y puentes, cortesía de los gringos. ¿No intriga que sea el doble del costo de una de pavimento rígido? Dicen expertos que con tanta plata se podría ejecutar una verdadera “Y” de integración, conectando no solo Cochabamba con Trinidad, sino asfaltando el tramo San Ignacio-San Borja-Yucumo, que vincule con La Paz. ¿No da para pensar en un corrupto convidado de piedra?

No vaticino un final apocalíptico en el Tipnis, que en Canudos terminó con el exterminio de sus últimos defensores: un viejo, dos hombres y un niño. Pero quizá caerá la máscara de engaño del régimen de Evo Morales, tantas son las transgresiones constitucionales, legales y atropellos a derechos indígenas en el emperramiento de que la carretera se construya, quiérase o no.

Si Bolivia fuese presidida por un estadista, se preferirían los réditos a mediano plazo de un turismo aliado a la conservación de un acervo natural de gran valor. Pena que sea mal gobernada por el jefazo del gremio cocalero del Chapare, asociación que es cómplice inicial de torvos madereros y luego proveedor del negocio maldito de convertir coca en cocaína. Es además un tablero de ajedrez donde se mueven piezas siniestras. El caballo de la corrupción estatal, el alfil narcotraficante y la torre de “bandeirantes” de contratos camineros, acosan a la reina del acervo natural boliviano, en un gobierno autocrático que se llena la boca de respeto a la Pachamama.

El Día – Santa Cruz