50 años de revolución cubana

Es de esperar que nuestro país no necesite tanto tiempo, como Cuba, para llegar a la penosa constatación de que el camino elegido no era el más adecuado

Editorial Los Tiempos.

Todo aniversario suele ser motivo de festejos y con mayor razón si se trata de medio siglo. Cincuenta años, aunque desde una perspectiva histórica no son gran cosa, sí significan mucho para las personas y los pueblos, máxime si lo que conmemoran es una hazaña sólo comparable con las grandes epopeyas.



Cuba ha celebrado los cincuenta años de su revolución. Pero lo ha hecho en un ambiente que distó mucho de la euforia que se espera de las recordaciones más significativas. Por el contrario, los actos con los que se rememoró el triunfo de 1959 parecían corresponder más a un sepelio que a una fiesta. Fue una ceremonia en la que las supuestas glorias del pasado no fueron suficientes para disimular el poco entusiasmo por el porvenir.

Tan notoria resultó la ausencia de motivos para la algarabía colectiva, que una gran pregunta quedó flotando en el ambiente: ¿valió la pena todo lo hecho durante cinco décadas de construcción del socialismo? La respuesta, aunque mal disimulada tras frases cada vez más vacías, la dieron los ancianos conductores del cincuentenario régimen a través de la enorme carga de pesimismo con que anunciaron a su pueblo que los próximos años serán aún más duros que los ya transcurridos. Al pueblo cubano, dijeron, le esperan más sacrificios, más privaciones. Eso significa que los cubanos sólo pueden aguardar nuevas frustraciones.

Que sea ese el balance que arrojan 50 años de socialismo, nada menos que cuando el capitalismo afronta su peor crisis, es por demás elocuente. Es algo ante lo que el fanatismo ideológico queda impotente, pues la cruda realidad reduce hasta la ridiculez las utopías en cuyo nombre se sometió a todo un pueblo a una de las más estrictas y duraderas dictaduras.

No es por eso casual que hayan brillado por su ausencia las manifestaciones de solidaridad internacional con el régimen cubano. Tanto, que ni quienes se proclaman sus más acérrimos defensores tuvieron el valor de expresar con su presencia, y ya no sólo con palabras, su identificación con un proyecto político que se desmorona. Es el caso del presidente Evo Morales, quien después de anunciar que todo su gobierno, a través de más de una centena de sus altos funcionarios, se haría presente en las celebraciones, cautamente optó por mantenerse lejos de la isla caribeña.

Sin embargo, por paradójico que sea, son muchos los países latinoamericanos, entre ellos el nuestro, que se empecinan en hacer de la experiencia cubana un modelo para sus propios actos. Y reproducen las condiciones que hicieron de Cuba el país con la pobreza mejor distribuida y uno de los regímenes políticos menos democráticos del mundo.

Es de esperar que Bolivia no necesite tanto tiempo para llegar a la penosa constatación de que el camino elegido no era el más adecuado.