Don Tito y Don Juan

Gary Antonio Rodríguez A.*Buscando la verdad Ambos son campesinos y nacieron en Oruro, República de Bolivia. Salieron expulsados de su tierra por falta de oportunidades. Cada uno migró por su lado a Cochabamba. A continuación, dos historias con un inicio común, pero con distintos desenlaces ante las decisiones tomadas por los dos protagonistas.Veamos al primer orureño: no se lamenta de nada salvo que, en la provincia donde nació se peleaban los Jucumanis, Laimes y Qaqachacas. De pequeño, trabajó «sembrando un surco de papa». A los 11 años migró con su hermano a Cochabamba donde estudió y trabajó. Luego se trasladó a «la tierra prometida» –Santa Cruz– para trabajar como cosechador de arroz. Durante varios años canalizó su ahorro a comprar tierras, hasta llegar a ser hoy un próspero agricultor que siembra maíz, caña de azúcar, soya, frejol y trigo. Con sus 400 hectáreas de tierra, tiene en poco que le digan «latifundista» y «oligarca» y dice, como conocedor del rubro, que un pequeño agricultor debe tener como mínimo 500 hectáreas para ser un productor de calidad trabajando con maquinaria, y aspira a tener 5.000 hectáreas para producir más alimentos.Pese a haber sido pobre, este notable orureño siempre miró hacia adelante. Produce más, porque confía en el mercado; vive de su propio esfuerzo y contribuye al país y a la humanidad con los alimentos que genera desde hace más de cuatro décadas. Como un triunfador, desea igual éxito para otros campesinos del altiplano. Está casado con una mujer (es bueno aclarar esto, en estos «tiempos de cambio») y es un padre responsable que enseñó a sus hijos a producir, además de educarlos. No se jacta absolutamente de nada y tampoco se burla de nadie. No hace ostentación de su patrimonio y pese a ser director y accionista de un importante ingenio azucarero, como hombre sencillo que es, no viste trajes exclusivos de famosas diseñadoras. Es un hombre de paz que no ansía el poder, ni busca el Premio Nobel o Doctorados Honoris Causa y seguramente tampoco que declaren «monumento nacional» a la casita donde nació. Luego de viajar por el mundo buscando conocimiento y tecnología, se ha preocupado por relacionarse y rodearse con gente de bien.Veamos ahora al segundo orureño: se dice que de niño pastoreó llamas. A los 13 años migró a la ciudad donde entre otras cosas fue trompetista de una banda de música y habría estudiado hasta la secundaria. Después pasó a Cochabamba, al Chapare –foco del cultivo de la hoja de coca– donde despertó su instinto sindical y político, llegando a ser presidente de seis federaciones en el trópico; luego, diputado nacional, presidente del Movimiento Al Socialismo y Primer Mandatario de la República, todo, bajo la consigna de la defensa del cultivo de la hoja de coca.Este orureño es la expresión viva del «lamento boliviano». Y, pese a que ya no es pobre (patrimonio neto declarado de Bs 1.230.673 al 24 octubre del 2007, principalmente por tierras de su propiedad, y un ingreso anual de Bs 330.000) se empeña en vivir mirando lastimeramente 500 años hacia atrás; no cree en el mercado, porque gran parte de su vida no ha sido productor –sino dirigente–y su «aport» a Bolivia y al mundo ha sido el defender la producción de hoja de coca excedentaria. Critica ácidamente a los «latifundistas» y «oligarcas» de Santa Cruz y promueve una segunda Reforma Agraria que podría llevar a Bolivia al desastre del «surcofundio» como ya ocurrió en el altiplano y los valles en los años ’50; sueña con el socialismo, siendo que éste fracasó estrepitosamente en el mundo, y con el «comunitarismo» que mantiene en la más triste y profunda pobreza a la población rural en el occidente del país.No está casado, pero tiene hijos. Aspira en un futuro a vivir en el Chapare con una «quinceañera», sembrando un «cato» de coca (La Razón, 15/jun/08). Siempre abusó de su poder –ayer, bloqueando los caminos, hoy con o sin la Ley, bloqueando el desarrollo de las regiones– y suele burlarse ácidamente de los enemigos que cree tener. Pudo ser antes un hombre sencillo, pero hoy no viste más esa «manta, cuadrada o rectangular, de lana de oveja, alpaca, vicuña, o de otro tejido, que tiene en el centro una abertura para pasar la cabeza, y cuelga de los hombros generalmente hasta más abajo de la cintura», como la Real Academia Española define al «poncho» –ese que cuando es de color escarlata sirve para ocultar un fusil Máuser– sino que cada día viste lujosos trajes negros con algún ribete originario. Es un hombre de permanente confrontación que ansía más poder y vocifera todo el tiempo; en esa cultura a su personalidad, busca el Premio Nobel de la Paz, no contentándose con ser ya «Doctor Honoris Causa», ni con el hecho que la choza donde nació haya sido declarada «Monumento Cultural», o que la localidad donde nació sea «Patrimonio Nacional». Viajar por el mundo sólo le sirvió para relacionarse y rodearse de malas ONGs que hoy complican su gestión.Esta historia de dos orureños muestra al segundo como un «político, activista y dirigente sindical», al que muchos conocen cada vez más, pero respetan cada vez menos. El primero, don Tito Choque, es un productor, pacifista y casi filósofo: «Una revolución agraria la tendría que hacer un presidente que sea un verdadero agricultor (…). Para hacer revolución, tiene que ser un agricultor que apoye al pequeño, al mediano y al grande (…). Tiene que apoyar a todos porque los pequeños y los medianos aprenden de los grandes y los grandes de los pequeños». (La Razón, 3/ago/08).*Economista y gerente general del IBCE.