“Los dandis de Cochabamba”

Salvador Romero Pittari

SALVADOR El domingo 4 del mes, el diario Clarín de Buenos Aires publicó un artículo con este título que de inmediato despertó mi interés. Cierto, las cualidades y artes de los cochabambinos han sido objeto de comentarios y ensayos dentro y fuera del país. Unamuno dedicó un corto trabajo a la imaginación en la llajta, que, en su opinión, ilustraba un rasgo del carácter hispanoamericano y español, afecto a presumir de imaginativo, con escaso fundamento, pues unos y otros son más palabreros que imaginativos. Facundia en lugar de creatividad. Un vicio con íntima afinidad con esa viveza maliciosa que carcome a los pueblos habladores, fantasiosos, la envidia, inseparable de la vanidad.

Esta vez el artículo parecía referirse al dandismo de Cochabamba. Antes de leerlo pasé mentalmente en revista a mis amigos cochabambinos intentando ver si encajaban en el concepto de dandy, término inglés, algo envejecido, difícil de traducir al castellano. Ninguno de ellos correspondía a esa suprema elegancia en el vestir, en el estilo de vida, notas asociadas a la palabra. La actitud del dandy no carecía de provocación, de agresividad, de búsqueda enfermiza de aceptación, bajo cubierta de indiferencia, que a decir de Mallarmé era propia de hijos de porteras y de aristócratas rastacueros, de escritores con ínfulas de genialidad. Los rápidos cambios en la moda, ahora mucho más suelta, cuando no desparpajada, hacen menos corriente hablar de dandis, si bien a los atuendos de hoy no les falta el ánimo de retar, de desafiar.



Lo que sí encontré en mi revisión fue a varios de ellos y algunos más que podían caer en el calificativo de snob. Otra palabra inglesa, igualmente casi imposible de trasladar a otro idioma. En mis años de estudiante en Lovaina, recibí de un querido amigo cochabambino como regalo, un breviario en la materia, escrito por P. Daninos, dado con toda intencionalidad, aunque el obsequiante también reconocía no estar libre del pecado, Snobissimo. Así con dos eses. Para ser snob hay que serlo desde la primera página. El autor consideraba el snobismo como un afán desmedido de parecer más que de ser, capaz de llevar al sacrificio de convicciones, opiniones, gustos, amistades y hasta de la comodidad por dar una impresión a la moda o conveniente. Se manifiesta en la vida cotidiana, política, académica en las relaciones amorosas, es ubicuo.

Qué pena el artículo de prensa me decepcionó. No se ocupó de los bolivianos, solo hizo referencia a unos dandis porteños que aparecían en la calle Cochabamba de esa capital, lo que constituía “una prueba última de que en un mundo sin modelos, sin aura, el dandismo corrobora la imposibilidad del heroísmo moderno”. El ensayista se ampara en las ideas de Baudelaire, quien juzgó el dandismo como una aspiración hacia lo sublime.

El dandy, deseoso de chocar a los complacidos burgueses, a las beatas, a los políticos tradicionales no fue un fenómeno exclusivamente europeo, también tuvo expresiones locales entre fines del XIX y principios del XX en la realidad y la ficción. F. Tamayo tuvo además de los zapatos amarillos del dandy, posturas y palabras propias de ese personaje. Sus émulos eran distintos al tradicional pije dominguero ocioso y mano rota de las plazas de los pueblos y ciudades del país. A. Chirveches pintó un dandy aymara en La Virgen del Lago. En aguas estancadas, ambientada en Cochabamba, D. Canelas, reveló otro que no soportaba que sus paisanos usen los mismos perfumes que él, la exclusividad del agua de colonia era su sello distintivo.

La Nota de Clarín con un dejo de nostalgia recuerda que el mundo de hoy exhibe una elegancia, distinta a la del dandy de antaño, aunque éste no sea completamente una figura de un tiempo ya ido, pues como dijo Mallarmé, todos somos en el sentimiento y la mente dandis fracasados, por allá hijos de modistillas y nobles caídos, por acá de caciques vencidos, de segundones y de damas de pollera.