Cuidado con Omasuyos

José Luis Bolívar Aparicio* 

Dos acontecimientos de características trágicas tuvieron lugar en el mismo sitio, uno muy diferente del otro, uno más atroz que el otro pero ambos con el mismo destino, la impunidad y el desparpajo a flor de piel.

Después de la Guerra del Agua que paradójicamente hizo arder Cochabamba, la situación se puso realmente cuesta arriba para el gobierno de Banzer Suárez que veía sus políticas de privatización detenidas por todos los flancos, primero por amorales y segundo porque su aplicación en el caso de los servicios públicos era inviable. Las explicaciones y socialización de las medidas eran insuficientes, y no debido a que la gente hiciera oídos sordos, simplemente la impopularidad del mandatario y su equipo gobernante llegaba a tal límite, que cualquier cosa que ofrecieran caía en saco roto.



La salida de la cárcel de la plana mayor del Ejército Guerrillero Tupac Katari con Felipe Quispe a la cabeza y los hermanos García Linera como segunda línea entre otros militantes más, trajo consigo dos cosas, por un lado la aplicación de los principios de la Ley, en un sistema legal tan vilipendiado el día de hoy, pero que, aunque no era un dechado de virtudes (si el fiscal Nemtala y los jueces hubieran hecho lo debido, todos los terroristas del EGTK hubieran sido sentenciados a 30 años de cárcel como mandaba la norma y estarían cumpliendo su sanción hasta el día de hoy), obedecía lo que decía la Ley y como ella estipulaba que si un delito no había tenido sentencia en determinado tiempo, el delito prescribía y la libertad era el resultado automático. Lo segundo, un anuncio de que por lo menos uno de ellos se iba a convertir en un verdadero dolor de cabeza, y así fue, el Mallku se transformó hasta el 2003 en un dilema para cualquier Ministro de Gobierno.

Al mando de la CSUTCB, quiso su propia guerra del agua y la tuvo para su deleite. Dispuso que el altiplano boliviano bloquee las carreteras y evite el abastecimiento a la ciudad de La Paz hasta que se derogue la Ley de Aguas 2029 y dejen de privatizar “La sangre de la Pachamama”.La medida fue acatada con contundencia, no hubo camino libre hacia La Paz y las pantallas de televisión a la hora del noticioso se llenaron de imágenes que mostraban alfombras de piedras sin un solo bloqueador. La táctica era muy interesante y su creador la denominó “Plan Hormiga”.

Grupos de campesinos recogían miles de piedras, las depositaban sobre la carretera y desaparecían, cuando el Ejército llegaba a desbloquear esa zona (la Policía estaba amotinada en La Paz), otras comunidades estaban haciendo lo mismo en otras partes de la vía y de esa manera la tarea de tener el camino despejado era algo menos que imposible, al extremo que el ministro Ronald Mac Lean no tuvo mejor idea que la de ir al enfrentamiento.

Los lugares para el choque de fuerzas fueron Patacamaya y Lahuachaca y el resultado fue funesto, el profesor Rogelio Calisaya y el dirigente campesino Javier Chambi fallecieron en la refriega.

Dame un muerto y te daré una revolución dicta el dicho, y al Mallku las víctimas le cayeron como anillo al dedo. En protesta por los difuntos el domingo 9 de abril del 2000 se convocó a todas las poblaciones de la provincia Omasuyos a hacerse presentes en Achacachi para enfrentar la arremetida del Regimiento Ayacucho. Cuando las piedras lanzadas con hondas y q’urawas zumbaron y empezaron a herir a los militares, los proyectiles de plomo cobraron sus primeras bajas. Ramiro Quispe fue la víctima usada como bandera y con el alcanzó para incendiar cualquier vestigio de Estado en la población. Prefectura, Alcaldía, Policía y cárcel fueron devoradas por las llamas y cuando el Comandante del Regimiento quiso apaciguar las cosas cometió un error que le costaría la vida a su ayudante. Ambos fueron víctimas de una golpiza de la que sólo se salvó el Tcnl. Armando Carrasco. El capitán fue auxiliado en el hospital debido a sus heridas, pero en cuanto la turba se enteró de su paradero, sin respetar ningún derecho humano lo sacaron del nosocomio y perpetraron contra el infortunado las peores bajezas imaginables hasta darle muerte.

