Otra víctima de la intolerancia

La intolerancia no se ensaña sólo contra los “enemigos de la revolución”. También afecta a militantes que cometen la imprudencia de pensar con cabeza propia

Los Tiempos

Editorial



El pasado sábado, en la ciudad de El Alto, tuvo lugar un foro que bajo el rótulo de “Lo malo y lo bueno de la Constitución Política del Estado” reunió a representantes de varias organizaciones sociales para analizar el texto propuesto por el MAS.

Después de arduos debates se impuso el criterio de que el proyecto masista “no responde a los intereses de los sectores sociales sino de los terratenientes y las transnacionales”, por lo que los participantes decidieron rechazarlo y convocar a sus bases para que voten por el No.

Hasta ahí todo bien, pues si algo se necesita en esta etapa previa al referéndum de enero, es el debate franco y abierto y que todos los ciudadanos tengan el derecho y la obligación de informarse, analizar, opinar y tomar la opción que mejor les parezca sobre una iniciativa cuyas consecuencias serán decisivas para el futuro de nuestro país.

Sin embargo, los participantes en el foro no se limitaron a exponer sus opiniones, sino que, además, decidieron emprender a golpes contra quienes fueron a defender el texto oficialista.

El más afectado fue el ex asambleísta Román Loayza, quien tuvo que huir por la puerta de emergencia del teatro entre los silbidos del público. ¡Traidor, traidor!, gritaba la muchedumbre y fueron muchas las voces que convocaban a que se le propinara una aleccionadora paliza. Felizmente, el dirigente masista logró salir ileso, por lo menos físicamente, pues es de suponer que su espíritu quedó maltrecho.

Ahora que se sabe a qué extremos puede llegar la turbamulta cuando se propone castigar con sus métodos a quienes considera merecedores de su peculiar forma de hacer justicia, el ex asambleísta debe haber sentido en carne propia el terror que provoca la furia popular cuando amenaza con desbordarse.

Pero las dificultades que Loayza debe afrontar también provienen de sus relaciones con la nueva jerarquía del MAS. Es así que tuvo el valor de ser fiel a sus convicciones con motivo de la arremetida oficialista contra la Iglesia católica, rechazándola porque la considera injusta. Está además entre quienes desde hace ya mucho tiempo critican la presencia del Ministro de la Presidencia en el equipo gubernamental no sólo por las sospechas de corrupción que pesan sobre él, sino porque se le atribuye una labor incompatible con los fundamentos ideológicos y doctrinarios que inspiraron a los fundadores del partido gobernante.

Por todo lo anterior, se puede temer que Román Loayza sea la primera víctima interna de una fase a la que tarde o temprano llegan los proyectos políticos totalitarios, una fase en la que la intolerancia no se ensaña sólo contra los “enemigos de la revolución”, sino también contra militantes que cometen la imprudencia de pensar con cabeza propia.