Les cuadre o no les cuadre, Santos Ramírez tiene un gran mérito que debiera ser adecuadamente reconocido.
Demostró, solito, que todos los cuentos sobre la lucha contra la corrupción, sobre la eficiencia y el compromiso con el país, eran nada más que eso: cuentos salidos de una imaginación perversa pero que sorprendentemente siguen creyendo algunos incautos del occidente del país.
El ex presidente de Yacimientos Petrolíferos Fiscales de Bolivia (YPFB), Santos Ramírez, momentos en que sale de la Fiscalia, tras prestar sus declaraciones informativas en el caso O’connor. Ayer (Foto ABI)
Santos, el ícono, el emblemático masista, lanzó por la borda y desacreditó la imagen impoluta y honesta que el MAS había pretendido mostrar de su gestión, si es que puede llamársela así. Millones de dólares gastados en masivas propagandas dirigidas a mostrar una imagen honesta y transparente, se fueron al tacho.
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No fue la derecha, no fue esa oligarquía ultramontana ni tampoco esa burguesía atrabiliaria la que se encargó de desmontar con meticulosidad de orfebre ese mundo virtual que el MAS había pretendido crear. Fue él, precisamente él, Santos Ramírez, el referente del cambio, el ideólogo de la nacionalización de las minas, el que se encargó de hacerlo.
Fue Santos el que desnudo, literalmente, toda una estructura prebendal y corrupta que se había montado al amparo del denominado “proceso de cambio”. Mostró las partes más íntimas de todo ese entramado destinado a erigir, y según el propio Evo Morales, a perpetuar, en el poder a toda una casta carente de todo tipo de escrúpulos y para quienes la palabra ética es absolutamente desconocida.
En el caso de YPFB que tiene como principal protagonista a Santos se mezclaron varios ingredientes y actuaron personas con diversas inclinaciones y habilidades: proxenetas y rufianes, matones y asesinos, íntimamente coaligados con miembros del más íntimo círculo de poder masista, del cual no están exentos algunos diputados «satucos» que se esfuerzan en la búsqueda de argumentos para salvar al «hermano» Ramírez.
Sin duda se trata de un entorno frente al cual Al Capone y la Cosa Nostra hubieran aparecido como monjitas de la caridad pero que se dan el lujo de hablar de una supuesta “revolución democrática y cultural” y carecen de ciertos códigos que guiaban la conducta, mal o bien, de los mafiosos sicilianos.
Pero Santos tuvo otra virtud. Mostró que Evo definitivamente vive en otro planeta y que su única ocupación es trasladarse diariamente a algunas comunidades a pronunciar largos, inconexos e indigestos discursos o viajar a Venezuela para recibir instrucciones de Hugo Chávez.
No conoce lo que pasa en el país ¿ ni lo que hacen sus colaboradores más íntimos ?. Está sumido en ese mundo artificial y etéreo creado por sus propias palabras y por sus cortesanos que al parecer han acabado por convencerlo que cuestiones tan terrenales y triviales como los contratos y adjudicaciones millonarias están muy por debajo del papel histórico que debe jugar para reivindicar a los indígenas de siglos de opresión.
Agradecidos a Santos por haber demostrado que Evo está jugando meticulosamente ese su rol histórico y que en las cuestiones tan prosaícas como las relacionadas con el manejo económico del país prefiere dar carta blanca a sus colaboradores, que al fin y al cabo, peor no lo harán.
Finalmente, larga vida y salud para el Presidente Evo. Así sea tarde y cuando no quede otra salida, tendrá que responder por los actos de su gobierno.