La fama de los Ponchos Rojos creció, y de ellos se apoderó una imagen creo yo sobre estimada de su valor y determinación, la cual quedó muy venida a menos con un gesto brutal de infame cobardía, cuando degollaron a tres inocentes perritos a la vista de todo el mundo para dejar en claro su grado de insensatez.

Imagen que se vio reforzada la madrugada del 17 de noviembre de 2008 cuando los pobladores de la capital de la provincia Omasuyos dieron una muestra más de su carácter irascible, que cuando se enfada y si a ello se le añade alcohol e ignorancia, el infierno de Dante queda chico ante en esa ciudad del altiplano nacional.Un grupo de 11 delincuentes aprovechando la festividad de San Cristóbal, se dedicaron a atracar a cuanto borrachín se recogía, robando sus pertenencias y haciendo daño a sus víctimas. La gente se dio cuenta, logró capturarlos y empezó la orgía de sangre y bilis.Después de golpear a los delincuentes en la plaza principal, los trasladaron a la cancha de fútbol, repartiéndolos por igual cantidad en cada arco. Mientras los encendidos gritos de los linchadores pedían sus cabezas, el que pasaba los flagelaba mucho o poco de acuerdo a su estado de ánimo o grado de embriaguez. Desde darles veneno hasta decapitarlos, los tipos de castigo sugeridos eran diversos. Ganó la opción piromaniaca, los rociaron de gasolina y querosene y los quemaron vivos, dos de ellos no resistieron y fallecieron, el resto fue entregado a la Policía en la tarde del lunes después de largas negociaciones. Los sobrevivientes dijeron que fue la llegada del día y la luz del sol lo que les salvó la vida, pues de haber permanecido la oscuridad y con ella el anonimato, ninguno de los 11 quedaba vivo.Al terminar ese episodio y ante el rechazo y escándalo en la sociedad civilizada de Bolivia, Gobierno y otras instituciones se movilizaron o al menos hicieron el intento de averiguar qué era lo que había sucedido y dar con los responsables de semejante atrocidad.Una fiscalía timorata, llena de pavor y alarma se quiso hacer presente en Achacachi para realizar las investigaciones pertinentes y encontrar a quienes dieron cuenta de la vida de dos personas además de causar semejantes lesiones a los otros nueve (afortunadamente en nuestro país, aunque sea sólo en el texto, hasta los peores delincuentes tienen derechos), para hacer justicia y mediante el ejemplo evitar que tal episodio vuelva a acontecer.El pacto de silencio los dejó con los crespos hechos, nadie, pero absolutamente nadie había visto, oído, sentido o hecho algo. Acá no pasó nada y por lo tanto no hay nada que averiguar fue la consigna. Puertas y ventanas cerradas les evitaron cualquier tipo de contacto con la población y no hubo forma de hacer averiguación alguna.Pero lo que más llamó la atención en este episodio es que quien salió ante los fiscales y medios de comunicación fue el entonces Alcalde Municipal de Achacachi, dando un mensaje por demás claro a la población boliviana pero sobre todo al Estado Nacional.

“En Achacachi, hay un Comité de Vigilancia y no se va a permitir la entrada de ningún extraño al pueblo” y además agregó: “Si alguna persona sospechosa entra, inmediatamente se convoca a la gente con petardos y los silbatos. Con eso van a detener a la gente y van a llevar para interrogar».

Este arrogante mensaje, con el que se atribuyó el rango de rey chiquito de una aldea sin Dios ni Ley, le valió ser luego Presidente del Senado y hasta Ministro, cargo que ocupa hasta la fecha, y que demuestra la importancia de estar por encima de la Ley y meterle nomás en estos tiempos.

Ambos acontecimientos siguen sin castigo y no serán ni investigados ni sancionados como manda la Ley. Hoy que Achacachi está nuevamente en pie de lucha pero teniendo como actual rival al Gobierno Nacional debería poner en alerta a más de uno y recordar que cuando se trata de la provincia Omasuyos es mejor tomar la cosa con pinzas y manejarla con mucho cuidado.

 *Es paceño, stronguista y liberal