Diplomacia de burradas

En la sandez diplomática actual, persiste en mayor dosis que nunca la práctica tradicional del nepotismo, la prebenda y el abuso del exilio dorado en el nombramiento de nuestros representantes. Lo testifican las embajadas con designados por lazos de sangre con los mandamases de turno; lo gritan los vínculos de adulones en consulados importantes; lo azota la premiación de fracasados con cargos diplomáticos en entes multilaterales.

Denuncia un reputado internacionalista que la reciente capitulación sobre los manantiales del Silala da para que Eduardo Avaroa se revuelque en su urna. No por dotes amatorias sino por el dominio del tema, una directora chilena hizo rendir a un viceministro boliviano de esos designados por Choquehuanca. Falta nomás que Evo Morales ceda ante Michelle Bachelet: permita que Bolivia sea un basurero de autos viejos, que hacen ricos a unos cuantos bolivianos y chilenos en Iquique —avivada de $us 300 millones al año. Mientras, en Santiago le ponen trabas al tránsito de vehículos anteriores al modelo 2000.

En una frontera noreste también mutilada, encima de que hoy Cobija está ocupada por tropas andinas, el flagelo viene acompañado por la miopía andinocéntrica del centralismo altiplánico. Si en el siglo pasado perdimos el Acre, en este gobierno desperdiciaron la oportunidad de acoplarse al proyecto brasileño de las hidroeléctricas en el río Madera. Valía para Bolivia tanto por los beneficios compartidos de ingresos por venta de energía a Brasil, cuanto por el quizá más importante aspecto de que esclusas paralelas a las represas daban acceso marítimo a través del río-mar, el Amazonas.



Hoy está en tapete, diría yo la respuesta choquehuancuna, si tal es sinónimo de cojudez, a las represas hidroeléctricas que Brasil ejecuta con celeridad. Pocos notan la incongruencia del Gobierno de adoptar objeciones medioambientales al proyecto, cuando en el Chapare se mueren los peces por la maceración de coca con ácido sulfúrico. Brasilia ni dio pelota. Más bien se coartó la posibilidad de que el país sea socio del negocio con represas en cachuelas nacionales.

Lo que es peor, se tacharon del proyecto las esclusas que harían navegables los ríos del norte boliviano. No habrá acceso al Atlántico desde Puerto Villarroel y Puerto Siles, situados en las faldas de nuestra abrupta geografía. Llegar a Porto Velho, donde el solo transporte de estaño en bruto de Rondonia y su refinación en lingotes en Vinto, harían justificable el proyecto.

Más allá, Belém do Pará, donde Nicolás Suárez inició su comercio de bolachas de goma a los mercados mundiales. Mañana serían la castaña y las maderas acabadas, que con energía renovable y barata sería posible producir y exportar desde Riberalta y Guayaramerín. La cáscara de la castaña, que se quema para generar electricidad en la Perla del Manutata, tendría mejor destino si triturada como fértil aditivo de tierra vegetal para plantas de interior. Se reduciría la dependencia de puertos chilenos, y la esperanza ilusa que, como la zanahoria que hace trotar a la bestia altiplánica, es el puerto soberano que se espera Chile cederá algún día.

Otra burrada es evidente en el proyecto hidroeléctrico en Cachuela Esperanza, antigua sede del imperio gomero de Nicolás Suárez. Es uno que generaría más de 400 MW de potencia, a un costo de más de $us 600 millones, en un norte amazónico boliviano escasamente poblado al que le sobraría electricidad con apenas 20 MW. ¿No es tonto empujarlo, ahora que en sus represas del río Madera, el vecino generará tanta energía como en la brasileño-paraguaya Itaipú? Brasil es único mercado de excedentes bolivianos a producir en Cachuela Esperanza, digamos 380 MW. Ahora ellos generarán 12.000 MW de potencia en Jirau y Santo Antonio. Itaipú, hasta hace poco la hidroeléctrica mais grande do mundo, tiene 12.600 MW de potencia.

Siendo un proyecto regional autonómico, la burrada final sería abandonar el proyecto hidroeléctrico que instalaría turbinas en el río Yata, que proveería energía a Guayaramerín, Cachuela Esperanza y Riberalta. Este proyecto generador de 40 MW de potencia estaba a medio construir. El año pasado las obras realizadas fueron dañadas por riadas e inundaciones. El proyecto puede ser rehabilitado, precisamente con las modificaciones técnicas que ha impuesto la experiencia sobre embates naturales. Aunque la naturaleza ha destruido entre $us 700.000 y un millón de dólares de construcciones, es mejor reanudar un proyecto en el Yata que puede costar, digamos, $us 50 millones, en vez de otro de $us 600 millones. Y que no quita la opción futura de construir la hidroeléctrica en Cachuela Esperanza, o pensar en los 50.000 MW de la cuenca del río Beni.

Al gobernar con el bien público como norte, un enemigo principal es optar por la sensatez al tomar decisiones. Otro es la pugna entre regiones autonómicas, agredidas por ser medialuneras, y el régimen actual, para colmo centralista y andinocéntrico.

Quizá el proyecto Cachuela Esperanza no pase de ser una distracción para ganar puntos en la revoltosa provincia Vaca Díez. De todas maneras, cuando esté listo el estudio habrán dilapidado las divisas en el Banco Central. En medio de la crisis mundial y con el contexto binacional desmoronado, difícil será su financiamiento internacional. Si este Gobierno aprueba por ceca o por meca su Constitución amañada, no soltará recursos que la descentra- lización otorga a las regiones autonómicas, más aún si son contestonas. No creo que dure la tregua en Tarija. ¿Acaso el déficit de combustible en Santa Cruz no es una soterrada agresión a su sistema productivo?

Por lo menos quede este solitario redoble de tambor sobre proyectos de hidroeléctricas en el noreste amazónico, con que empieza un año 2009 pleno de incertidumbre. Insisto en que la consigna es no aflojar.

¡Feliz Año NoEvo!

Winston Estremadoiro*

La Razón