San Matías

José Luis Bolívar Aparicio* 

El sol parecía quemar por encima de los uniformados con cascos de Policía Militar, que con rostro firme trataban de ocultar la preocupación que los embargaba al ver su vida en peligro. Una muchedumbre de unas 800 personas quería tomar por asalto el edificio municipal que servía para todos los servicios públicos de la localidad.

Prefectura, Alcaldía y Policía compartían la vieja casona donde la casi inexistente fuerza del orden tenía en su infame e inseguro calabozo a la protagonista principal del entuerto.



Un novel Subteniente con menos de un año de ejercicio estaba a cargo de 28 muchachos menores de 18 años y su responsabilidad era mantener un orden que se desmoronaba como un castillo de naipes que parecían arder bajo aquellos 41 grados centígrados a la sombra.

¿De cómo ese casi millar de personas estaban reunidas aquel medio día tratando de que todo acabe en una carnicería?El oriente boliviano a partir de los años 80 comenzó a recibir la migración de los primeros occidentales que en lugar de irse al Brasil o la Argentina, apostaron por los nuevos derroteros en su propia Patria y Santa Cruz era un buen destino. Su economía aún precaria, estaba abierta a nuevos capitales, pero sobre todo, nuevas formas de hacer comercio.El aymara, si algo sabe es hacer vender. Cuenta con una paciencia casi bíblica y es capaz de empezar con piedras y crecer hasta el infinito. De manera que muchos de ellos se fueron a las capitales pero muchos otros también apostaron por los pueblos más remotos.San Matías el año 1993 era una población en el punto más septentrional del enorme departamento cruceño con no más de 10.000 habitantes y con una dinámica mercante dominada por los “collitas”, que apostados en las dos avenidas principales del pueblo, eran los referentes del comercio en ese hermoso pueblo, que pese a ser terriblemente influenciado por la cultura brasilera, reivindica intensa y apasionadamente su bolivianidad.Una de estas comerciantes de raíces paceñas, tenía como empleado a un niño de 10 años para que le ayude con la mercadería, acomode sus productos y sea su aliado en las ventas. El “pelado” se ganó la confianza de su patrona de a poco y cada vez la relación laboral era más afectiva.Los entretelones nunca llegaron a aclararse, pero el relato popular decía que el muchacho se había robado un par de “chinelas” de la tienda y que la dueña al verse sorprendida en su buena fe, quiso darle una lección al niño y para tal propósito no tuvo mejor idea que darle una paliza con un “quimsa charani” al estilo de cómo se castiga en el altiplano paceño.Probablemente no midió sus fuerzas, probablemente se le fue la mano o quizás hubo un golpe con muy mala suerte, pero la realidad es que el niño acabó en el hospital donde el auxilio médico no pudo salvarle la vida y la madrugada de ese viernes el niño dio su último suspiro.En San Matías (y me parece que en cualquier pueblo pequeño) los rumores corren como reguero de pólvora y a las 10 de la mañana, media población ya estaba alertada de lo que pasó. La Policía con sus únicos 3 efectivos, detuvo a la sindicada y la trasladó a la pequeña e insegura celda de esa casa en la esquina de la plaza principal.Los compañeritos de curso del difunto salieron encabezados por las monjas de la escuela en una marcha de protesta pidiendo respeto a la vida de los niños, pero impensadamente, la gente se sumó a esa pacífica ronda y muy pronto el griterío subió de tono y como pasa con el gentío, bastó que una voz pida la cabeza de la “asesina” para que se transforme en clamor popular.Los asustados guardias pidieron auxilio al Ejército cuyo Comandante pensó que era sólo una breve revuelta popular que al mediodía desaparecería por efecto del cansancio y el calor. Tan sólo mandó a su Subteniente de guardia con una sección de 27 hombres armados tan solo con sus fusiles pero sin munición previendo cualquier accidente.Pero no contó con la indignación de la gente que con el sol encima, sólo recalentaba su bronca y de un simple pedido pasó a una exigencia seria para hacer justicia con mano propia, y el deseo de colgar a la “chola” en un árbol de plaza era cada vez más firme.Una amiga del oficial se hizo campo entre la turba y se acercó al militar que se veía firme en su vigilancia pero que por dentro cargaba mucho temor, en especial por los soldados a su mando y porque su pedido de refuerzos no hacia oídos en su Comandancia hacía más de una hora. Se le acercó al oído y le dijo: Váyase, salve su vida y la de sus soldados, usted no tiene nada que hacer acá. No queremos su cabeza sino la de la “colla”, pero si no se retira, a nadie le va a importar colgarlo a usted más.De pronto, la plaza ya estaba poblada por más de 500 personas y muchas de ellas llegaban alcoholizadas, el tumulto era casi incontrolable como el sudor que caía de la frente de los vigilantes que no recibían ni órdenes ni auxilio. La situación se volvió más que crítica cuando al fondo de la muchedumbre dos antorchas empezaban a despedir humo negro mostrando las claras intenciones de esos desubicados.Pero como si fuera un milagro (aunque es lo más típico de los medio días del pantanal), el cielo se oscureció en cuestión de minutos y como si Dios hubiera escuchado las oraciones de auxilio de aquel subteniente, San Pedro soltó tal cantidad de agua sobre ese sector que parecía que hubiera vaciado una cisterna divina sobre San Matías.La gente salió despavorida a buscar refugio bajo los enormes mangales de esa plaza y el militar aprovechó para junto a dos soldados valientes, entrar a la celda, disfrazar a la acusada de PM y por una ventana sacarla rumbo al cuartel para salvar su vida.El lunes pasado, una situación similar sucedió en el cuartel de la FELCN, de aquella remota ciudad, no tengo idea de cómo es dicha unidad en la actualidad, pero si cuenta con 3 vehículos me imagino que es más grande y más protegida que aquella vieja casona que si no era por aquel diluvio, seguro que también ardía, pero quizás cobrando la vida de esos guardianes que no contaban con más herramientas para su defensa que su valor para cumplir las órdenes que les dieron.San Matías es un poblado que hace Patria en plena frontera, con poco sino con nada que le asista de parte del Estado. Su economía durante el verano, que es la época de lluvias, es inexistente, pues se convierte en una isla al medio del pantanal. Cuando las aguas bajan no compra ni vende nada más que lo suficiente para existir. La actividad ganadera y la agricultura son pequeñas y abastecen para generar muy pocas fuentes de empleo. Por lo que quien no se dedica al comercio tiene muy pocas posibilidades de encontrar un empleo tradicional bien remunerado.Ante semejante situación, a algunos de sus habitantes, no les toca otra que hacer lo único que les queda, vivir del contrabando o peor aún del narcotráfico, que aprovecha ese sector como una de las mejores rutas para llevar su veneno hacia el Brasil.No es culpa de sus pobladores, es lo abandonados que se sienten por un Estado que no existe en ese recóndito lugar, por eso es que cuando se enoja su gente, explota, pero lo hace de verdad y no mide las consecuencias, las cuales pueden ser realmente trágicas como el pasado martes, o como pudo ser en aquella ya tan distante oportunidad.Si encima la Policía no es capaz de dar una declaración realmente profesional de lo que aconteció con el muchacho de 17 años, muerto por un proyectil de la Policía que pudo apuntar a las llantas en lugar de la persona, o con un ministro de Gobierno que trata de justificar la muerte del joven con una acusación de violación (como si esa hubiera sido la razón del disparo) solamente le echan más fuego a la hoguera en vez de reflexionar y darle a un lugar tan maravilloso como esa punta septentrional boliviana las mejores condiciones económicas para su desarrollo. *Es paceño, stronguista y liberal