«Justicia comunitaria», modelo de exportación

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El rostro de la «justicia comunitaria» que consolida la nueva Constitución del MAS. Esta mujer terminó casi irreconocible, tras la tortura a manos de pobladores de Achacachi. La sangre de los golpes y las heridas por las quemaduras cubrieron su rostro.*

 



No es frecuente ni gratificante tener que coincidir con la ministra de Justicia, Celima Torrico, pero esta vez si debemos hacerlo aunque solo en parte. Pero algo es algo. Resulta que la ministra, que en sus años mozos alegraba con su melodiosa voz los boliches que abundan en el cautivante trópico cochabambino, afirmó que la justicia comunitaria es “rápida, gratuita y reparadora”.

Rápida si lo es y que a nadie le quepa la menor duda. Su aplicación dura lo que lleva rociar de gasolina al infortunado y encender un fósforo. Difícilmente se podrá concebir una manera más expeditiva de hacer justicia y nos han informado que varios países están enviando jueces y fiscales para que se informen de esta novedosa forma de hacer justicia que ha causado la envidia de más de un severo magistrado y de algunos dictadores que gobiernan aun en determinados países. 

Gratuita también lo es y no podría serlo de otra manera. No sería conveniente que este expeditivo método de hacer justicia se viera inconvenientemente retrasado por una cuestión tan burocrática y banal como el de querer cobrarle al interfecto el litro de gasolina y el fósforo que serán utilizados para proporcionarle algo de calor en las frígidas noches altiplánicas.

En suma, se trata de un mecanismo recuperado de nuestros ancestros por angelicales y filantrópicos “ponchos rojos” para que todos aquellos que quisieron pasarse de vivos abandonen este valle de lágrimas sin trámites ni engorrosos papeleos y que no caigan, además, en manos de abogados que todos sabemos como son.

En lo que si discrepamos es en que sea “reparadora”. Es claro que no podemos decir que un individuo haya sido “reparado” si está muerto y si los que sobreviven más parecen un churrasco arrebatado y, además, les han roto todo lo rompible en una meticulosa, prolija y sacrificada tarea que puede tomar horas.

Por tanto es este último punto el que debería ser considerado para tener una “justicia comunitaria” como Dios manda. Haría bien la ministra Torrico en acudir al esclarecido asesoramiento de los tutsis y hutus, que tampoco se andan por las ramas, para que tengamos una justicia de la que nuestros ancestros y los achachilas puedan sentirse orgullosos.

* foto La Razón