Hernán Cabrera M.
El escritor y Premio Nobel de Literatura J.M. Coetzee sentenció: “Y llegan tiempos en los que la indignación y la vergüenza son tan grandes que sobrepasan a todo cálculo y a toda prudencia, y uno debe actuar, es decir, hablar”.
El mejor reportero del mundo Riszard Kapuscinski, precisó que: “No se puede ser objetivo frente a la tortura y las injusticias, eso es inhumano. Y la palabra objetividad no se aplica a estas situaciones”.
Bajo el paraguas de esas dos reflexiones, la labor de los periodistas estuvo en el centro de la tormenta y a fuego cruzado, recibiendo de todos lados las críticas y las agresiones, porque cada bando siempre quiere que se cuente la historia de un solo lado o bajo una sola visión.
Precisamente el periodismo tuvo su espacio y su rol fundamental en los pasados hechos históricos del paro cívico de 21 días, de las elecciones del 20 de octubre, del posterior fraude electoral, de la renuncia y huida de Evo Morales y de la instalación del gobierno de transición, que preside Jeanine Añez.
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Es que hoy el hombre y la mujer de la prensa ha trascendido sus propias fronteras y la comunicación se ha convertido en una poderosa arma, que está al alcance de los gobiernos de turno, de los empresarios, de los políticos, de los religiosos, de los sindicatos, y de los ciudadanos, que se han convertido en reporteros de las calles y de los hechos.
En Bolivia tenemos más de diez millones de comunicadores, que con celular en mano registran e informan lo que les llama la atención y eso pasó el 20 de octubre, que gracias a este afán y hambre de información y de enojo, la gente no dejó pasar una sola irregularidad e hizo uso de sus redes sociales para proyectar al mundo lo que estaba pasando en ese preciso momento.
Pues bien, llegó ese tiempo de indignación y de no de ser neutrales frente a la realidad intensa y cambiante. La labor de la prensa está íntimamente ligada al ejercicio de los derechos humanos. De esto deben ser conscientes los periodistas, y asumir cada vez su papel con mayor decisión y capacidad. Mucho más cuando estamos ya en un proceso electoral y vuelven a sonar los tambores de la guerra, que desde el Chapare han lanzado los cocaleros.
El rol de la prensa no es ser vehículo de la violencia, ni del racismo, ni de la confrontación. Ni estar de rodillas frente al poder, a pesar que durante 14 años hubo medios y periodistas que se beneficiaron con jugosos contratos publicitarios del Estado.
A pesar de los avances en comunicación con los aparatos celulares y las redes sociales, que masifican informaciones, fotografías y videos, muchas veces falsos o tendenciosos, el trabajo de los periodistas se ha fortalecido, por el factor central de que goza de credibilidad, un tesoro que jamás se lo debe alquilar o vender. Es así que no hay rincón del departamento, no hay sector social, no hay dirigente alguno, no hay autoridad que no necesite de los medios de comunicación y de un periodista para hacerse escuchar y que su voz y sus necesidades se conozcan a lo largo y ancho de la Nación.
Los periodistas son una piedra en el zapato, causan malestar en determinados espacios de poder, son los enemigos de los gobiernos y también de los llamados movimientos sociales y se los agrede, se los insulta, se los persigue, y hasta se los mata. Esto no puede continuar así. Si la democracia tiene una deuda pendiente en su historia es con los trabajadores de la prensa, porque este sector sigue siendo uno de los más explotados y vulnerados en sus derechos laborales, porque pese a las enormes dificultades como ser sueldos miserables, desprotección social y otros, se asume el rol de informar y de acompañar el proceso histórico de la región y del país.
Pero también los desafíos están más allá de ser simples difusores de las informaciones, hoy en día los periodistas deben recuperar los espacios que se han ido perdiendo, como ser el de opinar, interpretar y generar corrientes de opinión en una serie de temas de la coyuntura y estructurales. Porque el periodismo es cercanía y presencia, no es a control remoto, ni por teléfono. Es construcción de más democracia y de más ciudadanos demócratas, no es manipulación ni destruir personas ni instituciones. Es aportar siendo “luz en las tinieblas y paz en la guerra”, no ser difusores de la violencia, de la confrontación, del racismo y de la discriminación. Es ser verdadero instrumento de la tolerancia, del pluralismo democrático, de la ética en su máxima expresión, no ser vehículos de los insultos, de las verdades a medias, ni de las imposturas. Es ser celosos fiscalizadores del poder, no proteger ni convivir con los poderosos. Es estar en permanente búsqueda de la verdad y al servicio del pueblo.
Hernán Cabrera M. es Periodista y ex Defensor del Pueblo SC