Un año nuevo poco esperanzador

Sin renunciar a la esperanza, lo más sensato parece ser que disminuyamos nuestras expectativas pues esa es una de las mejores maneras de evitar las grandes frustraciones

Los Tiempos

Editorial



Aunque la costumbre hace que el inicio de un nuevo año vaya siempre acompañado de buenos augurios, el que ha comenzado parece ser una excepción, y no porque sea menor el deseo de que la felicidad y la prosperidad lleguen a todos, como lo dice la fórmula habitual, sino porque en Bolivia y todo el mundo abundan motivos para que el 2009 genere más miedo que esperanza.

Los temores e inocultables ánimos pesimistas tienen su razón de ser. Es que 2008 ya tiene un lugar privilegiado entre los peores de las últimas décadas y hay razones para prever que las consecuencias de cuanto ocurrió en él, recién comenzarán a verse.

En lo que al mundo se refiere, son principalmente dos las causas que se oponen al optimismo: por una parte, la crisis económica global, que amenaza con hacer estragos en gran parte de la población planetaria. Y por otra, el fantasma de una confrontación bélica de grandes proporciones entre judeocristianos y musulmanes, cada uno de ellos con sus respectivos aliados. La posibilidad de que ambas calamidades lleguen juntas es, desgraciadamente, un hecho que impide recibir al nuevo año con entusiasmo.

Las expectativas que se puede alentar sobre lo que pasará en Bolivia, no son mejores. En lo económico, porque a factores externos, como la crisis global, se suman los internos que, sumados a los primeros, amenazan con hacer del año uno muy poco favorable para el bienestar material. Todo indica que la extraordinaria bonanza de la que gozamos durante el último lustro gracias a excepcionales condiciones internacionales llegó a su fin, y que a partir de ahora tendremos que vivir una realidad distinta a las ilusiones que se alentaron.

En lo político, el 2009 será sin duda uno de grandes quiebres. El 25 de este mes se realizará un referéndum en el que los bolivianos tendremos que elegir entre uno de dos caminos posibles. Sin embargo, hay motivos para temer que, sea cual fuere el resultado que arrojen las urnas, este será un año en el que se terminará de cruzar una línea demarcatoria entre un antes y un después en la historia nacional. Se dará un paso que ocasiona miedo, entre unos, y llena de esperanza a otros, y el solo hecho de que sean tan encontrados los sentimientos que provoca el futuro próximo, da lugar a malos augurios pues nada bueno se puede esperar de algo que causa tan distantes expectativas entre los habitantes de un mismo país.

Por todo lo anterior, aunque sin renunciar a la esperanza, lo más sensato parece ser que disminuyamos nuestras expectativas tanto como sea posible, pues esa es una de las mejores maneras de evitar las grandes frustraciones.